El 11 de enero se cumplió un año de uno de los fallecimientos más sensible para la comunidad de internet: Aaron Swartz se suicidó a los 26 años de edad. Hoy recordamos el legado de este brillante activista con un reclamo claro: no al espionaje en línea, sí al acceso al conocimiento.

La carrera de Swartz estuvo llena de logros y satisfacciones. Él es una de esas contadas personas que dejaron una huella indeleble en la red. A los quince años ayudó a definir los protocolos de Creative Commons, más tarde trabajó en el formato RSS, en Reddit y en OpenLibrary, entre otras cosas.

Al momento de su muerte trabajaba en Secure Drop, una herramienta para filtrar información de manera anónima y segura. Si hoy contáramos con un sistema como éste, la vida de muchos activistas en favor de la información libre (como Edward Snowden, Julian Assange y Chelsea Manning) sería muy distinta.

Por su parte, la vida personal de Swartz estaba llena de contrastes. En su momento ya era un activista reconocido que pugnaba por la libertad de conocimiento en la red. Su participación en diversos movimientos, en particular en contra de la ley SOPA, lo colocó en el centro de las miradas del activismo en internet.

El gobierno de Massachussets y el MIT llevaron a cabo una persecución en contra de Swartz porque supuestamente filtró información del Instituto y lo publicó en la red para su acceso gratuito. Las penas que buscaban imputarle eran claramente exageradas (una multa de 1 millón de dólares y 30 años de prisión). Parecía como si las autoridades quisieran dar un ejemplo de control sobre la información y los sujetos que se atrevían a divulgarla. La familia de Swartz ha declarado que esta persecución fue una de las causas del estado depresivo del activista que derivó en su suicidio.

Aaron Swartz hizo de su vida un ejemplo, en un mundo en donde los gobiernos juegan con la posibilidad de esconder, de guardar y de robar información. Para nosotros todo es derechos ajenos, limitaciones regionales, penas en contra de la piratería, información que no podemos consultar; mientras los gobiernos (y en particular el de Estados Unidos) se adjudican el derecho de conocerlo todo, de verlo todo, de decidir qué es lo que debemos conocer y qué no.

No hay nada más opresor que un gobierno que tiene el control de la información. Y cuando ese control se inmiscuye hasta lo más íntimo de nuestras vidas, hasta las detalladas particularidades de nuestra navegación, de nuestros dispositivos, de lo que hacemos las 24 horas del día, de dónde estamos y a dónde vamos; no podemos tolerarlo.

La muerte de Swartz fue trágica sin duda alguna. Pero hoy que se ven amenazados nuestro derecho a saber y nuestro derecho a la privacidad, es más importante recordar su vida. El 11 de enero pasado fue el día de “contraatacar” (The DayWe Fight Back), el día en que la inspiración de Aaron Swartz nos empujó a defendernos del espionaje y la hostilidad de los poderosos. Como también lo han mostrado Snowden, Assange y Manning, no tenemos por qué conformarnos con lo que “nos dan permiso de saber” mientras los dejamos que sepan todo de nosotros.

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