Entre los amish no hay peor humillación que despojar a un hombre de su barba. La barba es el símbolo de la hombría, el vínculo entre los amish, una comunidad religiosa cristiana que pareciera vivir en el siglo XVII y Dios. Desde el matrimonio hasta su muerte un hombre no se la rasura nunca.
Los amish viven en comunidades cerradas, en grupos cerrados y renunciando a la tecnología. La gran mayoría de sus 250.000 integrantes residen en Estados Unidos y esta semana la historia de una pequeña comunidad en Bergholz (Ohio) se ha convertido en una especie de telenovela entre barbas largas y overoles.
Dieciséis personas fueron detenidas, 10 hombres y seis mujeres, eran integrantes de un grupo disidente que se había traslado en 1995 a las montañas de ese Ohio por disputas con otros miembros de la comunidad. Se les acusa de conspiración, manipulación de pruebas, obstrucción a la justicia y de rasurar por la fuerza a miembros de otras comunidades, un acto que ha sido calificado por los tribunales nortemaericanos como un “crimen de odio”.
El líder del grupo es un tal Samuel Mullet, un amish padre de 17 hijos y abuelo de otros tantos. Según el informe de los hechos, Mullet, de 66 años, permitió que se propinaran palizas a los que desobedecían las normas en la comunidad, llegó a tener relaciones sexuales con mujeres con el fin de “purificarlas” e instigar a sus seguidores a cortar el pelo y la barba de “los supuestos pecadores”.
Ustedes cuentan con sus leyes ciudadanas o de tráfico. Si alguien las desobedece son castigados. ¿Y yo no tengo el derecho a castigar a mi propia gente?…
ha dicho Mullet a la prensa en octubre del 2011, el mes en el que empezo la investigación contra el grupo disidente.
“Si cada familia pudiera hacer lo que quisiera, ¿qué clase de religión sería la nuestra?”, añadió en aquel entonces.
De resultar culpables la condena podría llegar a los 20 años de cárcel.