Como todo, la memoria también se inventa. Hoy nueve de noviembre se conmemoran los 23 años de la caída del Muro de Berlín, un acontecimiento que marcó desde antes de su levantamiento un conflicto de ruptura.
Sin embargo, muchas personas no celebran la caída del muro sino la reunificación alemana, que significó un golpe económico para la Alemania Demócrata. Personajes notables como el escritor Günter Grass emitieron en su momento fuertes opiniones sobre la reunificación, pues según el ganador del premio Nobel, la manera en que se dio propiciaba “una peligrosa centralización del poder, y denuncia que el capitalismo vuelve a actitudes del siglo XIX”.
A pesar de la marcada división que señalaba –pues tenía sus antecedentes económica e ideológicamente determinados por el periodo de la posguerra–, muchos alemanes no estuvieron contentos con la caída del muro y la reunificación de Alemania.
El mismo Günter Grass habla sobre el tema en una entrevista realizada por Hermann Tersch (La Nación) en 1997 (siete años después del suceso). Aquí un fragmento muy breve:
HT: Usted fue muy crítico hacia la unificación alemana. Eso le costó muchos ataques.
GG: Yo no estuve contra la unidad alemana, eso fue una presentación falsa de mi postura. Yo estaba en contra de que aquello fuera una simple anexión, de que se obligara a casi 16 millones de personas a olvidar su pasado. Y sigo creyendo que no se pueden unir de golpe esos 16 millones a otros 60. Han vivido 40 años en regímenes diferentes. Todo debía haberse hecho de forma más cuidadosa, más lenta y sobre la base del federalismo alemán.
Yo no quería la República Federal ampliada, sino una liga de Estados alemanes. Pero sucedió lo contrario. El federalismo de nuestra Constitución se vio debilitado. Berlín será capital y esto siempre tenderá al centralismo, y a los alemanes nunca nos ha sentado bien. Nuestra fuerza, también la cultural, está en la pluralidad de nuestro federalismo.
Evidentemente, la división de un país en dos, no sólo fue física sino ideológica, política y económica.
I
Concluida la segunda Guerra Mundial (1945), Inglaterra, la Unión Soviética y los Estados Unidos ocuparon Alemania para tomar el control y evitar que el antiguo régimen fascista detentara de nuevo el poder. La Unión Soviética y Los Estados Unidos acordaron la ocupación del país con la supuesta consigna de encontrar un régimen pacífico y de libertad para los alemanes. Empero, y como un corolario de una ideología dominante, los vencedores no pudieron ponerse de acuerdo cuando tuvieron que encontrar una política de ocupación común.
La política expansionista del gobierno soviético de aquel momento, la rivalidad ideológica de dos sistemas socioeconómicos (el capitalismo y el comunismo) y la necesidad de estos de influir más allá de sus fronteras reventó en sus narices dando como resultado algo más que un simple desacuerdo: dividió a un país en dos ideologías y formas de concebir las relaciones financieras de sus habitantes. Y los estadounidenses, tan afectos no sólo a ejercer influencia más allá de sus fronteras, sino a dividir con base en sus intereses (baste ver el muro fronterizo mexicano), no pudieron resistir la oportunidad.
La isoglosa (según el Diccionario de la Real academia Española) es una línea imaginaria que en un mapa representa los límites de un mismo fenómeno lingüístico con los puntos intermedios entre ambos. En Alemania también hubo una suerte de isoglosa de la posguerra. Una línea imaginaria que dividió ideológica y económicamente a los alemanes antes incluso de que hubiera un muro.
III
La noche del 12 de agosto de 1961 esa línea se solidificó en algo material. El levantamiento del muro también fue el levantamiento de un monumento a la ruptura. Una metáfora física de lo que ya pasaba ideológicamente con el ala demócrata y el ala federal. Una sola noche bastó para levantar, casi en su totalidad, el gigantesco muro. Salvo por una fracción muy pequeña custodiada por miles de policías fronterizos. Esa noche se levantó el muro y un país se partió en dos: el oeste —República Federal de Alemania— y el este —República Democrática Alemana—.
Ahora conmemoramos la caída del muro. Sin embargo, aunque el muro ya “no exista” físicamente, esa división, la idea de esa división, vivirá en Alemania como un fantasma.
Es curioso pensar en los lugares (físicos) como un punto donde se focaliza la memoria. Un monumento, una escultura que habla de ese lugar desde la historia, recupera y guarda el recuerdo de una época, una época que a muchos no nos tocó vivir pero que igual conmemoramos y, como dije en un principio, la memoria también está hecha de invento, de creación de la imaginación. Yo era muy pequeño (apenas 4 años) cuando derribaron el muro. No recuerdo algo concreto, sin embargo, recuerdo. Recuerdo inventando, inventando con la información —libros, videos, etc.— que “existe” hoy, un pasado que no viví.
El historiador francés Pierre Nora dice:
La curiosidad por los lugares donde se cristaliza y se refugia la memoria está ligada a este momento particular de nuestra historia. Momento en el que la conciencia de la ruptura con el pasado se confunde con el sentimiento de una memoria desgarrada; pero en el que el desgarramiento despierta aún bastante memoria para que pueda plantearse el problema de su encarnación. El sentimiento de continuidad se vuelve residual a los lugares. Hay lugares de memoria porque no hay más medios de memoria.
El muro no sólo fue un símbolo de privación de libertad, la división en donde unos se asumían (o no) como buenos o malos, también separó familias, amigos, paisajes. Y ese momento lejano temporal y geográficamente que hoy se conmemora se puede leer desde este país, México, que también permanece dividido ideológica y económicamente. Y asimismo con un muro, aún más grande, que también separa familias, amigos y paisajes. Al final, como también dice Pierre Nora, vivimos todo el tiempo en la historia:
Las tragedias del siglo XX contribuyeron, en gran medida, a democratizar la historia, es decir, a hacerla vivir. El hombre comenzó a sentir que lo que vivía era la historia, contrariamente a lo que sucedía en las sociedades campesinas tradicionales. Cuando un campesino vivía, no tenía el sentimiento de que lo que hacía se inscribía en una gran corriente o tenía un significado que superaba su propia vida y la de su familia. Todo cambió cuando el hombre comenzó a decirse que no vivía en la tradición, sino en la historia.