Atención estimados malchiks y devotchkas, tenemos un raskass que compartir con ustedes. Así que llamen a sus droogs, decirles que no es tiempo de andar lubbilubbing o tomando vellocets o synthemesc o drencrom. La jeezny es corta y el pretty polly puede esperar. ¡Slooshy sodding brattys! Este año, la “Naranja Mecánica” cumple 50 años. ¡Felicidades babuchka!

El año es 1962. El presidente John F. Kennedy aún no ha sido asesinado; los Beatles son una banda de muchas tocando en los clubs de Hamburgo y Vietnam es un conflicto armado que todavía no acapara la primera plana de los diarios. Ahora que ya estamos mejor situados en la época, nos transferimos a Inglaterra, donde un escritor de nombre Anthony Burgess publica una pequeña novela de no más de 200 páginas.

“A Clockwork Orange” podría categorizarse como una obra de ciencia ficción, ya que los sucesos se llevan a cabo en un tiempo futuro, aunque no tan distante como para ver carros voladores o naves espaciales. Más bien, el futuro que describe es una distopía, donde el autor nos describe una sociedad en el futuro y el sistema bajo el cual se rigen. Por tal motivo, “A Clockwork Orange” tiene más elementos en común con “1984” de Orwell o “Fahrenheit 451” de Bradbury que con “El juego de Ender” de Orson Scott Card o “Ubik” de Philip K. Dick. Hago esta comparación de manera general, porque en el fondo, las obras de ciencia ficción casi siempre van a explorar el conflicto del hombre contra el sistema.

“La Naranja Mecánica” es mejor conocida a nivel mundial por la película de Stanley Kubrick. Estrenada en 1971 por Warner Bros, la cinta se convirtió en un éxito de culto que transformó a su actor principal, Malcolm McDowell, en una estrella (tristemente McDowell nunca volvió a generar tanto interés en su trayectoria fílmica, pero esa es otra historia). La película, como era de esperarse, no logró escapar a la polémica y de inmediato fue condenada por su material “obsceno”. En Estados Unidos, la película obtuvo la tan temida (y ahora extinta) clasificación X. En los inocentes e ingenuos años que precedieron al movimiento hippie y la conquista del pop, los temas que la película manejaba eran tabús que no salían del closet. Incluso hoy la película tiene ciertas imágenes que pueden perturbar a la gente que la ve por vez primera.

Pero esta nota no es sobre la película, sino la novela. Después de todo, la novela es la que cumple el medio siglo de vida. La adaptación fílmica todavía tiene que esperar otros nueve años. Y además, ambas no deben ser alabadas en el mismo párrafo. Aunque las dos obras tengan más similitudes que diferencias, el libro de Burgess tiene un capítulo final al que Kubrick no hace referencia en la película. Esto fue un mero accidente porque Kubrick leyó la edición americana de la novela, la cual tenía un final, digamos, distinto al de la edición británica (no voy a decir cómo, ya que seguro hay gente que no ha leído el libro ni visto la peli). Curiosamente, Kubrick se involucraría en un pleito similar con Stephen King, a causa de “El Resplandor”… pero una vez más, eso es otra historia.

El libro de Burgess se ha vuelto notorio por varios factores superficiales: el contenido violento, o mejor dicho, “ultraviolento”. El lenguaje coloquial donde Alex se comunica con sus droogs en Nadsat, una mezcla de ruso y alemán. Los curiosos gustos de su personaje principal y narrador, un fanático de la música del buen “Ludwig Van” o la bebida milk-plus que a menudo consumía en el bar de leche Korova. Recuerda, el libro se escribió cuando apenas se estaban realizando experimentos con drogas sintéticas como el LSD. Antes de la llegada del pop, la literatura era el medio que marcaba las pautas de lo que estaba “in” entre la clase burgués… la clase que se podía dar el lujo y el tiempo de leer a los nuevos autores, aunque a menudo fuese el blanco de las críticas y la sátira.

En el fondo, el tema recurrente de “La naranja mecánica” es la cuestión del libre albedrío. El conflicto entre el hombre y el sistema se desarrolla a través de la pregunta: ¿Qué derecho tiene la sociedad para privar a un individuo de la libertad de elección? Burgess narra esta historia desde el punto de vista criminal. Alex es un adolescente vanidoso, perverso y egoísta (aunque se diga humilde). Cuando es capturado y enviado a prisión, el gobierno lo inscribe a un tratamiento conocido como la técnica Ludovico. No voy a describir los pormenores del experimento, pero el sistema logra transformar a Alex en un ser que es incapaz de cometer cualquier acto delictivo. En el momento en que Alex piense en hacer una maldad, el cuerpo se lo impide y un sentimiento de nausea lo invade. En efecto, el sujeto ha perdido la libertad de elegir, aunque esa elección sea la del mal.

El sistema coloca a su conejillo de indias en las calles donde Alex es libre en teoría… pero muy pronto se percata de la necesidad de tener esas opciones, que a primera vista pueden ser malas, pero que en realidad pueden ser necesarias para sobrevivir. “La naranaja mecánica” es uno de los mejores libros del siglo XX porque Burgess no toma ningún camino corto ni se va por la solución fácil. Al contrario, Burgess arma la situación pero es el personaje que cobra vida y que responde ante las situaciones que el autor coloca en su paso.

Cincuenta años después de su publicación, Anthony Burgess está muerto. Stanley Kubrick también. Pero la obra sobrevive, no en una librería Gandhi o en los estantes de un mueble, acumulando polvo. Una obra sobrevive en la memoria de los lectores. Mientras la gente siga leyendo “La Naranja Mecánica”, Alex DeLarge seguirá siendo inmortal.

Viddy well, little brother. Viddy well.

M.S.

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