El dúo compuesto por Mike Kerr y Ben Thatcher nos devolvió la ilusión en el hard rock por allá del 2014, cuando, equipados tan solo con un bajo distorsionadísimo y un set de batería (pero con una ejecución brutal) nos dejaron boquiabiertos con la potencia que traían en sus canciones.
Un renacimiento del clásico dúo de rock
Riffs pegajosos, solos de bajo que sonaba como guitarra, y remates complejos de batería fueron construyendo sus dos discos pasados, junto con la voz aguda y enérgica de Mike, y colocaron varias rolas como clásicos modernos del rock, moviéndose entre el hard, tintes de blues, post-garage y hasta stoner.
Ahora, el dúo deja su carácter sombrío y tétrico, identidad de sus dos discos pasados, y se reinventa en la versión más sofisticada e incluso bailable con Typhoons, en el que trabajaron con Paul Epworth (Rihanna, Mäximo Park), Josh Homme (Queens of the Stone Age) y Joe Keogh (Amber Run).
Para la canción homónima, un riff potente guía una historia sobre despertar y enfrentar la realidad sin recurrir a las sustancias, algo sumamente personal para Mike Kerr, que recién cumplió dos años sobrio. La canción integra un grito de guerra con coros agudos, y es bastante fuerte en riff y puentes, aunque nos extraña la ausencia de algún solo, ya sea de bajo o batería.
La propuesta de baile distorsionado y electrónico
No nos sorprende la inclusión de piano y sintetizadores para este tercer disco, ya que desde How Did We Get So Dark? (2017) notábamos como se integraban poco a poco estos instrumentos. Para Typhoons, tienen mucho más protagonismo en rolas como “Oblivion” y “All We Have Is Now” una balada contemplativa de Mike que nos muestra un cambio de dirección que incrementa las opciones de los ingleses.
En rolas como “Million and One”, “Limbo”, “Trouble Coming” y “Mad Visions”, las progresiones sintéticas son guías, con integraciones de pianos y voces de apoyo que hacen que el bajo distorsionado no brille como en otras ocasiones.
Funciona lo mejor de dos mundos aparentemente contrarios en estas rolas, ritmos bailables que no olvidan el rock, y hasta la integración de coristas en algunos casos se siente como un cambio natural. Los ingleses nos muestran que el riff y la distorsión en canciones bailables, con coros pegajosos y fuerza sí funciona.
Pero sí extrañamos la intensidad que traen los solos (que parecían batallas) entre el bajo y la batería, respondiéndose el uno al otro o simplemente creando un momento de explosión en la rola. Un poco más de rock en este nuevo formato bailable le hubiera dado más equilibrio a un disco en el que lo electrónico tiene más terreno que lo análogo.
No se olvidan de los sonidos que los consolidaron
Destacan los trancazos más puros de su estilo: “Boilermaker” (producida por Josh Homme), “Who Needs Friends” y “Hold On”, con las distorsiones intensas y la batería potente que nos fascina. Con guiños a lo electrónico, se recuperan los solos y coros inmensos que esperamos de Mike y Ben disco tras disco.
Estas canciones se combinan bastante bien con las nuevas propuestas, y en su mayoría nos hablan sobre la ahora aversión de Mike a estados alterados de consciencia, lo que ha pasado por su mente en estos dos años recientes en sobriedad y es bastante efectivo para transmitir los problemas que le han pasado por la mente.
Esto sigue siendo de los fuertes de Royal Blood, que no se limita a letras simples, sino que optan por contar
historias personales y logran hasta convertirlas en coros pegajosos. No todo funciona dentro del tercer disco de Royal Blood, y es que la sofisticación basada en sintes, coros y hacerse más bailables tiene límites cuando escuchamos “Either You Want It”, con la que nos sentimos despojados de todo lo que nos gusta del dúo de rock.