Podríamos empezar diciendo que un 15 de diciembre pero de 1979, The Clash lanzó su tercer álbum de estudio titulado London Calling. También podríamos hablar del disco y la banda por separado, pero mejor no porque al final, son uno mismo…
Una verdadera banda de rock es consistente. ¿A qué nos referimos? A que su música puede evolucionar y adaptarse a las necesidades de la sociedad, pero debe regirse bajo los mismos principios con los que comenzaron, y eso es lo que hace grande a The Clash: su consistencia que los logra situar como una de las bandas más grandes de todos los tiempos.
London Calling, quizá es su disco más popular y poderoso, que cumplirá 41 años de ser lanzado para convertirse en un himno que servía como antídoto contra las señales geopolíticas que apuntaban a un conservadurismo ideológico, un consumismo sin medida y la posibilidad, que desde 1979 existe, de un “error nuclear” que desencadenaría el principio del fin.
Antes de que comenzará una nueva década, los 80, The Clash, quien tan sólo llevaba unos tres años haciendo música, lanzó este álbum que exploró y explotó los dos lados de la música: el sonido (técnicamente hablando) y su objetivo como una de las bellas artes. Es decir, la fusión de géneros como el ska y el reggae, y el llamado a la acción social y política que busca crear una consciencia con base musical.
La canción que le da nombre al disco, “London Calling”, es una composición completamente orgánica que sirve de bandera incluso hoy incita a todos a tomar las calles, ser testigos de la verdad y enfrentar el apocalipsis con formas políticas y policiacas. Ni qué decir de las tantas veces que ha sido utilizada en el cine para darle fuerza a una escena clave como Billy Elliot y la lucha de los hombres-mineros por la libertad y la justicia…
“He tomado el cuchillo más filoso, así que voy a cortar la rebanada más grande. No tengo tiempo para pelear…”, dice “Revolution Rock” bajo una onda reggae inigualable.
London Calling es una verdadera pieza de rock desde la portada hasta la última canción. Los otros discos de The Clash, sobre todo Combat Rock de 1982, también podrían considerarse como discos imperdibles; sin embargo, este material fue uno de los primeros statements musicales que guardan un valor significativo que abarca todos los tiempos. Además, y sólo de pilón, la portada es espectacular: Paul Simonon destruyendo uno de sus bajos con la misma forma, colores y letras del primer disco de Elvis Presley.