Mucho se ha hablado en los últimos días de la trilogía de Berlín de David Bowie, pero poco se ha mencionado al disco que lo comenzó todo y que este 23 de enero cumple 42 años desde su lanzamiento. Hablamos de Station to Station, un álbum de apenas seis canciones del que ni siquiera Bowie se acuerda haberlo hecho. ¿La razón?: Su adicción a la cocaína.

Una gran historia rodea a este material, pues a sus 29 años, David creó una verdadera joya. Era un ser susceptible que previo al lanzamiento de Station to Station, logró llenarse de mitos. El primero de ellos, que estaba involucrado en la hechicería, que también coleccionaba parafernalia Nazi o bien, que le habían hecho un exorcismo y que eso había dejado una silueta de Satán al fondo de una piscina. En aquellos años Bowie vivía en Los Ángeles, y el hecho de descubrir la intensidad de las drogas en Nueva York y la vida cosmopolita de California y estar en la cima ocasionaron que su adicción a la cocaína fuera cada vez más fuerte. No obstante, en medio de su afición al polvo blanco también mostró su agudeza mental a la hora de trabajar.

 

Con lo anterior nos referimos a que Station to Station es una pieza glamourosa, influenciada por el krautrock y el pop, por Kraftwerk y Neu!, por Nina Simone y Frank Sinatra. Es un conjunto de cortes que en 40 minutos logran trasladarte entre ritmos, letras profundas, un cover y “el regreso de The Thin White Duke”.

Todo comienza con “Station to Station”, track que da nombre al disco y que inicia con un minuto de efectos de sonido. No se necesita más. Solo la música ambiente que suena de fondo, como de una película y que finalmente sucumbe ante unos riffs de guitarra de Earl Slick —afamado guitarrista conocido por sus colaboraciones con Bowie— , un piano, un bajo y algunos toques de batería que anuncian la llegada de Bowie, quien en las primeras líneas dice: “The return of the thin white dude, throwing darts in lovers’ eyes”. Después se torna en una canción bailable, un tanto disco y he aquí otra parte de la letra que hace referencia a los días de David en LA y post Nueva York: “It’s not the side-effects of the cocaine – I’m thinking that it must be love”. Altamente recargado de narcóticos, Bowie lleva durante 10 minutos esta canción como predecesora de lo que estaría a punto de crear en Berlín de la mano de Brian Eno.

Cabe destacar, que el Duque Blanco fue el último personaje que adoptó Bowie. Una figura extremadamente sensual, mítica, clásica, esbelta, delicada y al mismo tiempo imponente. La personificación del mal mismo en un traje sastre negro combinado con camisa blanca semi abierta, zapatos Oxford, un cigarrillo en la boca y de vez en cuando un bastón negro.

“Golden Years”, un gran hit tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, redefine el plastic soul que David creó en Young Americans y la transformación en algo muy sexy, bailable y adictivo. “Word on a Wing” es mucho más pacífico, tranquilo. Aquí el piano se convierte en protagonista y en ningún momento deja de escucharse. Lo mismo sucede en “TVC15”, que después de la mitad del track logra dar ese hype perfecto a manera de preparación para “Stay”, un tema en el que Bowie implementa su propia versión del funk y en el que sus músicos — que a partir de entonces se convirtieron en sus fieles compañeros— hacen lo suyo al ejecutar cada instrumento de manera magistral. Tal como si fuera un musical de Broadway o algo parecido, listo para brillar.

Para terminar Bowie elige a una grande: Nina Simone y su canción “Wild Is The Wind”. El originario de Brixton hizo tan suyo este tema que en la actualidad muchos lo recuerdan como si fuera de él en vez de Nina. De una forma muy relajada, sensual, profunda pero sobre todo, llena de amor, David hace una vocalización al estilo Frank Sinatra para cantar “You kiss me, with your kiss my life begins”. En ella él imprime su toque, más dinámico melódicamente hablando, y mucho más íntimo con su voz.

Para culminar este set de 40 minutos, está la portada. Con letras rojas y una imagen de Bowie vestido de blanco y con el pelo peinado hacia atrás, saliendo de una nave espacial como homenaje a su filme, The Man Who Fell to Earth, que fue estrenado en marzo de 1976, tres meses después del lanzamiento de Station to Station.

Dos años antes de todo esto, en 1974, Bowie se mudó a Nueva York y después a Los Ángeles. A partir de entonces su vida descendió en el caos, a su impresionante adicción a enormes cantidades de cocaína. Adelgazó de una forma impresionante —llegó a pesar 50 kilos—, no durmió. Era un maniaco sumido en la locura, un ente que vivía en una casa rentada en Bel Air y que quemaba velas negras. Un ser que a pesar de estar drogado tomaba las decisiones creativas y trabajaba de manera impecablemente profesional. De 1975 a 1976 fue su época más polémica, en la que más sucumbió a la locura, pero en medio de esa locura, Bowie vislumbró una gran genialidad. Una genialidad que tuvo como resultado un disco de la calidad de Station to Station.

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