En los últimos años (muchos años atrás), Roger Waters se ha caracterizado por ser un férreo activista. No importa la causa: donde ve abuso de poder, injusticia, violaciones a derechos humanos, él se pronuncia. Mucho de su espectáculo es una denuncia de todos esos males. Muy bien, muy bonito… pero definitivamente a muchos de sus fans no les importa eso. La música es lo que interesa. El show.
Al menos eso es lo que se vio ayer en el Palacio de los Deportes. Era ridículo que mientras en el escenario el exPink Floyd clamaba por el respeto, la igualdad y la paz, entre el público se discutía por un empujoncito, te decían al oído “aquí no te quedes, ¡muévete!”, se violaba el espacio de la persona de a lado (increíble casi dar codazos por tomar videos todos movidos) y veías a tipos agarrándose rudísimo a golpes por nada. De verdad ridículo.
Eso sí, los gritos eufóricos cuando en las espectaculares pantallas se aludía al respeto a los derechos y se denunciaba la violencia sin sentido. “¡Uhhhh, a huevo máster, tú sí sabes!”, “¡Yeah, liberen a Assange!”, “¡sí, derechos de los indígenas!”, “¡¡¡Uhhhhhh, lo de George Floyd!!!”, “chinga tu madre, Bush… tú también Obama… sí, también el Trump, uhhhh!”
En fin, al menos ayer en el Palacio de los Deportes el mensaje que Roger Waters trae con su show “This is not a drill” (frase que en inglés se usa para que la gente ponga atención a algo… evidentemente ese “algo” es la violencia que ya nos tiene hasta el cuello) no pegó… la música, eso es otro cuento.
Imponente el show de Roger Waters
A diferencia de lo que en 2016 mostró en el Foro Sol, esta vez Roger Waters llegó a México con un show “discreto”. Incluso podría decirse que un tanto intimo. Sin embargo, no por ello lejano de lo espectacular.
Una enorme cruz colocada exactamente al centro (y en lo que parecía ser el escenario) era lo que público notaba al entrar al Palacio de los Deportes. No se veía dónde era el lugar ideal para ver mejor lo que estaba con ocurrir para los que estaban en “general”. Y no había un lugar ideal: todos lo eran: El espectáculo del exbajista de Pink Floyd está diseñado en 360°, para verse desde cualquier parte del recinto.
En punto de las 21:00 horas y luego de varios avisos, la enorme cruz se encendió y comenzó a disparar imágenes para acompañar una versión sombría de “Comfortably Numb”. Al término de ésta, la estructura se elevó por los aires para permitir verle forma al escenario por el que Roger Waters por cerca de tres horas se paseó para interpretar parte de su amplio catálogo: “The Happiest Days of Our Lives”, “Another Brick in the Wall” para comenzar. Impresionantes, potentes. Obvio: es un show de Waters.
Tras el imponente inicio, Waters le bajó tantito a las emociones echando mano de canciones sólo para fans. “The Power That Be” (del Radio kaos),“The Bravery of Being Out of Range” y “The Bar”.
De ahí, nuevamente una tanda dedicada para los que aman Pink Floyd: “Have a Cigar”, “Wish You Were Here”, “Shine on You Crazy Diamond” y “Sheep”. Versiones sintetizadas, contundentes y con lo suficiente para hacer enloquecer al público. Acompañadas de visuales precisos, que llegaban directamente a las emociones. Imágenes del inicial Pink Floyd, de Syd Barret y textos cuya lectura acompañada de la música dejaban la piel erizada: “Syd y yo fuimos a un concierto… al regresar hicimos un acuerdo: crear una banda”.
“How I wish
How I wish you were here…”
Luego de un receso, en el que el público aprovechó para ir al baño, ir por una cerveza y enfrascarse en peleas a golpes, el clásico cerdo volador anunció el regresó de Roger Waters y compañía, quienes reventaron todo el Palacio de los Deportes con el combo militar “In the Flesh” – “Run Like Hell”. Canciones ideales para enervar al público con el mensaje en pantallas “Free Assange. Yeah, fuck the warmongers” y luego hacer sonar “Déjà Vu”.
La lluvia de billetes en la cruz de led anunció “Money” y, con ella, el hilo ya conocido (y anunciado) de canciones extraídas del Dark Side of the Moon: “Us and Them”, Any Colour You Like”, “Brain Damage” y “Eclipse”. Y en esta parte final del show no hay cómo describir lo que se vio, porque cuando Roger Waters dijo que esto no se había visto antes, es porque de verdad no se había visto: las luces se triangularon y, en combinación con la pantalla en cruz, se creó la imagen del mítico álbum que catapultó a Pink Floyd a niveles empresariales (para bien y para mal).
Quizás ya no había necesidad de más. Aún así, Roger Waters regresó. Ya no para echar uno más de sus hits. “Mother”, “Time”, “Hey You” ni “The Great Gig in the Sky” sonaron. En su lugar, el británico interpretó “Two Suns in the Sunset”, “The Bar (Reprise)” y “Outside the Wall”. Como para decir: “ya, calmaditos y váyanse a casa”.
Pero ni las dulces melodías finales bajaron la adrenalina. El alcohol corrió sabroso y ya en la salida siguieron las tensiones. Quién sabe de dónde y por qué comenzaron las porras al América. Los empujones para salir fueron más que en otras ocasiones y… en fin, chido por los mensajes de Roger Waters, pero la banda quería “rock”. Y con eso se fue.