All art is quiet useless.
-Oscar Wilde, en su introducción al “Retrato de Dorian Grey”.
¿Cuál es la función de la crítica en la nueva era digital? ¿Acaso hay tal cosa?
El crítico… este curioso personaje anacrónico que se veía a si mismo, no como un filtro, sino como un arquitecto del canon. Quizás te tocó una época en la que llegaste a leer su columna en el periódico o viste su segmento en la televisión de acceso público. Aunque no lo creas, había gente que vivía de hacer tales cosas: ir a exposiciones, ver películas, escuchar discos, leer libros, etc. Parece un trabajo maravilloso, ¿no? En realidad, su trabajo consistía en levantar sobre un pedestal las hermosas creaciones del arte y enterrar bajo la mierda las obras menos afortunadas. La chamba de crítico exigía ciertos requisitos como un entendimiento lúcido de las artes, un alto nivel intelectual y, por supuesto, oficio periodístico. No por nada eran tachados por todos como snobs arrogantes, pero el público lector le daba más peso a la opinión de un erudito aguafiestas que a la de un espectador cualquiera. Los mejores de ellos incluso llegaron a ser tan reconocidos a nivel internacional como los blancos de sus críticas: Lester Bangs en la música, Robert Hughes en el arte, Roger Ebert y Pauline Kael en el cine, Harold Bloom en la literatura. Otra cosa que estos nombres tienen en común: todos ellos están muertos (a excepción de Bloom que es como el Highlander).
La opinión del crítico en los medios era importante porque le daba un respiro a las obras que no encajaban en el esquema diseñado para capitalizar sobre el entretenimiento de las masas. Para sobrevivir y prosperar, las artes fueron devoradas por la industria del entretenimiento popular que, a su vez, necesita de discos, películas, libros, series de TV y videojuegos para generar un flujo constante de efectivo. Para asegurar la rentabilidad de su modelo, la industria se ve obligada a recurrir a las fórmulas que le han funcionado en el pasado. Vamos a enfocarnos en el terreno de la música pop: Mientras el consumidor estaba dispuesto a escuchar las mismas canciones -con voces y arreglos ligeramente distintos- las disqueras podían otorgarle a otros artistas un presupuesto decente para “experimentar” fuera del ámbito comercial, aunque esto pudiera significar una pérdida en el corto plazo. Siempre era posible que uno de esos discos de artistas marginales fuera a recoger buenas críticas en revistas como Rolling Stone, NME o Melody Maker, y en el proceso la disquera podría capitalizar sobre ese prestigio bien merecido.
Mientras escribo estas palabras, escucho a lo lejos una canción de EDM. No sé si viene de una fiesta o de un coche que va pasando, pero ahí está. Es bastante irritante. Lleva como diez minutos en el mismo loop, así que no sé si “canción” siquiera sea el término adecuado. Es más bien como un sonido de fondo que sirve para mantener arriba la adrenalina. No soy un hater del EDM, creo que este subgénero de la electrónica ha producido una que otra pieza rescatable por ahí; pero la mayor parte es basura, una parodia de la música house diseñada para animar fiestas infantiles pero adoptada por un público que busca las mismas emociones que le brinda un parque temático. La explosión en popularidad del EDM es evidencia de como la voz del crítico ha sido acallada. El único filtro que queda es el mismo mercado. El juez que determina qué artistas se quedan y se van es el consumidor. El público habla con su dinero cuando compra su boleto para un concierto o un festival, cuando adquiere mercancía, cuando descarga una canción… ¿A dónde se fue este curioso personaje aguafiestas para que ponga en su lugar esta cultura hedonista de beats mediocres? Bueno, ahí sigue, solo que su voz se ha multiplicado y a la vez ha perdido su influencia.
En la era digital, el crítico profesional se ha convertido en el reseñista amateur. Las redes sociales han ampliado a niveles cósmicos la plaza pública. Todo mundo tiene derecho a una opinión, y todos aquellos con acceso a internet ejercen su derecho en las redes. La opinión pública ha cobrado tal fuerza que ha terminado por ahogar al crítico profesional. Los medios impresos están pasando por su peor momento en la historia, y mientras más periódicos cierran sus puertas alrededor del mundo, los críticos se ven en la penosa necesidad de buscar una pequeña grieta en la pared informática de Facebook con la esperanza de que alguien todavía se fije en ellos. Los blogs le han abierto las puertas a mucha gente que busca expresar una opinión especializada, pero en el mundo salvaje del internet todavía aplica la ley de la jungla: solo aquellos sitios con la creatividad, astucia y recursos suficientes pueden prosperar en este mundo de bombardeo informático. El canon, aquel lujoso y esplendoroso castillo construido por la aristocracia intelectual, es ahora responsabilidad del dominio público. A través del voto popular, sitios como IMDB, RateYourMusic y Goodreads determinan cuáles son las grandes obras de nuestra generación. Esta democracia estética le da el mismo peso a la voz del más idiota como a la del más brillante. En su fuerza está su debilidad.
Quizás suene algo cínico, pero el público sí necesita de alguien que le diga qué escuchar, ver, y leer. No necesariamente porque tengamos el cerebro del tamaño de una nuez, esperando a que alguien nos dicte cómo pensar. No, la razón es más práctica. Nosotros como público no tenemos ni el tiempo ni la voluntad de escuchar TODO lo que se produce en el mercado. El día simplemente no tiene suficientes horas para disfrutar lo mejor entre la infinidad de propuestas artísticas que pueden ser percibidas por nuestros sentidos. Por eso necesitamos de gente cuyo trabajo sea ese: determinar si hay algo en la corriente informática que vale la pena. No se trata de alguien que nos dicte qué es bueno o malo, pero sí nos puede ahorrar mucho tiempo si alguien viene y nos dice… intenta esto. Existen redes sociales y servicios de streaming que -a través de un algoritmo- pueden determinar qué discos puedes escuchar, según tus propios gustos. Pero estos servicios solo te empujan por el mismo camino estrecho. Lo que necesitamos es ampliar el marco de referencia, y nadie mejor para esa función que el snob erudito, rencoroso, amargado y uncool. Ahora solo hace falta rescatar a este buen hombre del anonimato.
Razzmatazz, una columna escrita entre las horas de ocio que separan el sábado del domingo. Por: @ShyTurista