Al momento en que ésta nota sea publicada en la bandeja de noticias de Sopitas.com, los últimos actos del festival Ceremonia estarán cerrando sus respectivos sets, se despedirán de su público, nos desearán un seguro retorno a casa, y muy buenas noches, cada quién ahí se les arregla como puede para regresar al DF (como la gran mayoría de los asistentes).

A pesar del frío, la lluvia, el viento, el lodo, la espera entre bandas, la gente intoxicada, los empujones y el largo trayecto de ir y venir, de alguna manera -quizás por gracia de Dios- la mayor parte del público le saca provecho a su boleto y termina satisfecha con la experiencia. De lo contrario, no habría una segunda edición de nada. Míralo de este modo, nadie gasta tanto dinero para viajar a otra ciudad y ser miserable consigo mismo y con los que están a su alrededor. Por más que nos guste quejarnos del clima o la organización o el güey grandote de adelante con sombrero que nunca nos dejó ver, tarde o temprano anuncian otra alineación que nos vuelve a emocionar y ahí vamos con el dinero en la mano a la taquilla, gastamos nuestra quincena en un par de boletos, y cinco meses después nos tienen ahí otra vez, en la curva 4 bajo el sol o la lluvia, como niño de primaria que lo llevan a Six Flags. Ni siquiera el paso de los años nos ha amargado lo suficiente como para robarle un poco de su encanto a los festivales. Y creo que puedo hablar por muchos…

CIENCIA nos explica que la mente del ser humano tiene esta admirable capacidad de reprimir todas las experiencias negativas y esconderlas en los rincones más profundos de nuestra memoria, mientras aquellos buenos momentos, por más escasos y esporádicos que hallan sido, son los primeros que brincan en el imaginario al recordar algún evento pasado. Hagamos un experimento.

Piensa en el Corona Capital 2013. Lo primero que viene a mi mente es el slam de Dinosaur Jr., la fiestota de M.I.A., y “Giorgio By Moroder”. Ya si me concentro en todo lo negativo, pues si hubo varios momentos en los que caminaba de un escenario a otro como zombie, perdí mi smartphone en la fiestota de M.I.A., y casi me desmayo por falta de aire antes de Blondie. Eso no fue tan divertido. Aunque esos detalles tampoco van a impedir que vaya al CC14. ¿Pero por qué?

Nunca deja de impresionarme la fuerza de voluntad que tiene el hombre para quemar los recursos que tanto le valieron el sudor de su frente en algo aparentemente frívolo. No sólo el dinero; piensa en todo el tiempo y el esfuerzo que se evapora en el aire como cuando vamos a parques temáticos, donde esperamos en fila por una hora para disfrutar un juego de tres minutos; o cuándo viajamos al extranjero y tenemos que aguantar horas en la carretera (o corriendo desesperado en el aeropuerto); o como cuando nos apuntamos para participar en un maratón, a pesar de que sabemos que tenemos cero probabilidades para ganar la carrera. O somos masoquistas del mercado, o tenemos un gusto por pasar penurias por prolongados lapsos de tiempo y gastar cantidades ridículas de dinero con tal de extraer un placer efímero… lo cual sigue siendo masoquismo.

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¿Entonces por qué lo hacemos? ¿Por qué sometemos nuestro cuerpo y nuestra mente a tantos castigos? ¿Acaso disfrutamos a tal extremo esos breves instantes de felicidad como para compensar por toda la demás tortura? Quizás ni estamos conscientes de la respuesta.

Aunque no derivamos ningún placer de las esperas, de la tensión, o del mal clima, la verdad es que estamos condicionados a aceptar cualquier inconveniencia como parte de la experiencia, incluyendo el clímax emocional con su respectivo catarsis. Es algo así como el viaje del héroe. No hay una buena aventura sin sus obstáculos. Piénsalo así, no pagas un boleto de una película para meterte casi al terminar la función con tal de ver únicamente la pelea final con el antagonista. ¡Por supuesto que no! Quieras o no, tienes que pasar por todos estos pasos aparentemente tediosos y aburridos: Planteamiento del mundo ordinario, introducción de los personajes, desarrollo de conflicto, etc, etc, para que la escena climática pueda transmitir al espectador su carga emocional.

Lo mismo sucede con el festival de música, sólo que esta historia es narrada en primera persona. No hay nada heroico en abrirte paso entre una muchedumbre de miles para llegar a tiempo a los baños portátiles, pero el cuerpo lo percibe como una parte esencial de la experiencia en su conjunto. Al pasar por sensaciones como el tedio, el agotamiento, el hartazgo y la desesperación (sensaciones que son acentuadas por el nivel de pasión que nos conecta al trabajo de un artista en particular), la recompensa será todavía más grata. Por último, el goce estético ya depende del desempeño del artista. Está bien que se tarden un poco entre una banda y otra; tiene un fin práctico (el que todos los instrumentos suenen como es debido) y un fin narrativo (la generación de expectativa y tensión entre el público). Pero a final de cuentas, nadie se va a acordar del buen trabajo que hizo el roadie cuando probó el micrófono de Josh Homme. De lo único que nos vamos a acordar es de Josh Homme partiendo madres.

Razzmatazz, una columna escrita entre las horas de ocio que separan el sábado del domingo. Por: @ShyTurista

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P.D.: No sería un inconveniente tener un botón de cámara rápida en la vida real.

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Fundé Sopitas como hobby y terminó siendo el trabajo de mis sueños. Emprendedor, amante de la música, los deportes, la comida y tecnología. También comparto rolas, noticias y chisma en programas...

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