Son tiempos difíciles para el coleccionista casual de discos, y no precisamente porque no existan tiendas de discos en la actualidad o porque la gente ya no escuche música. Al contrario, es probable que la juventud de nuestro presente tenga acceso a más música y conozca más bandas que las generaciones anteriores. Lo que sí es evidente es que estos días no parece haber mucho interés por poseer la música.

No hay duda de que hay gente que todavía compra records en formato físico, ya sea en disco compacto, acetato o -si te quieres ver muy hipser- cassette. Sin embargo, aquel que llega a tener uno de estos objetos entre sus manos suele ser de una mentalidad que yace en uno de los dos extremos:

1. O se trata de alguien que obtuvo el disco porque se lo regalaron, se lo heredaron, o se lo encontró por ahí; y solo para que luego lo deje arrinconado, sin abrir, en su clóset.
2. O se trata de un coleccionista que se dedica a cazar discos con el fin de que estos ocupen un lugar pre-asignado en su catálogo, como si fuera un fetiche.

La persona a la que me refiero como “el coleccionista casual de discos” es aquel consumidor que hace años se contaba entre la mayoría y hoy forma parte de una especie en peligro de extinción: el fan. Y para ser más preciso, el fan que compraba, compra y seguirá comprando discos hasta que dejen de existir sellos y artistas que los editen.

Gracias a la creciente penetración en el mercado de los servicios de streaming (como Spotify, Rdio, Google Pay, Deezer, y bla bla bla) el consumidor no tiene ningún incentivo para descargar canciones. ¿Para qué? Sólo están gastando memoria. Y con las apps que además te permiten llevar estos servicios en tu smartphone, el concepto de descargar rolas a tu teléfono para tener una librería de mp3 siempre contigo también parece obsoleto.

Bajo el concepto de la Ley de Moore, los servicios de streaming remplazaron el modelo de descargas en la mitad de tiempo que le tomó a éste último para reemplazar al CD como el formato preferido del consumidor. Según dicta esta misma ley (que también aplica sobre esta tecnología), Spotify y Deezer no van a tener mucho tiempo en el escenario antes de que venga el siguiente formato para conquistar un territorio cada vez más volatil.

Lo que nos muestra esta evolución en los hábitos del consumidor es que con el paso de los años tenemos menos posesión de un objeto. En la era digital moderna, un “disco” es más bien información que existe en la red y es compartida por millones de usuarios. Tú como fan puedes tener acceso a esa “información” sin tener que subirte a tu coche y manejar a una tienda de discos; ni siquiera tienes que esperar una hora o dos a que se descargue un archivo .rar. La música está ahí, al alcance de tu mouse y a un par de clicks de distancia. Podrás pagar una tarifa mensual de suscripción pero, eso sí… la música nunca será tuya.

Aquellas personas que se aferran a los viejos ritos de buscar y cazar discos de tienda en tienda, a menudo terminan en una sucursal de Mix-Up, confundidos porque la mitad de la tienda vende DVDs de series de televisón, otra parte son videojuegos, y en algunas dos o tres hileras hay CDs de éxitos comerciales y poperos por solo 99 pesos. Pero cuando llegan a cruzar el umbral de una auténtica tienda de discos, a menudo se encuentran totalmente solos, acompañados únicamente por el encargado que más bien parece extrañado por la presencia de alguien.

Todavía no es una ocurrencia que pueda considerarse un milagro, pero de vez en cuando llegas a toparte con otro ser viviente que comparte tus gustos. Ah, cómo nos gusta recordar con nostalgia aquellos días (no tan lejanos en realidad, no soy tan viejo) cuando buscabas discos como sabueso; incluso ya te considerabas un experto en el arte perdido de examinar las portadas en microsegundos al momento que tus dedos recorrían los acetatos como patas de araña. Ah claro, y cómo te emocionabas cuando tus ojos se detenían sobre un hallazgo especial, algo parecido al excavador que ha encontrado oro y lo primero que hace es esconderlo de los demás y mirar con recelo a su alrededor. Otros días aquellos. (Para ser sinceros, no recuerdo estar en una tienda de discos y platicar de esa manera con extraños; más bien son el tipo de conversaciones que se dan con más frecuencia en las redes sociales que en la videa real).

Es cierto, el internet le ha robado un aura de misterio y cierta emoción a este pasatiempo, pero no caigamos en el melodrama. A diferencia de los dos extremos ya mencionados, el coleccionista casual de discos simplemente se ufana de la idea de que la música que él escucha también es de su propiedad y tiene los cientos -o miles- de discos en su armario para probarlo. Cada mañana se levanta de su cama y camina delante de su colección de discos, esperando a que un día pueda presumir su tesoro a otro invitado.

Quizás no tenga todos los discos de Rush en vinilo o ese acetato de Unknown Pleasures que alguna vez alguien le ofreció por una cantidad ridícula de dinero, pero eso es lo de menos. No hay nada como saber que tienes algo para cualquier ocasión en tu colección. Tomarse la molestia de buscar con tus dedos el disco adecuado, sacarlo de su forro, ponerlo en el tocadiscos y colocar delicadamente la aguja no es una molestia del todo. Es un gusto.*

Razzmatazz, una columna escrita entre las horas de ocio que separan el sábado del domingo. Por: @ShyTurista

*P.D.: Excepto en las mudanzas. Ahí SI que es una verdadera molestia tener una colección de discos.

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