Aunque parezca difícil de creer, en este país hay gente que se gana la vida en los ámbitos de la cultura y las artes. Y no me refiero a un puñado de burócratas que pierden su tiempo en alguna oficina del gobierno federal, sino a miles de personas en todo el país que desempeñan un oficio con orgullo. Quizás sea una exageración decir que “tratan de ganarse la vida”; hechos recientes nos han revelado que esta gente apenas tiene para sobrevivir. Este viernes pasado se generó un poco de polémica cuando se difundió la noticia de que tanto el Conaculta como el INBA les debían a sus trabajadores, proveedores, subsidiarios y artistas meses de sueldo, particularmente a aquellos que perciben ingresos por concepto de honorarios.
Al decir que se generó “un poco de polémica” quiero decir que la sociedad mexicana no dio la impresión de estar muy indignada por las irregularidades de los órganos culturales del gobierno a la hora de pagarle a la gente que presta sus servicios. Aunque condenamos en nuestras redes sociales con muchos hashtags la negligencia de los funcionarios que se encargan de repartir el botín (dinero que a final de cuentas son nuestros impuestos), la verdad es que sus actos de corrupción nos sorprenden tanto -o sea, nada- como los ridículos aguinaldos que cobraron nuestros senadores y diputados esta Navidad. Una vez más, nos limitamos a alzar el puño en el aire como habitantes de Shelbyville antes de volver a buscar videos cagados en YouTube.
Quizás en un país ideal, los políticos que elegimos a través del voto popular son dignos de percibir un sueldo modesto mientras los artistas son los que viven en mansiones de las Lomas financiadas por Grupo Higa. Sin embargo, la realidad es muy distinta a ese sueño guajiro. Tenemos un pequeño consuelo: el presidente del Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa, aseguró a los medios de comunicación que se van a poner al corriente con los pagos a partir de este lunes, aunque aquí todos sabemos que del dicho al hecho hay mucho trecho.
Lo que sí queda claro es que en México existe tan poco aprecio por las artes que no nos indigna el hecho de que ni siquiera el gobierno quiera pagarle a sus trabajadores. Y no es que carezcan de los recursos para satisfacer las exigencias presupuestales de cada órgano cultural; resulta muy fácil asumir que simplemente no se les pega la gana. Los congresistas prefieren recompensar sus propios “esfuerzos” con jugosos bonos navideños que asignar recursos a proyectos que fomenten la lectura, por ejemplo. Mientras tanto, en Canadá existen subsidios gubernamentales destinados a apoyar bandas locales independientes. Claro, aquí tenemos el FONCA para jóvenes creadores, pero el número de becas que se otorgan cada año y el monto de dichas becas difícilmente cuenta como incentivo. Un joven poeta tiene mejores probabilidades jugando al Melate.
Nuestro gobierno actual no parece estar consciente que la cultura es el rostro humano que ofrece un país al resto de mundo. Cuando la comunidad internacional gira la vista hacia México, ya no se fija tanto en nuestra gastronomía, ni en nuestras artesanías, o la música, el cine o la literatura. En lugar de eso ve violencia, decapitados, drogas, ignorancia, corrupción, pobreza, crimen, y abusos de autoridad. Si los funcionarios públicos le restan importancia a la cultura -o sea, el hilo que conforma el tejido social- realmente no tenemos muchas opciones. Los avances tecnológicos en la materia de comunicaciones (el internet, pues) le han cerrado las vías a la iniciativa privada de exprimirle todo el jugo creativo posible a sus artistas. Esto significa que las grandes empresas prefieren mantenerse en los márgenes, por lo menos hasta que se les ocurra un modelo en el que puedan extraer beneficios en la era digital.
Como no hay mucho mecenazgo que digamos desde arriba, el arte no tiene más remedio que apelar a su principal receptor: ¡el pueblo! El problema es que “el pueblo” tampoco está muy dispuesto a “tirar” su dinero en, digamos, un libro de 300 pesos, o en un concierto de 500 pesos. En parte es porque el arte es percibido como un lujo de las clases privilegiadas, y por el otro lado, estamos muy acostumbrados al consumo de un producto de calidad inferior por medio de la piratería y/o el internet. A pesar de todo esto, tengo una propuesta que puede servir tanto para apoyar a artistas locales como para enriquecer la escena nacional. Se trata de un proyecto muy simple que a la vez es muy ambicioso, pero ya entraré en detalles cuando sea publicado el próximo Razzmatazz.
P.D.: Por si alguien ocupa, dejo por aquí un playlist de las 100 mejores canciones de 2014 según Pitchfork.