Por Roco Casillas 

Hace un par de semanas recibí un mensaje de Whatsapp que decía “Mañana tocan Los Sabinos en el Pata Negra ¿vamos?”. Éste fue el último de 4 mensajes de personas distintas hablándome del concierto. En una era donde el spam de eventos de Facebook es la misma muerte de los conciertos, que la “publicidad” para este toquín me llegara a través de conversaciones con amigos de distintos lados, indicaba que había algo particular en torno a esa noche. Al llegar al Pata Negra nos dimos cuenta de que los rumores y susurros sobre el concierto se habían extendido por la ciudad, y el lugar ya estaba que reventaba. Y eso que era martes.

Mientras esperábamos durante el elegante retraso de todos los conciertos (que a mi juicio es una práctica que debemos erradicar), debatíamos cómo se iba a solucionar la ausencia de Rita Guerrero; si invitando a una cantante, o con Poncho Figueroa frente al micrófono.

Se apagaron las luces, subieron Los Sabinos al escenario y el primer milagro de Santa Sabina sucedió.

Las letras de Rita Guerrero no llegaban sólo de los micrófonos en el escenario, sino que emanaban del público. La iglesia de la Santa Sabina se había reunido, y los feligreses cantaban para invocar a los muertos, quebrar el tiempo y unir a la gente. No hubo tregua, y todas las canciones fueron coreadas, incluso cuando la voz demandaba llegar a notas que absolutamente nadie en el edificio podía aspirar a lograr. Los Sabinos tocaban como si no hubieran parado nunca y se les podía ver radiantes sobre el escenario.

Cuando parecía que la noche se había cumplido, el segundo milagro sucedió.

Poncho Figueroa anunciaba al micrófono: “Queremos invitar a una querida amiga que viene de muy lejos para que nos acompañe en la siguiente canción”, palabras más, palabras menos [cuando de milagros se trata los hechos son lo que menos importa].

Fue entonces que del sonido local escapó una voz, primero ominosa, luego familiar: era Rita.

Todos los que hemos perdido a alguien y le hemos reencontrado en la música que hacía sabemos lo impactante que es esta experiencia. Con el paso de los años olvidamos detalles de nuestros muertos y llega el día en que olvidamos su voz. Queda la huella sonora, pero ya no podemos llenarla por nuestra cuenta. A través de la domesticación del eco podemos escuchar a nuestros amigos, amantes, padres, madres, hermanos, hermanas, y mantener vivo el recuerdo un poco más.

Cómo no iban a llevar los peces del viento su mensaje a lo largo y ancho de la ciudad, si por una noche Santa Sabina volvió a manifestarse. No porque estuvieran los sobrevivientes sonando, ni porque una voz engañara a la muerte por unos minutos, esta construcción caería con sólo estos dos pilares. La iglesia de la Santa Sabina estaría incompleta sin un último pilar: los cánticos de su público. Fue esta divina trinidad la que hizo que sucedieran los milagros de esa noche hace tiempo.
La fecha ya no importa, esas van y vienen. Lo que importa, es que una vez más fuimos testigos del poder de la música para invocar muertos, quebrar el tiempo y unir a la gente.

*Todas las imágenes de esta entrada fueron tomadas del álbum subido por el Pata Negra del evento.*

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Roco Casillas estudió literatura inglesa en la UNAM. Es músico y estudia una maestría en gestión cultural.

Twitter: @rocorcholata

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