Pussy Riot es un colectivo, no una banda punk. Debemos tener eso muy claro para comprender su presentación en Ceremonia 2019 y reconocer que se trató de un performance y no un concierto en el sentido estricto de la palabra que se adecua, de este modo, a los festivales; es decir, con 45 minutos o poco más de tiempo en que los artistas interpretan un setlist de sus canciones más recientes o sus éxitos.
Ahora bien. Considerando esto, se puede hablar del poderoso mensaje que Pussy Riot envió a la audiencia que se reunió en el escenario Corona del festival, esperando la salida de los miembros principales con sus máscaras y trajes distintivos que potencian lo que quieren decir.
El año pasado, en el Vive Latino, denunciaron al estado feminicida dada la crisis de violencia sistemática contra las mujeres, y las alarmantes cifras de feminicidios, la máxima expresión de violencia contra el género. Ahora, no fue distinto, pero con un agregado: la legalización del aborto en todo México.
De este modo, Pussy Riot salió con sus pancartas para exigir al estado y las autoridades el reconocimiento de este derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Y no está de más, aunque para algunos puede resultar molesto.
Alguien, antes de que comenzará la presentación, preguntó: “Son bien feministas, ¿verdad?“, y le respondieron que sí, que “un buen“. Pero son más que eso. México vive un episodio alarmante, como mencionamos, de distintos tipos de violencia contra las mujeres, pero también de denuncia que ha dividido fuertemente a la sociedad bajo distintas etiquetas como “feminazis” y “machos”, los dos extremos que dejan de lado el punto medio que escuchamos en este performance del colectivo ruso como “poder”, “libertad” y “justicia”.
Se subió una mujer al escenario, a la mitad, y dijo en español:
“La misma que le exige al Estado, volver entera a casa… Yo soy la pecadora, la del pañuelo verde. Yo soy la abuela de la Plaza de Mayo, la victoriosa… y ahí, donde usted señor Bolsonaro se atreva a abrir la boca en contra de una negra, de una lesbiana, de una disidente, ahí resonarán los cuatro balazos que me atravesaron. Yo soy española, soy 8M, yo sí te creo. Y cuando Trump declara ‘When I grab the woman by the pussy’, yo me multiplico por millones y contesto ‘MeToo’ hasta que no quede un sólo acoso sin denunciar.
Hasta que paren los abusos de mi jefe, de mi tío, de mi primo, de mi esposo. Yo soy la transexual de la Merced. Ser transexual en este país es una acto heróico… Te advierto, mi cuerpo es mi primer territorio… Sigo aquí, me reconoces… Soy las 43 incanzables madres y más de te vale, señor Andrés Manuel, que cumplas tu palabra. Porque no me pienso mover de aquí hasta que con vida me entregues lo que con vida se llevaron…
Pudiste descuartizarme, mi carne la pudiste clavar a cientos de miles de cruces rosas. Pero yo, yo que soy semilla, yo que soy cenzontle, piedra volcánica, yo te doy mi palabra. No habrá dictadura, no habrá ejército, no habrá fuerza capaz de amordazar este grito. Yo que soy amazona, yo que soy coatlicue, yo te doy el honor de mi palabra, mi palabra de hija, mi palabra de hermana, no habrá fuerza que amordace este grito: ¡PORQUE VIVAS NOS QUEREMOS!“.
A Pussy Riot no se le olvida de dónde viene. Y esa es una de las claves por la cual, el colectivo ha tomado tanta fuerza en todo el mundo, y por la cual encontramos una significativa similitud entre dos naciones tan alejadas y sometidas por una autoridad que ha dejado de lado al pueblo para dar protagonismo a la pobreza y la violencia.