En 1997, Garry Kasparov fue vencido por la Deep Blue de IBM en una partida de ajedrez. Pero contrario a lo que esa sentencia parece (un catastrófico desenlace para la raza humana), no se trató de una simple forma de incrementar el valor de una computadora, y por ende, de una empresa.

Pura publicidad, pura imagen, pura superficialidad. Pero este evento no ha sido aislado y desde antes que sucediera, el ser humano siempre ha tenido la inquietud de revelar un conflicto con las máquinas que él/ella mismo crea. Y no sólo nos referimos a la creación misma de la máquina, sino también del problema.

10 mayo de 1997: Garry Kasparov contra Deep Blue de IBM en una partida de ajedrez. / Getty Images

Ya en 1950 Isaac Asimov escribía The Evitable Conflict sobre un sistema económico mundial dirigido por robots inteligentes que han logrado crear una sociedad económica libre de conceptos como la guerra o el desempleo. Punto para las máquinas. Pero la cosa se pone compleja.

Estás máquinas comienzan a causar problemas económicos a propósito para así poder deshacerse de figuras humanas en puestos de poder que puedan decidir dañar a las máquinas, y por ende, a los seres humanos. En resumen, el sacrificio de algunos seres por el bien de la humanidad entera. Ley de la robótica #1: Ninguna Máquina puede hacerle daño a la humanidad; o, en su defecto, permitir a la humanidad hacerse daño.

Isaac Asimov / Getty Images

¿Y quién le dijo a la máquina que razonara de esa forma?, ¿quién la programó para determinar que un ser humano debe morir a favor de la preservación de una máquina que debe proteger a la humanidad? El hombre y la mujer. Ellos son los creadores del conflicto y de las respuestas al mismo.

Pero qué pasaría si en lugar de darle órdenes a una máquina de cuidar al ser humano  en sí mismo le decimos que nos ayude a preservar su memoria, su conciencia, el alma y la única cosa que nos separa del resto, la creatividad.

Eso fue exactamente lo que hicieron Ralf Hütter y Florian Schneider en la década de los 60 cuando decidieron que el ruido cotidiano podía ser música, y cuando entendieron que lo artificial se podía convertir en música. Y así fue como nació Kraftwerk.

Ralf Hütter y Florian Schneider se conocieron en el conservatorio de Düsseldorf en Alemania. Cada uno traía su escuela, pero su común denominador es que formaron parte de esa primera generación después de la Segunda Guerra Mundial que crecieron en una Alemania que tenía de todo menos el espíritu alemán (pues había sido arrebatado).

Florian Schneider, Karl Bartos, Wolfgang Flur y Ralf Hutter de Kraftwerk. / Getty Images

Algunas zonas estaban ocupadas por británicos. Otras estaban bajo el yugo comunista. Y otras no sabían para dónde voltear. Y entre estas tres, es que moldearon un gusto musical que rechazaba la música de aquellos países que los habían señalado a todos como nazis, y a su propio país con sus intenciones de superioridad y exterminio.

No se puede saber con exactitud, pero este escenario sin un referente, los condujo a un mundo de posibilidades entre varios géneros dominantes como el rock y el jazz, y por ahí se iba filtrando un sonido distinto y artificial. Y dieron en el clavo.

Kraftwerk en el Keio Plaza Hotel de Tokio en septiembre de 1981. / Getty Images

No podemos pensar en una banda o agrupación de electrónica anterior a Kraftwerk, y no hay. Quizá se pueda mencionar Organisation, la primera banda de Hütter y Schneider que logró sacar un disco titulado Tone Float que jugaba con los primeros dos géneros mencionados con anterioridad y los indicios de lo que harían después. Pero no hay más. Hicieron música desde cero.

Ahora bien. Hablamos de máquinas, pero no cómo las conocemos ahora. Kraftwerk arrancó con la automatización en sus discos Kraftwerk 1 de 1970 y Kraftwerk 2 de 1972. La banda alemana no tocaba generalmente las piezas de sus primeros discos, pero dense una vuelta con “Ruckzuck”, la primera pieza formal de Kraftwerk.

Fue en 1974 que el hombre/máquina que hace música, la imagen que llevamos en n nuestra cabeza, nació con Autobahn… Sólo hace falta escuchar la primera pieza “Autobahn” para entender que nada nunca se había escuchado así. Y nadie tampoco ha podido imitarlo. Minimalista y tecnología, armonía.

Fue el primer disco que incluía voz y una innovación bastante interesante: una batería electrónica que sería el primer intento de una caja de ritmos creada por Wolfgang Flür en el Kling Klang Studio donde también crearon otros instrumentos que utilizaron para sonar como máquinas.

 

A Autobahn, uno de los discos más vendidos en Estados Unidos, sorpresivamente, le siguieron Radio-Activity de 1975, Trans-Europe Express del 77, The Man-Machine de  1978, y Computer World del 81. Ya con estos estaba presente Karl Bartos. A partir de The Man Machine, se hizo parte de ellos la camisa roja y la corbata negra: hombre/máquina es lo mismo.

Kraftwerk “escuchaba” a las máquinas, o mejor dicho (no olvidamos las reflexiones del principio), escuchaban lo que ellos sabían podían crear con ello y con la recuperación del silencio y el ruido.

Kraftwerk en 1991./ Getty Images

La influencia de Kraftwerk está en todos lados, y es difícil no pensar en cualquier género sin reconocer que esta banda está presente. Pero primero está el pop. Kraftwerk ha sido nombrada como “The Beatles de la música electrónica” (New York Times, 1997), y son como el Star Wars del pop.

Pero también del techno, dance, dark wave, cold wave, el synthpop y hasta el hip hop. Planet Rock de Afrika Bambaataa es considerado como el primer disco de hip hop en la historia… y Kraftwerk está ahí.

El cuarteto alemán estuvo ahí con sus tiesas presentaciones y su rechazo a lo humano tangible, apelando sólo al que es capaz de crear una pieza musical que sonara industrial, fría, dura. Irónico, pues, si pensamos en lo que ahora es la electrónica y hasta el hip hop, puro baile.

La sensación de artificialidad en la banda no sólo fue musical, sino conceptual atravesando el terreno de lo que se veía de ellos. Y el mejor ejemplo es el siguiente. La última vez que hicieron una sesión fotográfica como humanos, fue en 1978… y de ahí, la figura de la máquina, de una central de energía, de Kraftwerk.

Kraftwerk / Getty Images

La máquina y el ser humano siempre han estado en un constante conflicto de supuesta superioridad aunque irónicamente, uno no exista sin el otro y el otro ya no pueda sobrevivir sin el uno. Kraftwerk no podía existir sin la máquina, y la máquina ya no podrá sonar igual sin ellos.

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