La entrega posterior al álbum debut y homónimo de Harry Styles de 2017, se apoya en fórmulas que desplazan al británico del rock, hacia oscilaciones entre pop experimental con elementos de Rhythm & Blues.
Ya teníamos certeza de la capacidad como escritor de Styles, con mensajes directos y no tan crípticos en el álbum anterior, cuestión que cambia para este LP de doce canciones, que requieren más de una vuelta para sentir cómo ha cambiado la vida del inglés, que no tiene censura para hablar de sus sentimientos.
En un refinado experimento en el que se permite hacer uso de elementos sonoros más diversos, Styles conformó equipo estelar de productores como Jeff Bhasker (Kanye, Jay-Z), Kid Harpoon (Lykke Li, Years & Years), Tyler Johnson (Sam Smith, The Head and the Heart) y Greg Kurstin (Adele, Liam Gallagher).
Los temas suelen ayudarnos a tener más clara la identidad de Styles, que va lo positivo a lo negativo con facilidad en este disco, por ejemplo, “Falling” desintegra cualquier señal de esperanza dentro de una relación, lo que contrasta con canciones como “Adore You”, mucho más amorosa.
Se siente el interés que Styles tiene en construir canciones que alcancen lugares íntimos, pero puedan tocarse en estadios, como lo que sucede en “Lights Up”, en un descubrimiento propio acompañado de coros que escalan el tamaño de la canción.
Hay canciones que fácilmente pudieran haber sido colocadas en un género puro, como es el caso de “She”, basada en un Rhythm & Blues, transformado hacia un formato más experimental, con sintetizadores que envuelven letras sobre una misteriosa idea de mujer ideal y rompe en una extravaganza psicodélica que ya queremos ver en vivo.
Styles ha declarado que el camino a este disco estuvo marcado por la ambivalencia de sentirse feliz y sentirse triste, lo que se ve directamente reflejado en los drásticos temas, en cuanto a letras y música. Pasamos de momentos como “Watermelon Sugar” o “Sunflower, Vol. 6”, alegres y bailables a “To Be So Lonely” o la obscura “Falling”.
La redención ante la ambigüedad llega de manera épica en “Fine Line”, que culmina el disco en grande, transcurre de una guitarra con la voz de Harry a una resolución entre cuerdas, sintetizadores y hasta una sección de metales.
Independientemente de esto, la atención a la calidad del sonido hace que los cuarenta y seis minutos del álbum se disfruten, como la presentación de Harry Styles, con su núcleo de rock dirigido a un álbum con atmósferas sintéticas que va a sonar fuerte el año que entra, ya que, además, ha anunciado una extensa gira mundial que llegará a México en otoño del 2020.