Tuvieron que pasar nueve años para que Depeche Mode, una de las bandas de synth pop más representativas de todos los tiempos, regresara a México. El verdadero fanatismo que Dave Gahan y compañía han generado en los mexicanos es tal, que desde muy, muy temprano, un grupo de fans organizó bloques en el Foro Sol para que en cuanto se abrieran las puertas pudieran accesar y estar hasta en frente. Los que llegaron a las 5.00 en punto -hora en la que ya se podía entrar- tuvieron que esperar unos cuantos minutos para después correr, dentro de lo que los organizadores permitían, y ocupar el lugar perfecto para ver a Depeche.

Las horas pasaron junto con las chelas, botellas de agua, paletas heladas que parecían navegar entre las personas l igual que el dinero. Nadie se aventaba, todos platicaban de su vida Godín, de la banda telonera (Rey Pila), de cosas sin importancia pero que hacían más llevadera la espera que después de tantas horas, una ligera llovizna, un atardecer color rosa, morado y después nublado por nubes negras, finalmente dio paso a ese escenario que de fondo tenía un setlist de música techno bastante prometedor que de pronto era interrumpido por las advertencias en caso de un sismo. Sí, las cosas ya no son iguales desde el 19 de septiembre.

Siguiendo con el show, es admirable la puntualidad que hubo. Todo comenzó a la hora exacta a la que lo habían programado. Rey Pila salió a escena y, aunque muchos no sabían que habría banda telonera, se sorprendieron al escuchar la “buena música de esa banda”, que de hecho, a los un poco más jóvenes, les llegó a recordar a The Strokes.

Con un set de 25 minutos y media hora más tarde, finalmente las luces se apagaron. Finalmente la pantalla al fondo del escenario comenzó a pintarse de colores para dar paso a esas leyendas de los 80, que vestidos en unos trajes muy formales y muy brillosos, pusieron a gritar a todos con “Going Backwards”.

Como su nombre lo decía, Depeche estuvo de gira por todo el mundo para promocionar su más reciente disco, Spirit, sin embargo, logró equilibrar bastante bien su setlist y, a diferencia de los conciertos que había dado por Europa y el del 11 de marzo, ahora decidió ir por las buenas viejas conocidas como “Judas”, “Policy of Truth”, “Somebody” y “I Feel You”, que de esta última hubiera sido, en lo personal, mejor que no la cambiaran por “A Question of Time”.

Durante dos horas y 15 minutos, la gente sacó sus celulares, iluminó el Foro Sol cuando sonó “Never Let Me Down” -tal como los fans habían programado que se hiciera-. Dave Gahan sacó sus mejores pasos de baile y cuando se cansaba, se agachaba y colocaba su mano en la espalda retando a los fans a que gritaran más fuerte. Martin por otra parte, intercalaba guitarras, teclados y tuvo sus momentos a solas en el escenario para interpretar en acústico “Judas” y “Somebody”. Su voz fue excepcional para estos momentos y para todos aquellos en los que Gahan le hacía segunda. Andrew… el buen Andrew movía sus manos con esos pasitos ochenteros, las levantaba para hacer que todos aplaudieran y aunque estaba detrás, se veía que disfrutaba cada canción.

Sobra decir que de los puntos altos, fueron “Policy of Truth”, “Enjoy The Silence”, “Home”, “Never Let Me Down”, “Precious”, “Everything Counts” y sí, “Personal Jesus”. Aquí es importante destacar que, estos clásicos son clásicos por una razón. A los fans les gusta y esa es la razón por la cual Depeche Mode sigue tocándolos durante sus giras. Faltaron algunas canciones, sí, pero el setlist estuvo muy bien equilibrado entre lo nuevo que traían con Spirit (2017), y algunas joyas del Ultra (1997), Violator (1990), Black Celebration (1986) y Playing The Angel (2005).

No se necesitaron los empujones, que la gente gritara que “bajaran sus celulares” o los borrachos-drogados impertinentes en los conciertos. Depeche Mode no es una banda para cualquiera y su séquito de seguidores, al menos la mayoría, son chavorrucos. Los jóvenes que pudimos presenciarlo fue toda una maravilla. Fue un éxtasis de sintetizadores, teclados, bajo, batería y voz de Dave Gahan que queremos copiar en la próxima fiesta. Para ser un concierto de poco más de 65 mil personas, todo se sintió como una hermandad, como un lugar al que van las personas a extasiarse de música, de sus rolas favoritas, de asombrarse por lo que tienen ante sus ojos que es: una banda que no queremos que muera nunca, una banda que con el paso de los años nos sigue haciendo bailar, una banda que queremos que regrese no dentro de nueve años, sino más pronto. Más porque nunca tendremos suficiente de ellos.

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