Quizá lo que más me gusta de la Ciudad de México es que los eventos nunca paran y hay para todos gustos… o moods, porque hay que reconocer que no siempre se quiere ir a reventar la garganta en un concierto de gran magnitud (aunque no negaré que, para mí, son los mejores).

Julia Holter había sido, hasta ahora, una cantante a la que le he sido poco cercana. Pero anoche cambió mi idea sobre lo que un concierto significa. Si bien no será el evento del año y seguro habrá muchos más que atesoraré en mi memoria, este fue un buen recordatorio de porqué amo los conciertos.

La estadounidense logró convertir el Ex Convento de San Hipólito en un espacio para desprendernos de nosotros mismos y simplemente escuchar. Lo juro, no había ido a un evento con tan pocos celulares en mano y con tantos ojos cerrados al son de una melodía, pero supongo que eso es lo que hace a Julia especial.

Su voz hipnotiza, es potente pero dulce a la vez. Ni los nervios que se hicieron evidentes en el escenario lograron cortar la magia de lo que ahí sucedía.

Un escenario simple, visuales que incitaban a viajar, Tashi Wada y su sintetizador junto a Holter, su piano e increíbles cuerdas vocales, esos fueron los ingredientes de una noche amena, tranquila pero muy agradable.

Era la primera vez de Julia en un escenario mexicano y, pese a que no rebasábamos las 250 personas, ella se veía feliz de poder pisar la tierra que en su juventud visitó y de la cual quedó enamorada por sus días lluviosos (esos que muchos aquí detestamos).

Con frases entredientes (quizá era mucha la emoción), Julia platicaba en ocasiones con nosotros, su gusto por tocar para los que estuvimos ahí era obvio, así como el placer de aquellos que iban en solitario a beber su cerveza, fumar su cigarrillo y escuchar “I can’t turn away”, “Pequeño Vals” (la más linda, a mi parecer, de todo el setlist), “Feel You” o la obligada “Sea Calls Me Home”. 

Otra vez, esto fue un recordatorio de las razones por las que los conciertos son hermosos: Porque es en ese momento, cuando la banda o artista está en escena, cuando lo podemos ver desnudarse (a veces literalmente) frente a nosotros y mostrarnos ese lado que quizá en las pláticas no podemos ver.

Porque es ahí, sobre el escenario, cuando quienes dirigen la noche nos recuerdan que la música es una experiencia que se vive con todos los sentidos.

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