Por: Encarni Remolina desde Chicago
Si Celso hubiera sabido que este sería su último concierto tal vez hubiera pasado menos tiempo molesto, menos tiempo reclamándole a los del sonido que el micrófono del acordeón sonaba menos que el de la voz.
O tal vez, les hubiera reclamado más. Tal vez hasta arreglarlo. Si hubiera sabido que era el último, hubiera cantado otra canción o dos más.
Tal vez la tarde nos hubiera durado hasta la noche pero los caminos de la vida y el programa musical del fin de semana ya tenían marcados los 40 minutos de duración. Es un festival grande, van de acto en acto y no se puede detener todo por un futuro muerto.
Más que nada porque nadie sabía que sería tan pronto un muerto. Nosotros tampoco lo supimos, y bailamos, bailamos y al Maestro tampoco le gustó que la mitad del público no pudiera cantar el Aunque no sea conmigo. La verdad es que me hubiera gustado decirle que no todos hablaban español, que no era nada personal.
Nuestro amigo Pablo, el poeta, abrió el concierto. Habló de su chica, que es tan sucia como las calles del barrio, y del barrio y de lo que es ser hijo de migrantes en Chicago o en cualquier otro lugar. Me pregunto si hubiera leído otra cosa de saber que el maestro ya venía con la muerte puesta pero nadie la vio.
Fui al concierto con un amigo que me contó antes de que comenzara que había visto a los Ángeles Azules en Juchitán, justo una semana antes de que el terremoto dejara a la ciudad del istmo desolada. Tres días después demolieron la que había sido su escuela.
La mujer detrás de nosotros grabó todo el concierto. Nos burlamos, nos pareció gracioso que nuestras cabezas saldrían en todo su video. Ahora tiene la grabación completa del último concierto de Don Celso Piña.
Yo tengo solo un pedacito en video y el resto entre mis pies de cumbia y mi corazón. Grabé solo su entrada al escenario. La bendición que nos echó a todos como si hubiera sido el cura de ese domingo en el barrio.
[brid video_id=”454621″ title=”El último concierto de Celso Piña”]
Recuerdo haberlo pensado. “Voy a guardar el celular para disfrutar el concierto y la bailada”. Eso hice. Bailé los 40 minutos sin parar y el tiempo que paré fue para que el rebelde del acordeón escuchara (aunque seguramente no me escucharía) que algunos presentes si nos sabíamos la letra de “Aunque no sea conmigo“.
Si vienes por Pilsen, cierra los ojos y afina los oídos. El acordeón de Celso decidió tocar acá por última vez y tocará por siempre en el corazón del barrio.
Ahora me detengo. Debería dejar el celular más seguido para disfrutar el gran concierto que es la vida.