México tiene un gran mal y ese es el gobierno. Durante años, los mexicanos fuimos víctimas de saqueos y sumisión. En épocas más actuales, la corrupción se ha inclinado acorde a las conveniencias de los políticos y empresarios. Esto es algo bien sabido, no meras palabras que surgen súbitamente. La gente se cansó. Se cansó de vivir en la inseguridad, en un país donde la canasta básica no es suficiente, donde los víveres básicos son más caros que el salario mínimo. Donde no hay oportunidades de trabajo y las que hay, son mal pagadas. Donde los contactos son más importantes que el talento o habilidades mismos. Donde los feminicidios, cárteles y secuestros están a la orden del día. Tal vez todos nosotros sepamos esto, pero Roger Waters no. El cantante, que visitó nuestro país hace un par de años, no conocía a fondo los problemas que aquejaban a México, pero sí sabía de la existencia de 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, sí sabía que Enrique Peña Nieto era un mal gobernante que no hizo nada, absolutamente nada por mejorar la situación política y económica. Que únicamente se encargó de ser la fachada, la careta ante unas intenciones mucho más ocultas y que perjudicaban a otros. 

Tras haber dado un par de conciertos en el Foro Sol el 28 y 29 de septiembre, Roger se tomó un día para descansar, para que todo estuviera listo para ese concierto masivo que se llevó a cabo en la plancha del Zócalo capitalino, que reunió a propios y extraños pero que juntos, de pie, sentados en las banquetas, en los toldos de los comercios, que inundaron no solo la plancha sino también las calles aledañas —siete cuadras para ser precisos— e incluso Bellas Artes, escucharon la voz de Waters, cantaron con él, se unieron en un grito desesperado sin importar que los granaderos estuvieran presentes, que los helicópteros revolotearan como aves de carroña. Todo sobrepasó las expectativas. Todo fue más allá y no tuvo fin. La gente, por primera vez, sin necesidad de conocer realmente al ex miembro de Pink Floyd, se unió a este concierto que más que ser un concierto, fue un movimiento que inundó corazones, que movió fibras, que significó un grito de la sociedad pidiendo, exigiendo un cambio. 

Desde temprano, poco a poco los fans de Roger Waters se fueron congregando en la plancha del Zócalo. Algunas calles estaban cerradas o con vallas puestas por los granaderos, se escuchaban a las patrullas del gobierno de la Ciudad de México dar algunas instrucciones. Algunos hacían precopeo, otros simplemente se alistaban por si llovía, por si tenían hambre, por si querían pasar al baño… así sucesivamente el tiempo pasó hasta que finalmente el Zócalo quedó completamente lleno. No había un alma más que cupiera ahí. Entonces, los granaderos, por más que intentaron contener a la gente, ésta se saltaba las vallas, los saltaba a ellos, querían tener el mejor lugar. Muchos lo lograron. 

Para el momento en el que la noche llegó, entonces las pantallas instaladas no solo en la plancha a los pies de Palacio Nacional y de la Catedral, sino también en algunas calles aledañas y en el Palacio de Bellas Artes se encendieron, comenzaron a pasar los visuales, los helicópteros comenzaron a hacer más ruido, pero luego ya no se sabía si esto era de los helicópteros físicos o de los efectos que se escuchaban de fondo. Algunas personas llevaron a sus hijos, los cargaban en sus hombros y buscaban el mejor lugar. Aquellos que vivían cerca salieron a sus balcones, se asomaron a sus ventanas, caminaron por las bardas para alcanzar a ver desde arriba y desde lejos. Toda una experiencia que jamás antes había sido vista. 

Las almas anhelantes por escuchar la música de Roger Waters finalmente vieron sus deseos saciados luego de que él saliera a escena. Para acompañarlo, estaban sus dos coristas — que de hecho tienen una banda propia—, sus músicos, sus visuales excepcionales que abarcaban una gran dimensión dentro del Zócalo. Así fue como poco a poco comenzó a pasearse el cerdito, el famoso cerdito entre las calles. Una señal de dinero, de cerdo capitalista, un grito de la forma en la que este mundo globalizado se está consumiendo. 

La cita fue un sábado 1º de octubre de 2016. Irónicamente un día antes de que se conmemorara la matanza del 68, de lo ocurrido con los estudiantes, en Tlatelolco, de esa represión social que México sufrió y que hasta ahora no ha superado y ni siquiera tiene una cifra exacta de muertos. Un tanto parecido a lo que sucedió con Ayotzinapa. La corrupción e impunidad de nuevo. Un déjà vu que hemos vivido durante 50 años y ya no queremos volver a repetir. 

Entonces sonaron “Breathe”,”Set The Controls for The Heart of The Sun”, “One of These Days”, “Time”, “The Great Gig In The Sky” y “Money”, una de las canciones más voraces en las que la gente comenzó a sentir ese calor sin importar la llovizna. Después se escuchó “Pigs On The Wing 1”, “Pigs On The Wing 2”, “The Happiest Days of Our Lives”, y finalmente, esa fábrica que aventaba a niños a una máquina para después procesarlos y hacerlos carne molida, volvió a la mente de todos, a los visuales y, al unísono, se escuchaba: “All in all you’re just another brick in the wall”. Así, gritando, cantando desesperadamente, levantando los puños. Así fue como todos en ese momento alzaron la voz, vibraron, sintieron y se sumergieron en ese sentir colectivo, en esa liberación para viejas, actuales y nuevas generaciones. 

La última vez que toqué en México conocí a unas familias de los jóvenes desaparecidos. Sus lágrimas se hicieron mías, pero las lágrimas no traerán de vuelta a sus hijos. Señor Presidente, más de 28 mil hombres, mujeres, niñas y niños han desaparecido. Muchos de ellos durante su mandato, desde el 2012. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó?El no saber es el castigo más cruel.

Recuerde que toda vida humana es sagrada, no solo la de sus amigos. Señor Presidente, la gente está lista para un nuevo comienzo. Es hora de derribar el muro de privilegios que divide a los ricos de los pobres. Sus políticas han fallado. La guerra no es la solución. Escucha a su gente, Señor Presidente. Los ojos del mundo lo están observando.

Con este discurso, todos comenzaron a pedir la renuncia de Peña Nieto. A la par, en las pantallas, aparecía la leyenda “Renuncia ya” y, de alguna u otra forma, los mexicanos pudieron ofender a un mandatario que hoy damos gracias de que esté a punto de irse. Tal vez en ese momento no hubo un cambio, no rindió cuentas de lo que le ocurrió no solo a los 43 estudiantes sino a los demás desaparecidos o asesinados, pero hoy, hoy la gente ha sido escuchada. Hoy estamos bajo el mandato de otro presidente que a partir del 1º de diciembre tendrá que rendir cuentas, pero también recae en nosotros exigir y más allá de exigir, dar. Ser buenos ciudadanos, ayudar al prójimo, cumplir con nuestras obligaciones y responsabilidades, ser hermanos porque, así como lo fuimos en el concierto de Roger Waters ese 1º de octubre de 2016, así como lo fuimos el 19 de septiembre de 2017, debemos serlo siempre. 

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