Quien haya estado anoche en el concierto, entenderá que lo que sea que yo describa en los siguientes párrafos, se quedará corto en comparación de lo que vivimos.
Conocí a Justin Vernon (la mente detrás de Bon Iver) hace unos años, cuando mi ex creyó prudente presentarme a uno de los grandes del folk… y al que sería, después, mi confidente para cuando terminara mi relación.
Vernon no sólo es capaz de romperte en dos líneas, sino que es un genio que ha adquirido la grandiosa habilidad de hipnotizarte con su canto; algo así como el flautista de Hamelín en “tiempos modernos”… y anoche nos convertimos en su ratones.
La sala del Pepsi Center WTC se llenó casi por completo de dos tipos de personas: aquellas que llevaban a su pareja para recordarse que, aun si las cosas no van bien (porque, vamos, Justin Vernon no es precisamente un compositor de “canciones para dedicar a tu novio(a)”), continúan juntos; y de aquellos que ansiábamos cantar “…and now all your love is wasted, and then who the hell was I? And I’m breaking at the britches, and at the end of all your lines…” como nuestra manera catártica y poética de deshacernos del dolor de un amor no correspondido (sí, evidentemente “Skinny Love”, la más conocida por todos, fue uno de los episodios más emotivos).
Bon Iver nos debía este momento desde hace mucho tiempo y la espera valió completamente la pena. Estoy segura de que todos en nuestra mente, imaginamos un show muy distinto, pero Justin superó nuestras expectativas y voló nuestras cabezas.
Interpretaciones como “Holocene” hicieron de la noche la más íntima de todas. Las luces se atenuaron de manera perfecta y viajamos junto a Bon Iver a ese bar en donde se embriagó para olvidar la ruptura de su relación. Nadie quiso interrumpir esa escena. Nadie cantaba y nadie se movía. Todos estábamos concentrados en esa salvaje manera de Justin de dirigir a su orquesta mientras los focos que adornaban el escenario se convertían en la pareja de baile de las percusiones.
Un par de baterías (¿por qué conformarse con una si pueden ser dos?), trombones, trompetas, guitarras, piano y un saxofón (la cereza más deliciosa del pastel que nos regaló increíbles solos) fueron los componentes del ensamble dirigido por Vernon.
Cada interpretación fue profunda, como si Justin se hundiera en cada una de sus piezas y se olvidara de que existimos, para luego regalarnos momentos como en “715 Creeks” o “Flume” que se volvieron el motivo de muchas lágrimas (las mías, por ejemplo). Vernon no cantó, él se deshizo en sus letras… “I hurry ‘bout shame, and I worry ‘bout a worn path. And I wander off, just to come back home”, y obviamente, nosotros nos deshicimos con él.
Bon Iver me recordó porqué soy fan de los conciertos: Nada se va a comparar con la energía que puede sentirse en medio de cuatro paredes en donde solo estás tú y tu banda o artista favorito. Nada se va a igualar a escuchar a más de 5 mil personas cantar “How to know who can cull up all the questions to clean out a night. I fell in love” mientras se te eriza la piel y se te llenan los ojos de lágrimas… Justin Vernon es un claro ejemplo de porqué llamamos “artistas” a los músicos.
Gracias, Justin, por recordarnos que el amor duele, pero que no hay nada mejor que estar enamorado. Como tú dijiste: “Cada momento es especial” y tu concierto lo fue.