¿Qué harían si encontraran el el bolsillo de su abrigo una vieja hamburguesa que compraron en 1999? La mayoría de las respuestas serían “la tiraba”, ¿no? Pero ¿qué harían si descubrieran que ésta no ha envejecido un sólo día? Esto es lo que le sucedió a un hombre olvidadizo.
Ésta es la historia de David Whippie y su hamburguesa inmortal. Un día de Julio de 1999, el hambriento hombre decidió satisfacer sus deseos más básicos con una sabrosa hamburguesa de McDonald’s, misma que, por algún ajetreo de la vida diaria, olvidó dentro de una bolsa de su chaqueta por poco más de catorce largos años.
Al redescubrirla recientemente, Whippie consideró tirar la bolsa de cartón que contenía la hamburguesa; sin embargo, la curiosidad se antepuso al sentido común y decidió revisar el estado de su longevo alimento. Fue entonces cuando vio que su sándwich estaba en casi perfectas condiciones: la carne, el pan, la catsup; todo, a excepción de un pepinillo que se había desintegrado, tenía una apariencia “comestible”.
Desde entonces, el dueño de tan bizarro pedazo de historia decidió mantener su hamburguesa junto con su empaque original, bolsa de cartón y recibo, para mostrarle a la gente cómo es que trabajan las enzimas que le dieron una vida tan larga a su alimento.
Resulta increíble ver que, al igual que otros experimentos que demuestran la misma conducta, ni la carne ni el pan fueron consumidos por los hongos ni las bacterias.
Whippie continuará conservando su pieza histórica para convencer a sus nietos de comer saludable.
Como nota adicional, en la red abundan experimentos similares que destacan las propiedades de conservación que algunos alimentos de la comida rápida tienen sobre sus contrapartes caseras. Los resultados asustarían hasta al más ávido devorador de hamburguesas y frituras que nos regala la mercadotecnia y la dulce globalización.
