Así como hay jefes que son la pura onda, hay otros que hasta parece que su trabajo es ‘molestingar’ a los empleados. Tal es el caso del dueño de un taller mecánico en Georgia, Estados Unidos, quien se encargó de hacerle la vida imposible a Andreas Flaten, un joven de 33 años que terminó renunciando y no conforme con ello, le hizo un regalo para que jamás se olvide de él: su último pago, 90 mil dólares en monedas de un centavo.
Todo comenzó cuando Flaten, cansado de los gritos y malos tratos, presentó su renuncia, exigiendo la paga que se le debía desde hace varios meses. El dueño de taller, ubicado en la ciudad de Peachtree, se negó, argumentando que él había causado varios daños al taller durante los años que trabajó ahí, pero no le quedó de otra que acceder de último minuto, cuando Andreas le dijo que llevaría su caso a los tribunales.
230 kilos en monedas
El joven solicitó que pasaran a su casa a dejarle el cheque, aunque su jefe, ya tenía otros planes en mente. Durante la última semana de marzo del 2021, tocaron la puerta de Flaten, y al abrir, el hombre quedó boquiabierto al ver que había un cerro de monedas en el piso de su entrada, para ser exactos, 90 mil dólares en monedas de un centavo, cubiertas de una especie de aceite y como cereza del pastel, en la cima habían dejado una nota, en la que decía ‘¡jódete!’
El chico tenía tanta moraya, que es una lástima que nadie lo haya invitado a ser padrino de bautizo, por aquello del ‘bolo’, pero lo peor, como relata Olvia Oxley, novia de Flatern a través de su cuenta de Instagram, es que los miles de centavos estaban tan grasosos, que ni siquiera era posible recoger los 230 kilos de monedas del piso.
La solución, fue recoger las monedas de un centavo con una pala, para después echarlas a un contenedor de basura. Por supuesto, que después de aquél incidente, Andreas Flaten, quedó convencido que lo mejor que pudo hacer, es escapar de ese ambiente tóxico, del maltrato laboral y sobre todo, de ese tipo de personas que en lo único que piensan es cómo molestar a los demás.
.
