Este pequeño ensayo fue leído durante las Jornadas Internacionales de Estudios Afro-luso-brasileños celebradas en la UNAM. Dichas jornadas fueron celebradas en memoria de José Saramago, a 100 años de su natalicio:

Don’t Look Up de Adam McKay y Ensayo sobre la ceguera de José Saramago son obras cuyos desenlaces son similares – uno más concluyente que el otro – y, además, tienen como tema principal la imposibilidad de ver.

En la obra de Saramago no hay explicación científica-biológica sobre la causa de la ceguera que aqueja a los personajes. Repentinamente, las personas comienzan a quedar ciegas y, ante el temor de que el padecimiento sea contagioso, son confinadas a un sanatorio resguardado de la manera más vil por las autoridades. Una de las consecuencias de tener una sociedad invidente es hacer que ésta se enfrente a sí misma en su forma más primitiva e irracional. El miedo, las soluciones torpes a los problemas, la ambición e indiferencia se maximizan. Algo que Saramago plasmó en ficción, pero que hace apenas unos meses vivimos con la pandemia del COVID-19.  

En la tradición occidental, la visión es asociada con el saber y el bien, entonces la ceguera sería todo lo contrario. Sin embargo, en la novelade Saramago publicada en 1995, la ambigüedad sobre las causas de la enfermedad que provoca una súbita ceguera abre la posibilidad de hacer varias lecturas de ésta: la “ceguera blanca” puede ser la perdida de la racionalidad, la deshumanización de la sociedad, una vuelta a las raíces más primitivas de la violencia o también la falta de empatía entre la gente ahogada por el consumismo.

En la interpretación canónica que me interesa exponer, la “ceguera blanca” (nombrada así por ser lo contrario a una amaurosis, es decir, una tiniebla total) tiene que ver con la imposibilidad de ver y reconocer la destrucción de la sociedad, ante la falta de razón y organización. Interpretación canónica de la escritora chilena Lina Meruane que se podría llevar más allá: no es la imposibilidad, es simplemente no querer ver.

Ese “no querer ver” es el mismo que está presente de forma más directa en Don’t Look Up. Una ceguera ante lo evidente (tanto como un meteorito que se dirige directamente a la Tierra) que permea entre la sociedad, proveniente desde el poder. Es una ceguera que parte de la “luminosidad” de la que habla Michel Foucault,  asociada a los excesos de la razón que llevan a las sociedades contemporáneas hacia el totalitarismo.

Sin embargo, en la película de Adam McKay hablamos no de una razón, sino de una sin razón o, si es el caso, un razonamiento ya no enfocado en el progreso y bienestar común (si es que alguna vez existió). Es, entonces, una razón cegada por intereses políticos y económicos, apoyada por el poder de los medios. Es lo que la investigadora Patricia Vieira califica como “una escisión dentro de la propia racionalidad, lo cual es uno de los rasgos distintivos de la modernidad inaugurada por la Ilustración”.

Foto: Netflix

“No miren arriba”, pide a la gente quien detenta el poder, aún cuando también sabe lo que se avecina. No existe la responsabilidad de los que pueden ver de la que hablaba Saramago en entrevistas ofrecidas por Ensayo sobre la ceguera.

La razón, la capacidad de ver, está depositada – coincidentemente – también en una mujer, la Dra. Kate Dibiasky. Sin embargo, a diferencia de “la mujer del médico” de la novela saramaguiana, ella no puede hacer nada, más que ser blanco de burlas por sus eufóricos intentos de que la gente vea lo evidente. Eso y contemplar la inminente destrucción del mundo. Desde este punto de vista, entonces, Don’t look Up, a pesar de ser calificada como una comedia, es menos optimista que la novela de Saramago.

Leonardo DiCaprio con Jennifer Lawrence en ‘Don’t Look Up’. / Foto: Netflix

“La cosa es que nosotros realmente teníamos todo, ¿no?”, pregunta el Dr. Randall Mindy, personaje interpretado por Leonardo DiCaprio en la película de McKay. Una frase dicha en una de las últimas escenas del filme, en el reconocimiento de que ese todo está perdido.

Y así es: luego de dicho el diálogo, un enorme meteorito cae sobre la Tierra provocando una destrucción total. Es una escena triste y frustrante, ya que se tuvo de frente la posibilidad de la salvación y ésta se perdió por la negativa a ver el problema y afrontarlo de la manera más simple. “Simple”, así, entre comillas, ya que, como buen filme de Hollywood, esa salvación implicaba el espectacular envío de naves para destruir la enorme roca espacial, pero, en seguimiento al tono satírico de las obras de Adam McKay, la película olvida lo heroico e inclina la balanza por lo que sucedería (y, quizás, sucede) en la vida real: la complicidad entre empresarios y gobierno (en este caso y para no variar, el de Estados Unidos) para atender intereses económicos y, con ello, condenar a la humanidad a su aniquilación.

La escena también es triste y frustrante, porque en ella se representa lo que, idealmente, debería ser sino lo único, sí uno de los elementos más importantes para la existencia en el mundo: la comunidad, la atención al prójimo, la solidaridad. Al ver que, pese a las advertencias de lo que militarmente se conoce como un “evento de extinción”, el gobierno estadounidense actuó tarde y el cataclismo es inminente, el Dr. Mindy se reúne con su familia y amigos. Antes del fin del mundo, tienen una última cena, la cual todos ayudan a su preparación. Fraternizan, agradecen y reconocen la importancia de lo poco con lo que se quedaron que, al parecer, es lo esencial. Tomados de la mano en la mesa, como en una ceremonia, reciben el apocalipsis.

Una escena similar describe José Saramago en Ensayo sobre la ceguera. Luego de sobrevivir al incendio del sanatorio en el que fueron confinados por estar contagiados de la misteriosa enfermedad que los dejó ciegos, las personas lideradas por la mujer del médico consiguen regresar a casa (la casa de la mujer) y, ahí, tienen una reunión en lo que podría calificarse como los límites del fin de la sociedad. Después de una modesta cena, la mujer del médico, quien es la única que no perdió la vista por la enfermedad, asiste al niño del grupo que pide agua y, cuando está por darle las reservas del depósito del retrete (ante la pandemia cegadora se agotaron todos los recursos), su esposo le recuerda de la existencia de un garrafón:

“la mujer exclamó, Sí, es verdad (…) fue a la cocina, regresó con la garrafa (…) colocó el recipiente en la mesa, fue por los vasos, los mejores que tenían, de cristal finísimo, luego, lentamente, como si estuviese oficiando un rito, los llenó. Al fin, dijo, Bebamos (…) en el centro de la mesa el candil era como un sol rodeado de astros brillantes. Cuando pasaron los vasos, la chica de las gafas oscuras y el viejo de la venda negra estaban llorando”.

Captura de pantalla / escena de Blindness, película basada en Ensayo SObre la Ceguera de José Saramago

Luego de esta escena, que, además de ser una reafirmación de la pequeña nueva comunidad formada por los ciegos sobrevivientes del sanatorio, parece una suerte de reconocimiento de las esencialidades de la vida (“un vaso de agua es una maravilla”, dice la mujer del médico), llega una anhelada lluvia que hace que el lector augure que la situación mejorará. Y así sucede: los ciegos eventualmente recobran la visión y, con ella, se abre la posibilidad de un nuevo inicio (o no, puede que todo regrese a como estaba).

 Las dos obras comentadas tienen como cierre la representación del inicio de una nueva sociedad, basada en el respeto, la unión y la solidaridad. Este último concepto, crucial para enfrentar los tiempos actuales, en los que el no querer ver es la característica principal de gobiernos y sociedades. Para ejemplo, esta alerta: “Estamos en una carretera al infierno climático con el pie en el acelerador. Nuestro planeta se acerca rápidamente a puntos de inflexión que harán que el caos climático sea irreversible”.

Esta advertencia digna de una película hollywoodense fue dicha por el secretario general de la ONU, António Guterres, en la pasada Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada hace apenas unas semanas, pero que se ha repetido desde hace años y desde diversos espacios, sin que algo se haga al respecto. La amenaza no es tan evidente como un meteorito que tiene fecha y hora para impactar, pero ahí está: de hecho, ya pueden verse algunos de sus daños. Lentamente nos está aniquilando.

Ante tal ceguera, la solidaridad es la representación de recobrar la vista. Al menos si nos referimos a ésta (la solidaridad) desde la noción del sociólogo Zygmunt Bauman, para quien, cuando existe un grupo formado por miembros que exhiben los atributos de la solidaridad, se da “una resistencia a las adversidades que generan los extendidos vicios humanos de los celos, la desconfianza mutua, la sospecha, los conflictos de intereses y la rivalidad. La actitud de solidaridad consigue evitar que surja oposición entre los intereses privados y el bien común”.

Foto: Chris McGrath/Getty Images.

Como se comentó al inicio, una de las obras es más concluyente que la otra. Más desesperanzadora. José Saramago, pese a que algunos lo señalan de ser un escritor pesimista (y él alguna vez respondió “no es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo”), ve en la humanidad una posibilidad. “La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó  la cabeza al cielo y lo vio todo blanco, Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad inmensa aún estaba allí”. Así termina Ensayo sobre la ceguera. Por el contrario, Adam McKay es demoledor: el mundo acaba y no hay más.

Pero el mundo no se va a acabar por un asteroide ni por un cataclismo. El mundo comenzó su fin desde hace tiempo: desde el momento en el que pensamos que sólo importamos nosotros, dice el músico y especialista en tecnología, Erich Martino, parafraseando el libro del filósofo Adam Greenfield, At the end of the world, plant a tree. Con esto, se refuerza la idea desesperanzadora de McKay: somos una masa ciega, en la cual se ven pocos elementos para prever la formación de una gran comunidad solidaria. Sin embargo, agrega Martino – y ya, para no acabar tan pesimista – no importando qué tan mal estén las cosas, nunca hay una razón para no hacer lo que se tiene que hacer. Es decir, no esperar una acción colectiva, sino individualmente buscar la luz. Después de todo, la masa está formada por individuos. Hacer pequeños actos de solidaridad. La amenaza ahí está, entonces, aunque sea de manera individual, ver lo evidente y hacer algo al respecto.

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Hola, soy Álvaro. Estoy en sopitas.com desde hace algunos años. Todo ha sido diversión, incluso las críticas de los lectores. La mejor de todas: "Álvaro Cortés, córtate las manos".

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