La típica sábana no aplica en México y nunca lo hará. Eso sólo sucede en las películas. Aquí, las mamás eran más prácticas y empleaban un par de técnicas que se han heredado de generación en generación, sobre todo cuando el plan era ahorrarse una buena lana en disfraces para la noche de Halloween.
En primer lugar, te dejaban claro que la noche no sólo era para pasear y pedir dulcesitos, ya que también servía para celebrar en las fiestas de grandes. Por eso te llevaban un sábado soleado a caminar miles de cuadras por el Centro Histórico en busca de un disfraz mal hecho que te picaba la piel, olía feo y probablemente costaría el resto de tus domingos del año.
Y si no lo encontraban porque era muy caro, aplicaban la vieja confiable y tomaban cualquier material casero para improvisar. En cuanto a ti, simplemente tenías que elegir entre aceptar su “detalle” o recibir unos tenebrosos chanclazos para lucir como un zombie de verdad.
A falta de ideas, también reciclaban tu disfraz de la fiesta de la primavera y en lugar de una hermosa flor, parecías la plantita de “Vive sin drogas”.
Si no habías participado en algún festival de la escuela, seguramente lo habrías hecho en la ceremonia del 15 de septiembre. ¡Lástima que la pastorela viene después! Y por su parte, tu mamá sólo intentaba disfrazarte de algo similar a la policía secreta de Stalin que intentaba matar a Trotsky.
No sólo era el disfraz, sino la horrenda calabaza de plástico que servía de aliado para echar los dulces. Ya saben, ese recipiente naranja que te raspaba la piel y la dejaba más gris de lo que ya estaba porque no querías echarte crema.
¿Cuáles eran las consecuencias?
La moraleja de esta historia es triste, pero también sirve para formar el carácter de todo niño y niña en México. Y las cosas como son: un montón de chamacos salen desde las seis de la tarde a pedir dulces en las casas de la cuadra enfundados en unos horribles disfraces; sus mamás los apuran “porque se hace tarde” y les urge echar el trago, luego los niños reciben dulces que no valen por el sacrificio y terminaban este ciclo de horrores en una fiesta de adultos. ¡No cabe duda de que nuestra infancia fue algo mágico y maravilloso!