El tiempo corre cada vez más rápido y está claro que no nos estamos haciendo más jóvenes. Muchas veces estamos tan enfrascados en nuestra rutina y tan concentrados en todos nuestros pendientes, que nos olvidamos de pararnos por un segundo y respirar, de recordar que las cosas no siempre fueron así y que hubo un tiempo en que cada nuevo día significaba una aventura diferente. Con esto nos referimos a la niñez.
Si en este momento, ya están un poco más tranquilos, sería genial que nos pudiéramos servir algo rico de beber, sentarnos un par de minutos y recordáramos: ¿Qué es lo que más extrañamos de nuestra infancia?
Seguramente se preguntarán qué tiene que ver esto con olvidar la rutina, bueno, de primera ya se les pasó por un ratito el estrés de pensar en su trabajo. Como segundo, puede ser que el simple hecho de recordar quiénes éramos y lo que nos gustaba, nos ayude a salir de esa esfera de monotonía y a la vez, ayude a cambiar nuestra percepción de todo lo que hacemos diario. Así que a continuación, haremos un conteo de esas pequeñas, pero a la vez enormes cosas que hemos dejado al crecer, pero que extrañamos demasiado.
Nuestra noción del tiempo
Cuando éramos más pequeños, nuestra manera de percibir el paso de las horas e incluso, de los minutos, era muy diferente. Inconscientemente, valorábamos tanto el tiempo, que debíamos usar cada fibra de nuestra mente para inventar juegos y actividades para aprovechar cada segundo del día. No teníamos paciencia para casi nada, porque para nosotros, todo ocurría ahora; no había tiempo para el futuro y el pasado aún era demasiado borroso para recordarlo.
El ser tan inocentes
Para algunos parecerá una debilidad, pero piénsenlo bien. El hecho de poder darnos la oportunidad de creer que lo desconocido tenía otra respuesta, era increíble. No teníamos idea de qué cosas podían ser reales, por lo que muchas cosas nos maravillaban, mientras otras nos aterraban; todo eso nos provocaba emociones intensas y nos hacía sentir más vivos que nunca. Nos hacían pensar que el mundo era algo más que lo que los adultos nos decían.
Los problemas no eran problemas
La llegada de la quincena, las deudas a pagar, problemas en el trabajo, lo caro que está todo y miles de otras situaciones, no eran asunto nuestro.
Los adultos siempre nos decían cosas como “ahorita lo tienes todo fácil, pero ya verás cuando crezcas”, pero eso no importaba, porque para nosotros el saber si éramos capaces de montar la bici, de pasar el nivel de un videojuego y hasta descubrir si teníamos un poder asombroso oculto, como mover cosas con la mente o super fuerza, era lo más importante.
Nada de preocupaciones por el dinero, porque todo nos lo compraban; hasta los cumpleaños eran mejores, porque en vez de pensar en lo viejos que nos estamos haciendo, nos emocionaba pensar en los regalos que recibiríamos.
No teníamos que preocuparnos por lo que teníamos para comer o nuestra apariencia, porque saber si nos iban a dejar salir sin haber hecho la tarea, era la máxima prioridad.
Los temas de amor, parejas y romance eran un asco
Al crecer, las personas comienzan a preguntarse si van a terminar solos en la vida o si hay alguien en este mundo que los ame. Eso en nuestra infancia ni siquiera existía.
¿Compartir nuestro tiempo con alguien especial? Por favor, nosotros éramos ese alguien especial y si todo podía ser nuestro, era todavía mejor. No había tiempo en el día para aprender algo interesante para impresionar a alguien que nos gustara, porque era más emocionante saber si el ser mordido por una araña, de verdad nos otorgaría poderes sobrehumanos y sentido arácnido.
Mientras tuviéramos un amigo al cual ganarle en Street Fighter y Mario Kart, o amigos con los cuales hablar de que vimos fantasmas o una nave extraterrestre, ¿quién necesitaba de una novia o novio?
Las vacaciones
Ahora el hecho de tener vacaciones, muchas veces significa una semana (con suerte dos) de visualizar una cuenta regresiva para volver a ver a todos en la chamba y recomenzar la rutina.
En cambio cuando éramos chicos, las vacaciones ya empezaban al salir de clases en un día normal. Ni siquiera nos preocupábamos por quitarnos el uniforme, porque era directo a la calle, la bici, la consola o lo que quisiéramos.
Ahora claro, si eran vacaciones reales, nos despertábamos hasta más temprano que en horarios de clases, porque el mundo debía ser salvado, los árboles debían ser escalados, los aviones debían ser construidos y los chistes groseros debían ser memorizados. Todo giraba en torno a lo que quisiéramos hacer y era perfecto.
Apostamos que jamás olvidarán las vacaciones en navidad y reyes, porque de todo el año, ERAN LAS MEJORES que podíamos tener.
Los amigos estaban todo el tiempo… en serio, siempre
Nuestros mejores amigos podían llegar a nuestra casa y quedarse ahí todo el santo día; a veces, sin que los hubiéramos llamado. Si salíamos a la calle, estaban ahí, si teníamos tarea, ellos llegaban a casa para impedir que la hiciéramos, porque había cosas más importantes que hacer, como acabar Mario World.
Incluso si peleábamos con ellos, los pleitos no duraban demasiado y no habían disculpas complejas con abrazos, llanto y esas cosas. A veces llegábamos al otro día a la escuela y ya se nos había olvidado todo el problema.
Tal vez estos días jamás regresen, puede que el tiempo jamás vaya tan lento como antes y ya no creamos en un mundo extraordinario. Sin embargo, siempre podemos tomar esas cosas que nos hacían ser más felices; podemos perdonar con facilidad, creernos un par de historias, sentir que el mundo es nuestro y que un nuevo día estará lleno de nuevas sorpresas.
¡Jamás en la vida suelten al niño que una vez fueron!