Además de todos sus avances en arquitectura, matemáticas y arte, los mayas fueron la civilización de Mesoamérica que más estudió al cielo. Fueron grandes astrónomos antes de que si quiera se inventara la astronomía.
Y es que esta misteriosa y avanzada cultura tuvo una constante y profunda relación con los cielos. Para ellos, la observación del cosmos formó parte no sólo de su cosmogonía sino de su vida cotidiana.
¿Por qué los mayas amaban las estrellas ?
Para los mayas el cosmos era un todo. Un poder capaz de dictaba nuestro destino, el lugar de dónde venimos y nuestro origen. Por eso había que comprenderlo y tratar de descifrarlo.
En honor a esto usaron sofisticados calendarios que fueron calculados a lo largo del tiempo en el caracol. Un observatorio ubicado en la punta de torre circular que se encuentra en las ruinas de Chichen Itzá.
Los mayas astrónomos
El ritual de ver las estrellas era tan importante que los encargados de mirar y estudiar el cosmos eran sólo los sacerdotes de la más alta jerarquía. Esto se debía, entre otras cosas, a que el universo (y el movimiento constante de sus astros) regía tanto sus costumbres como mundo espiritual.
Para ellos literalmente, las estrellas eran una forma de entablar una relación con sus dioses, de predecir el destino de su pueblo y dilucidar los sucesos que ocurrirían en el porvenir. Por su parte, su cosmogonía dependía absolutamente en el balance entre el hombre, la naturaleza y el cielo.
Por eso, desarrollaron un sistema muy minucioso para estudiar el cielo. Recabaron datos exactos que todavía sorprenden la comunidad científica internacional por lo precisos que son.
Por ejemplo, conocían la posición y el movimiento de muchos planetas, podían predecir los días exactos en los que ocurrirían los eclipses solares, tenían conocimientos acerca de los esquicios y los solsticios y sabían la hora exacta en la que aparecía Venus en el horizonte.
También analizaban los cúmulos estelares que aparecían arriba de ellos. Tal es el caso de las pléyades a las que llamaban Tzab-ek o cola de serpiente de cascabel. De acuerdo a los expertos este topónimo se desprendió de una leyenda que sostenía que una víbora se había quedado adherida al firmamento.
Los calendarios mayas
Como lo mencionamos anteriormente, los mayas usaban estas herramientas para controlar el tiempo y para regir su vida. Ver el cielo les permitió establecer la vida en ciclos, con principios y final.
No obstante, a diferencia de otras civilizaciones, los mayas no usaban uno, sino tres calendarios diferentes en los que se enlistaban misiones, propósitos y objetivos diferentes.
Contaban con un calendario de cuenta larga donde llevaban la cuenta de los días desde la época de la creación. También con el Tzolk´i que solo contaba con 260 días y se había creado a partir del comportamiento de los astros y con el Habb; un calendario dividido en aproximadamente 365 con un día oscuro en julio.
¿Cómo los mayas concebían el cosmos?
Para ellos, el universo era una estructura gigante que se dividía en tres niveles. Cada parte era un cuadrado que tenía marcadas claramente cuatro esquinas, como los puntos cardinales.
La parte de abajo era conocida como el inframundo y como su nombre lo indica se ubicaba en las profundidades de la Tierra. Representaba la relación dicotómica entre la vida y sus monstruos, temibles, pero grandes maestros.
En medio estaba la vida la terrenal; ese espacio donde ocurre lo cotidiano; el presente.
Finalmente tras una larga travesía interior, si se tiene éxito, uno podrá llegar a la bóveda celeste, donde ocurren los viajes del sol y de los astros que observamos en la noche.
Los mayas y la Vía Láctea
Para los mayas nuestra constelación era un punto para su cosmogonía, la llamaban Wakah Chan, cuyo significado es “erguido”. Concebían nuestra galaxia como parte de un gran árbol cósmico–una ceiba– gracias al cual se podía rastrear el origen del universo.
Y es que cuando veían los 400 millones de estrellas juntas, no sólo celebraban la vida sino si no generaban una serie de mitos de origen. Para ellos la Vía Láctea era una especie de serpiente deshuesada que, como todo, cumplía ciclos.
Aunque todo el año le rendían tributo, en el invierno este poderoso cúmulo de estrellas lucía más luminoso. Para los mayas este momento representaba la asunción del árbol sagrado al Cenit.