Lo que necesitas saber:
Leonora Carrington es una de las máximas exponentes del surrealismo. Vivió gran parte de su vida en México y al morir nos heredó parte de sus obras fantásticas.
Leonora Carrington fue muchas cosas en su vida, una artista transgresora que desafió la realidad y pudo sacar a la superficie su mundo interno; un cosmos mitológico lleno de gatos y creaturas etéreas que dialogan con la eternidad, tan frágiles como una tela que deshilacha. No nació en México, pero pudo pintarlo y entenderlo mejor que todos sus contemporáneos. Este país le abrió las puertas de la imaginación y a cambio ella le regaló algunas de sus mejores obras, entre pinturas y esculturas.
Nació en el viejo continente, pero vivió en nuestro país desde los años 40. Aquí escribió cuentos, esculpió seres alargados de cabezas raras y entendió lo que realmente es el surrealismo. También conoció el amor, tuvo a sus hijos, se ilusionó y se desilusionó de la existencia. Aquí pudo ser la rara, valiente y profunda mujer que siempre fue.
Y es por eso que, tras su muerte en la Colonia Roma a los 94 años, una buena parte de su obra se donó al patrimonio nacional. Hablamos de una escultura de más ocho toneladas, una banca de magos, un mural sobre la cosmogonía maya y decenas de piezas asombrosas que nos revelan su gran genio.
Obras de arte adelantadas a su tiempo que se han reciclado con la cotidianidad de los peatones y que sin duda se han convertido en parte de nuestra identidad. En otras palabras, México es lo que es gracias a Leonora, si no hubiera llegado, otra cosa sería.
Una vida revolucionaria
Leonora Carrington nació en una provincia de Inglaterra llamada Lancashire un día nublado de 1917, en una familia de buena posición económica, que no obstante, lejos de ayudarla la contuvo. No la dejaban tomar el pincel, apreciar el mundo desde sus sueños, ser pintora, escultora o escritora. La expulsaron de un colegio de monjas, se peleaba con sus nodrizas.
Cuando tuvo la edad se reveló contra sus padres, que sólo querían para ella un matrimonio en forma y una vida de organizar fiestas y poner flores en los floreros. Fue así como con sólo veinte años es escapó de la alta sociedad rumbo a Paris, quería aprender surrealismo y comprometerse con Max Ernst.
Durante su estancia, fue cercana a Breton, conoció a Dalí y a Miró y aunque todos la miraban como un adorno bonito, ella demostró que era algo más que una musa que iba por los cigarros cuando se los pedían.
En la Segunda Guerra mundial se escapó a Madrid donde quizá experimentó los momentos más difíciles de su vida. Tuvo un episodio violento con unos soldados y terminó recluida en un centro psiquiátrico, llena de fármacos y de doctores que decían que estaba loca. Afortunadamente para todos, su espíritu se impuso una vez más y cuando tuvo la oportunidad se fue sin mirar atrás.
Se refugió en la embajada mexicana, donde se casó con Renato Leduc y tras una breve estancia en Nueva York, llegó a nuestro país en 1942. En México descubrió que el surrealismo no era un movimiento de vanguardia, era una forma de vivir; en este lugar del mundo la magia y la realidad no están disgregados y por eso de aquí nunca se fue.
Los regalos de Leonora Carrington a México
En México sus sueños y fantasías se materializaron, realizó sus mejores piezas, como La giganta o Entonces vimos a la hija del minotauro. Aquí vivió y murió dejando tras ella una trayectoria inmortal.
Aunque muchas de sus creaciones están en museos lejanos o en colecciones privadas, Carrington heredó una multitud de piezas a diversos recintos culturales y calles de México. Aquí les dejamos algunas obras públicas que podemos ver de forma gratuita cuando queramos.
Cocodrilo
Llamado originalmente ¿Cómo hace el pequeño cocodrilo?, esta escultura pública fue donada en el año 2000. Para crearla, Leonora se inspiró en la literatura fantástica de Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas.
La pieza está hecha principalmente de bronce y se estima que pesa poco más de cinco toneladas. Fue la misma artista que en el año 2006 pidió que la movieran de su lugar original en la Segunda Sección de Chapultepec, a su ubicación actual en Paseo de la Reforma, donde todos los días es fotografiada por cientos de peatones.
La inventora del Atole
Creada en 2010, esta pieza muestra la dualidad entre la fantasía y la realidad que siempre formó parte de la poética de la artista. Hecha de bronce, fue una de las favoritas de Leonora porque en sus palabras, revela el conocimiento ancestral y el cuidado a los hijos que siempre ha caracterizado a las mujeres mexicanas.
Actualmente la escultura es patrimonio de la Ciudad de Querétaro y vive en el interior del Centro de las Artes de la capital, donde se ha convertido en una parada obligada para los viajeros.
The Palmist
Otra pieza de bronce que se centra en la protección y la buena suerte. Aquí Carrington creó una creatura mítica que es humana y animal mítico al mismo tiempo. Sus manos parecen las de un pez y su mirada tiene una indiferencia silvestre.
Esta escultura mide poco más de dos metros de altura y fue una de sus primeras obras monumentales. Actualmente la podemos visitar en el Antiguo Palacio del Arzobispado, en el jardín del Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
El mundo mágico de los mayas
En el Museo Nacional de Antropología e Historia se puede apreciar un mural que Leonora Carrington realizó tras vivir una temporada en Chiapas. Durante esa estancia tuvo contacto con las comunidades mayas; las observó y quiso abstraer la forma en la que se relacionaban con la naturaleza.
Esta pieza plagada de tonos rojizos se inauguró en 1964. En ella podemos apreciar, desde el surrealismo, algunos fragmentos del Popol Vuh, así como diversas leyendas nacidas en la cosmogonía maya, casi todas relacionadas con la Tierra, el cielo y el inframundo.
Ya no hay lugar
Detrás de la Catedral Metropolitana, justo a un costado del sublime Templo Mayor, se encuentra una de las piezas más poderosas de Carrington. Se trata de una escultura de bronce que es a la vez una banca y una obra de arte dedicada a todas muchedumbres de la CDMX.
En este caso, contemplamos a seis magos sentados que miran a los que pasan y no dicen nada. La obra se centra en un tramo de la vida de Leonora, cuando iba en tranvía de Mixcoac al Zócalo.