Alguna vez alguien muy sabio dijo sobre la Ciudad de México “es una ciudad tan compleja que necesita ser leída…” y qué razón tenía, este lugar es único y por eso ha sido escrito por la pluma de múltiples autores que han querido capturar esta jungla urbana en la que vivimos. Hablamos de cuentos y demás textos en los que la Ciudad de México es la protagonista.
Historias breves y cortas que nos hacen comprender a este monstruo absurdo y genial.
Y no es para menos, esta urbe está en constante movimiento y para vivir en ella hay que habituarse a las lluvias torrenciales, a la alerta sísmica y estar rodeado de cientos y cientos de personas.
Gente que sale de la nada, que atiborra las calles y las paradas de metro a las ocho de la mañana. Gente que camina debajo de sus paraguas o que hace fila en la esquina de los tacos.
No obstante, a pesar de que ser chilango es casi una aventura de alto riesgo, esta ciudad es también un espacio entrañable. Buen clima, excelente gastronomía, espacios culturales que no se parecen a nada, un museo inmenso que resguarda nuestra historia y pequeñas arterias de casas de colores y piso empedrado.
La CDMX es y será por siempre (no importa dónde vivamos) nuestra pequeña gran casa y por eso los que nacimos aquí, hemos aprendido a amarla y a veces a odiarla.
Con ésto en mente y porque este domingo se celebra en todo el planeta el Día Internacional del Libro, nos dimos a la tarea de buscar cinco relatos que suceden a en la capital mexicana. Historias que nos permitirán viajar a nuestra esencia y descubrir una nueva forma de observar nuestra cotidianidad.
Cuentos de la Ciudad de México: La Cena/ Alfonso Reyes
He aquí un relato para comprender cómo lucían las calles, las avenidas y los paisajes de esta urbe a principios del siglo XX.
Tuve que correr a través de calles desconocidas. El término de mi marcha parecía correr delante de mis pasos, y la hora de la cita palpitaba ya en los relojes públicos. Las calles estaban solas. Serpientes de focos eléctricos bailaban delante de mis ojos.
A cada instante surgían glorietas circulares, sembrados arriates, cuya verdura, a la luz artificial de la noche, cobraba una elegancia irreal. Creo haber visto multitud de torres —no sé si en las casas, si en las glorietas— que ostentaban a los cuatro vientos, por una iluminación interior, cuatro redondas esferas de reloj.
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Aura, Carlos Fuentes
Una de las piezas emblemáticas de uno de los escritores más importantes que han nacido en la Ciudad de México. Aura es un texto escrito en segunda persona, que transita entre el cuento y la novela y relata la historia de un encuentro entre un hombre y sus propios juicios sobre la vida.
Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono.
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El mapa de los objetos perdidos, Juan José Arreola
He aquí el escritor que amaba la Ciudad de México. De acuerdo a sus propias palabras, le gustaba caminarla, descubrir calles y contar historias a las personas que se encontraba. De una de sus expediciones, suponemos en La Lagunilla, se desprende este relato breve, pero gigante.
El hombre que me vendió el mapa no tenía nada de extraño. Un tipo común y corriente, un poco enfermo tal vez. Me abordó sencillamente, como esos vendedores que nos salen al paso en la calle. Pidió muy poco dinero por su mapa; quería deshacerse de él a toda costa. Cuando me ofreció una demostración acepté curioso porque era domingo y no tenía qué hacer
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La zarpa, José Emilio Pacheco
Novelista, poeta, cronista y una de las plumas chilangas más notables que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. José Emilio nació para contar las historias anónimas que inundan la urbe. Cada palabra es un homenaje a lo que somos y a lo que queremos ser los que vivimos aquí.
Usted no es de aquí, padre, no conoció México cuando era una ciudad pequeña, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad que padecemos ahora en 1971. Entonces nacíamos y moríamos en el mismo sitio sin cambiarnos nunca de barrio. Éramos de San Rafael, de Santa María, de la colonia Roma.
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El fin de México, Julio Torri
Aunque no nació en la CDMX, Julio vivió, escribió, aprendió y se murió en la ciudad. Se dice que conocía todas las bibliotecas de la Ciudad de México, que le enseñó a cientos de niños el uso del buen español y que hizo todos sus escritos en alguno de los tantos cafés bohemios que existen en la capital.
Escribo este relato de la destrucción de mi ciudad para el Times de Londres. Pertenecí a la Sociedad de Geografía y Estadística de México, y no tengo otro título para implorar un poco de credulidad hacia esta narración.
Desde niños nos es familiar la literatura de terremotos, naufragios y demás calamidades, y así, omitiré todo pormenor que sea propio del género.
No diré, además, sino lo que vi, que fue bien poco, pues mi salida de la ciudad ocurrió cuando las lavas llegaban a las primeras casas, por el rumbo de San Antonio Abad.
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Con todos estos relatos, sólo nos queda una cosa que decir, la mejor forma de vivir el Día Internacional del Libro es leyendo, todo lo que nos guste y todo lo que se pueda. Así que, como diría Bob Ross, les desemos felices letras a todos.