El ecosistema de criptomonedas ha tenido su peor trimestre en 11 años. ¿Qué implica esto para el futuro de esta industria?
El ecosistema de criptomonedas ha tenido su peor trimestre en 11 años. Apenas el pasado 1 de abril, el precio por unidad de Bitcoin se encontraba por encima de 919,000 pesos mexicanos; para principios de julio de este año, se situó alrededor de los 389,000. Nada más a lo largo de junio pasado, la criptodivisa cerró su peor mes de la historia, con una depreciación por encima de 40%. Si se revisan los números sobre el valor del activo del último semestre—es decir, desde enero de 2022—la caída es más estrepitosa aún: su valor ha bajado en 58%. Por ser la cripto más sólida y establecida, con frecuencia se revisan las oscilaciones del Bitcoin. Sin embargo, este tipo de desplomes se observan también en otras criptomonedas, como es el caso de Ethereum. A principios de año su precio se situaba alrededor de 77,000 pesos y hoy ronda 21,000.
Lo que sucede con las criptomonedas no se da en el vacío. 2022 se ha presentado como un año de complejidad económica para el mundo, con conflictos y presiones inflacionarias que modifican enteramente las dinámicas de los mercados bursátiles. Y, por supuesto, que afectan a inversionistas y personas interesadas. Pero también se da en un momento específico en el que la industria cripto presenta problemas de credibilidad frente al público general, así como retos de operación a su interior; particularmente, luego de que crasheara por completo una de las stablecoins que más tracción habían ganado a últimos meses: TerraUSD y su cripto hermana LUNA. De ahí, se sumó el cese de operaciones de Celsius—una suerte de prestamista de criptomonedas—y que a la fecha sigue sin poder devolver su dinero a clientes. Mientras que 2021 fue un año de bonanza para el ecosistema, 2022 ha sido uno de terror.
Se suman más soldados caídos
En medio de tanto caos e incertidumbre, se suma un capítulo más al año de terror para las criptomonedas. Three Arrows Capital (3AC) tuvo que declarar bancarrota en Estados Unidos para tratar de proteger sus activos de acreedores. Esta empresa se consolidó a lo largo de los últimos 10 años como uno de los más importantes fondos de alto riesgo de criptodivisas; una suerte de inversión colectiva en la que constantemente compraban y vendían acciones de terceros en el mundo cripto. Apenas en marzo pasado, su cartera de activos ascendía a 10,000 millones de dólares; para abril de 2022, se encontraba por los 3,000 millones de dólares. Durante el crash de LUNA y TerraUSD, perdieron cerca de 200 millones de dólares invertidos en la stablecoin. Pero, la semana pasada, 3AC no pudo cubrir un préstamo de 670 millones con Voyager Digital, un agente de bolsa de criptoactivos.
Buena parte de lo que ha sucedido en este trimestre del terror para las criptomonedas tiene que ver con que los eventos se concatenan; así, sus crisis se agravan paulatinamente. Como fichitas de dominó puestas una detrás de la otra, cada crash se suma para aumentar pérdidas y desestabilizar todavía más el ecosistema. Por ejemplo, en este caso, Voyager Digital, tras el impago de Three Arrows Capital, congeló operaciones, depósitos y retiros en su exchange de criptos. Algo similar a lo que pasó con Celsius tras la caída de LUNA y TerraUSD. Y el problema es que toda la criptolocura está sostenida con pinzas que dependen del buen desempeño de estos activos digitales en el mercado; a su vez, están tan entrelazadas las empresas de la industria que una ventisca rápidamente se transforma en “invierno”. Peor todavía cuando la economía a nivel mundial lo complica todo un poco más.
Ahí viene la regulación de criptomonedas
Casi que con la excepción de El Salvador, la mayoría de los gobiernos del mundo presentan bastantes reservas frente a las criptomonedas. En especial los bancos centrales y las instituciones financieras públicas se han mostrado escépticas con este tipo de activos digitales. No sólo por la volatilidad de sus precios, sino también por problemas que muestran en términos medioambientales e incluso por cuestiones de ciberseguridad. La idea original de las criptodivisas era ofrecer un sistema de dinero que no estuviera centralizado. Igualmente, que pudiera ofrecer dinamismo y certeza en un entorno de transacciones digitales, mediante la incorporación de tecnología de cadenas de bloques. No obstante lo anterior, poco a poco se convirtieron en vehículos de especulación financiera y construyeron todo un ecosistema que gira alrededor de sus variaciones en precios para funcionar.
En medio de la crisis de las criptomonedas, no sorprende que los impulsos por regular a la industria incrementen. Apenas en estos días, la Comisión Europea aprobó una serie de reglas para ofrecer un marco regulatorio fuerte a las criptos para armonizar lo que llamaron un tipo de “salvaje Oeste”. Tomando en particular consideración lo que sucedió con TerraUSD y LUNA, a partir de 2024 en la Unión Europea las stablecoins tendrán que tener una amplia reserva comprobable de recursos para cubrir las inversiones de sus usuarios; además, se limitarán las transacciones diarias de criptomonedas; se establecerán candados de seguridad para evitar lavado de dinero; y las empresas de la industria tendrán que hacer públicos sus niveles de consumo de energía, entre otras medidas que pretenden dotar de certezas a un ecosistema financiero turbulento.
Esta intervención bien puede ser el primer paso a nivel mundial para balancear la criptolocura. Después de un trimestre de terror, bien parece que las criptomonedas lo necesitan. Será cuestión de ver.