Un texto de Daniel Bárcenas Fernández
He jugado videojuegos por más de dos décadas, pero ninguno me ha hecho sentir lo mismo que ‘Sekiro: Shadows Die Twice’. La experiencia de jugar el reciente lanzamiento de Activision y From Software me hizo conocer mi nivel como jugador y, lamentablemente, expuso frente a mí que, no, no me la rifo en absoluto.
Antes de comenzar, es importante mencionar que no se trata de la opinión de un experto ni nada por el estilo. Mi postura aquí es la de alguien que ama jugar, observar e incluso aprender de cada experiencia in game, incluso si en el proceso cometí muchos errores. La cosa es hablar un poco de lo que esta joya me hizo sentir en todos los aspectos que he percibido hasta ahora.
Aspectos básicos y estéticos
La historia del juego nos habla de un “lobo de un solo brazo”, que básicamente es un guerrero desfigurado que cayó en desgracia tras haber sido rescatado de una muerte segura. Como falló en su misión de proteger a un joven lord, ahora deberá cobrar venganza de quienes se lo arrebataron. A su paso, también enfrentará a un sinfín de enemigos, entre los cuales muchos poseen distintas habilidades de combate y poderes que rayan en lo sobrenatural.
A nivel visual, Shadows Die Twice es una verdadera obra maestra. Desde sus hermosos paisajes hasta la estética de cada personaje, el juego realmente guarda dentro de sí una esencia que combina la estética del antiguo Japón junto con las maravillas de su mitología. Todo se siente como si estuviéramos recorriendo un mundo donde lo real y lo fantástico caminan en el mismo suelo.
Más que un juego difícil, es una enseñanza
Desde los primeros minutos que pasé con el control en la mano, supe que el título no haría las cosas fáciles para mí. Recuerdo que algunas personas mencionaron que era similar a jugar ‘Dark Souls’, pero había un pequeño problema: no había probado ningún juego de esa saga. Todo lo que tenía eran mis reflejos y la fe en que podría arreglármelas. No sabía nada en ese entonces.
Mi primera impresión de Sekiro fue que podría jugar un poco con el sigilo para eludir combates innecesarios y matar a todos mientras no me vieran. Sin embargo, conforme fui avanzando me di cuenta de que no estaba en el mundo de MGS, sino en uno donde principalmente debía chocar espadas para abrirme camino en los mapas.
Como eludir los conflictos no era una opción confiable, tuve que aprender a pelear por las malas. Primero me familiaricé con las bases, que constan de mantener una postura de combate, bloquear ataques y luego romper la defensa del enemigo hasta matarlo. Pero nadie me explicó que aquí todo lo que no son soldados normales pelea de formas distintas, de modo que tenía que aprender a hacer parry, esquivar, disparar, contraatacar y desarrollar todo tipo de estrategias.
Hasta morir tiene consecuencias
Cada muerte fue una lección que me enseñó distintas formas de enfrentar a mis adversarios. De hecho, aprendí que se puede tomar ventaja de un combate siempre y cuando se sigan las condiciones correctas o se realice un ataque sorpresa. Todo es como un baile en donde aprendemos patrones de ataque, defensa e incluso esos movimientos que no se pueden bloquear.
Pero eso no fue todo, porque cada vez que me cargaba el payaso, había consecuencias. No sólo se recortaban el oro y la experiencia de combate -cosa que por sí sola hacía que me rompiera el espíritu-, porque cada vez que ocurría, la gente también se enfermaba de una “Dracogripe”. Esta parecía afectar a más NPCs del juego haciéndolos toser y debilitándolos. De cierta forma empecé a pensar que era un modo feo en que el juego me castigaba por ser tan malo.
La importancia de grindear en este juego
No todo es morir y sufrir en Sekiro, porque también había formas de premiar el progreso. Cada adversario carga con dinero propio que podemos robar cuando lo matamos, además de que algunos esconden objetos que tienen distintos usos. No sólo existen los típicos ítems curativos, ya que también hay dulces para aumentar nuestras resistencias, ganar más dinero después del combate e incluso para aumentar la posibilidad de adquirir recompensas.
Por otro lado, también encontraremos cosas que nos ayudarán a mejorar el brazo prostético del “lobo”, sin mencionar que también reuniremos recursos para aumentar nuestro nivel de vida e incluso desarrollar nuevas habilidades.
Si a eso sumamos el hecho de que, al descansar junto a estatuas especiales, hacemos que se reestablezcan los enemigos menores, entonces fácilmente se pueden crear fuentes casi infinitas de dinero y experiencia.
Con esto pude concluir que, si dedicamos un tiempo a matar soldados y recolectar sus bienes, pronto tendremos el nivel y habilidades necesarios para hacer frente a enemigos más fuertes. Es cuestión de aprender a ritmos diferentes, dependiendo de que tan buenos seamos en asimilar y memorizar todos los aspectos del juego.
Veredicto
A pesar de toda la muerte y la frustración, Sekiro es un juegazo digno de probarse. Cada caída me hizo ganar experiencia, además de que me recordó que soy un tipo necio que no se rinde por perder a la primera. Ahora mismo estoy obsesionado con enfrentar a cada mini boss y jefe que me encuentro en los mapas, sin importar lo difíciles que sean. Creo que el darle una oportunidad de convertirme en un mejor jugador, de cierta forma.
Ya sea que lo jueguen en consolas o PC, tómense un tiempo para aprender de esta joya. Tal vez algunos se frustren un poco, pero no serán capaces de soltarlo cuando comiencen a vencer.