El metaverso avanza a pasos más lentos de los que se advirtió. Y con frecuencia parece más una estafa que el futuro del internet.

A finales de octubre de 2021, el metaverso llenó titulares por doquier. Cuando Facebook cambió su nombre por Meta se anunció que, ahora sí, el futuro nos había alcanzado. Poco a poco se fue volviendo conocimiento común todas las implicaciones de lo que se conoce como Web 3.0. Un entorno completamente digital en el que se podrán articular vidas completas. Desde lo personal hasta lo laboral, la idea es que eventualmente transitaremos hacia paisajes virtuales en los que habrá experiencias inmersivas potenciadas por la más alta tecnología de realidad virtual, realidad aumentada e incluso de realidad extendida. El hype no se hizo esperar. En ciertos momentos se advirtió incluso que el metaverso podría reconfigurar completamente todo lo que entendemos de nuestras relaciones personales y comerciales. A partir de ese momento, ya no habría forma de interactuar con el mundo más que a través de avatares.

Pero la realidad es que el metaverso avanza a pasos mucho más lentos de los que se advirtió. Con frecuencia más bien parece que todo quedará en llamarada de petate. Y no es que falten los avances tecnológicos en la materia. Para bien o para mal, buena parte del mercado de videojuegos actual vive de lógicas y dinámicas similares a las que propone el metaverso. Pero cada vez parece más imposible que se vuelva una forma generalizada de convivencia y que, de hecho, se traspasen espacios comerciales, escuelas y oficinas de lleno a mundos digitales con un modelaje en 3D que deja, por el momento, bastante que desear. Vaya, ni siquiera existe actualmente la infraestructura para poder sostener un esfuerzo tan monumental. Y por el momento todo parece seguir la misma trayectoria de las criptomonedas y los NFTs: buzzwords de moda que crean burbujas que más temprano que tarde revientan.

El metaverso parece no cumplir lo que promete

Pero más allá de charlatanes que se aprovechan de las ilusiones de personas, todo parece indicar que el metaverso ni siquiera puede cumplir lo que promete. En teoría, la idea de crear estas arquitecturas digitales expansivas tiene que ver con poder agilizar las rutinas cotidianas de las personas, incorporando todo lo que necesitan en mundos virtuales. Pero recientemente se publicó uno de los primeros estudios científicos que analizan la pertinencia de esta mudanza al trabajo en entornos de realidad virtual. Un grupo de investigadores de diversas universidades y empresas—entre las que destacan Cambridge, Coburgo en Alemania y Microsoft—se dieron a la tarea de revisar cómo es que las personas se desempeñan laboralmente en plataformas del tipo metaverso. Básicamente, para ver si es cierto que en esos espacios, libres de distracciones, se podían alcanzar mayores niveles de productividad que en ambientes laborales presenciales.

El experimento fue relativamente sencillo. Se dotó a participantes con equipo de realidad virtual disponible en el mercado. Y se puso a prueba su capacidad de enfrentar jornadas de trabajo de 8 horas, con un descanso de 45 minutos para comer, en un entorno completamente digital por una semana. Los resultados, como bien podría esperarse, no fueron nada alentadores. La mayoría de las personas encontraron la experiencia atroz. Cerca de 35% consideró que la carga de trabajo aumentó en cantidades que desbordaron sus capacidades de atenderla; mientras que 42% dijo encontrarse bajo ansiedad, estrés y frustración constante. Incluso, dos participantes no pudieron pasar del primer día, debido a la náusea y las migrañas que les ocasionó su jornada virtual. El estudio concluyó que el metaverso no sólo no aumenta niveles de productividad, sino que incrementa de manera exorbitante el estrés y la ansiedad de los trabajadores.

La promesa del mañana que no necesitamos

Por supuesto que todo avance tecnológico lleva su tiempo para ser incorporado a prácticas de la población general. Igualmente, que el metaverso actual no tenga la capacidad de ofrecer entornos laborales idóneos para las personas no significa que nunca vaya a hacerlo. Sin embargo, este tipo de experimentos ofrecen una moraleja importante: no todo lo que brilla es oro. O lo que es lo mismo, no todos los anuncios de que “El futuro ya nos alcanzó” se deben tomar tan en serio. La tecnología debe ser utilizada para complementar las actividades humanas y mejorar la calidad de vida de las personas en la medida de lo posible. Y quizá vale la pena andarse con cuidado frente a cualquier nueva industria “disruptiva” que ofrezca posibilidades inimaginables de cambiarlo todo—y, obviamente, hacer a algunos cuantos millonarios de la noche a la mañana.

Ejemplo similar es el de las criptomonedas. Por algunos años ya, la criptolocura ha estado a tope. Creando fortunas de un día para el otro; así como ofreciendo la promesa de que cualquier persona puede lograrlo. Sin embargo, en momentos de crisis—como el actual—quienes más pierden son quienes menos tienen. Y quienes más habían puesto en riesgo para tratar de ganar algo. Dependerá de nosotros ver a qué le prestamos atención y qué industrias tecnológicas nos tomamos en serio. Por lo pronto, el metaverso no parece cumplir lo que promete. No obstante lo anterior, se estima que para 2024 se tratará de un mercado de 800,000 millones de dólares anuales. Al mismo tiempo que no ha podido probar ser nada más que una venta de espejitos y terrenos digitales carísimos por el momento. Será interesante ver en qué acaba todo esto. 

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Soy Raúl, pero la gente me conoce como Ruso. Estudié letras inglesas en la UNAM y tengo una maestría en periodismo y asuntos públicos por el CIDE. Colaboro en Sopitas.com desde hace más de seis años....

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