Por Mariana Pedroza

Si la fiebre por los superhéroes ha llegado tan lejos, conviene preguntarse por qué. Es verdad que estos personajes poseen una serie de cualidades que despiertan en sus espectadores algo entre anhelo, inspiración y envidia, ¿o quién no se ha preguntado qué superpoder le gustaría tener si eso fuera posible? Sin embargo, si los superhéroes fueran dioses encarnados, perfectos y todopoderosos, perderían gran parte de su encanto: si resultan tan atractivos no es sólo por lo que tienen de extraordinario sino, tanto o más, por su forma de representar muchas de las batallas humanas a las que todos, desde nuestra vida ordinaria, nos enfrentamos.

Así pues, ¿qué es lo que define a un superhéroe? Lo primero que viene a la mente son sus superpoderes, pero eso no es exactamente así, porque aunque es vasto el catálogo de superhéroes mutantes, extraterrestres o modificados por algún experimento científico que los dota de habilidades sobrehumanas, no todos cuentan con uno. Todos, eso sí, destacan en algo, ya sea que poseen una tecnología muy avanzada como Iron Man o que su riqueza les permite adquirir sofisticadas herramientas, como Batman.

Sin embargo, el privilegio genético, tecnológico o económico no es suficiente para volver a alguien un superhéroe. Aquí las historias se diversifican, pero parece haber una constante: generalmente han de pasar por una experiencia cumbre que los haga tomar conciencia e inclinarse por el lado del bien, como puede ser la muerte de un ser querido (pensemos en Spiderman o en Batman) o haber estado cerca de su propia muerte, que en ocasiones coincide con la adquisición de su superpoder (como le ocurre a Ironman, a los Cuatro Fantásticos o a Wolverine). Después de eso, casi siempre han de atravesar una lucha interna antes de aceptar lo que son y han de someterse a un entrenamiento físico y espiritual, a veces provisto por la vida misma, para poder encarnar o domesticar su poder.

Joseph Campbell, antropólogo y mitólogo, sugiere que hay un mito único al que se suscriben los relatos épicos de todo el mundo. El camino del héroe sigue siempre los mismos pasos: el personaje recibe un llamado que primero rechaza y es hasta que lo acepta que recibe una guía, después tiene que pasar por una serie de pruebas de iniciación, tiene una experiencia de amor que lo lleva a solidificar su compromiso con su misión, tiene la tentación de desistir, pero al final vence, etcétera.

Campbell se suscribe a los héroes clásicos y no a los superhéroes, pero podemos ver un común denominador: en resumen, un héroe o superhéroe deviene tal cuando se enfrenta a sí mismo y a sus propios miedos y logra comprometerse con algo que es mayor que él y por el que está dispuesto a sacrificar su vida. Esa convicción –y no su superpoder o don– es la que lo hace siempre levantarse cuando está a punto de ser derrotado, regresar a donde se encuentra el peligro y persistir aun en contra de sus propios intereses.

Vienen a mi mente dos escenas. En The Dark Knight Rises (2012), Bruce Wayne está encerrado en una especie de calabozo en el que parece imposible salir, sólo hay una salida, pero se encuentra a muchos metros de altura. No tiene ninguno de los recursos que lo hacen Batman y está fuertemente herido, pero Ciudad Gótica está en peligro y él sabe que no puede quedarse ahí, así que entrena para salir del agujero en el que se encuentra. Primero lo intenta con una cuerda, pero falla cada vez. Uno de los prisioneros le dice que para salir de ahí debe conectarse con su miedo a morir, entonces lo intenta una última vez, esta vez sin la cuerda de apoyo, y lo logra. La otra escena es de la nueva película de Spider-Man: Homecoming, actualmente en cartelera. En ella, Peter Parker utiliza un traje especial que Stark le dio, pero después de cometer un error (nos ahorramos los spoilers), Stark le quita el traje. Peter se resiste «No soy nada sin este traje». «Si no eres nada con este traje, entonces no deberías tenerlo», le contesta Stark. Entonces Peter tendrá que comprobar quién es, con o sin traje, y ya no para Stark sino para él mismo, pues su llamado a ser el superhéroe que ya es (aunque todavía no lo sepa de cierto) es más importante.

Si la fiebre por los superhéroes ha llegado tan lejos es porque todos nos encontramos cada tanto en el mismo dilema: requerimos forjar determinación para hacerle frente a lo que más nos atemoriza. Probablemente nunca seremos superhéroes, pero cuando nos encontramos con algo que consideramos más importante que nuestra propia comodidad entonces aparece el llamado a ser más de lo que somos, a buscar las alternativas por improbables que resulten y a apostar con el cuerpo y con el alma por aquello que deseamos, aunque se nos vaya la vida en ello.

No hay compromiso vital que no requiera, cada tanto, un acto heroico. Gracias a las películas que nos lo recuerdan y que, con suerte, nos invitan a dar el salto.

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Mariana Pedroza es filósofa y psicoanalista.

Twitter: @nereisima

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