Un cuchillo que “huele” el cáncer podría cambiar nuestra relación con la enfermedad, nuestros cuerpos y el medio ambiente.
Cuando se habla de la crisis ambiental y las consecuencias del cambio climático en la humanidad, con frecuencia se olvida uno de sus aspectos más apremiantes. Y uno que, a diferencia de un montón de problemas, sí puede ser rápidamente observable en le mundo. Se trata de la predominancia del cáncer como una de las enfermedades insignias de la modernidad postindustrial y que es fiel reflejo de lo que sucede cuando se exponen nuestros cuerpos a diversos factores externos que se vuelven de riesgo.
A nivel mundial, cerca de 1.3% de la población tiene algún tipo de cáncer. Sin embargo, la variación de casos es enorme entre países. En Estados Unidos, por ejemplo, la presencia es de 5% , mientras que en algunas naciones africanas apenas llega a 0.4%. En cualquier caso, lo genuinamente preocupante es que la tendencia ha incrementado a pasos agigantados a lo largo de los últimos 30 años; sobre todo, en personas menores de 50 años.
Los aumentos de casos de cáncer se explican, principalmente, por cambios en los hábitos de las personas desde el siglo pasado hasta la fecha. En especial, sobresalen como factores de riesgo el consumo de alcohol, falta de sueño, fumar cigarro, la obesidad y la integración de alimentos altamente procesados en las dietas contemporáneas; a esos elementos se suman las bebidas azucaradas y una vida cada vez más sedentaria. Asimismo, factores en el medio ambiente impactan también en esa recurrencia: agua cada vez más contaminada, smog y radiación excesiva.
Una pieza única de tecnología
Según proyecciones del National Cancer Institute de Estados Unidos, 39.5% de hombres y mujeres en el mundo en algún punto serán diagnosticados con cáncer. Es en ese contexto que constantemente se deben encontrar más y mejores formas de realizar diagnósticos a tiempo; sobre todo, porque detectar un tumor a tiempo puede ser la diferencia completa entre la vida y la muerte; el tratamiento de recuperación o los cuidados paliativos. Precisamente, 21% del total de muertes—tanto en hombres como en mujeres—son atribuibles a algún tipo de cáncer.
Pero la medicina es una ciencia en constante evolución. Y en el tratamiento oncológico hay avances enormes día con día. Por ejemplo, la llegada del iknife, un cuchillo inteligente que tiene la capacidad de “oler” tejidos cancerígenos; particularmente, con un alto nivel de precisión (casi de 100%) para detectar cáncer de ovarios, cáncer de mama y carcinoma colorrectal.
Entre 2010 y 2013 se puso a prueba este cuchillo inteligente en distintos hospitales europeos. Aunque su uso todavía no se ha generalizado en la práctica oncológica, recientemente se dio a conocer que incluso puede detectar cáncer de útero en cuestión de segundos. Esto podría reducir enormemente los tiempos de espera entre diagnóstico y prognosis, lo que en el largo plazo puede traducirse en la salvación de más vidas.
Repensar las relaciones cuerpo-medio ambiente
En el fondo, la prevalencia del cáncer en el siglo XXI habla sobre cómo nos relacionamos con nuestros cuerpos y, a su vez, en la poca atención que prestamos al impacto del ambiente a nuestro alrededor sobre ellos. Desde la alimentación que llevamos hasta los elementos tóxicos que absorbemos, hay algo profundamente complejo que lleva a que las tendencias del cáncer incrementen. Algo que no sólo se ve en volumen de población, sino también en algo que está afectando cada vez más a personas más jóvenes.
Un cuchillo que puede “oler” el cáncer podría cambiar nuestra relación con la enfermedad para siempre. Regalando diagnósticos expeditos y precisos, para evitar, así, tasas de mortandad gigantes. Sin embargo, también debería servir para modificar los vínculos que como humanidad hemos perdido con nuestro medio ambiente, con nuestro ecosistema. El punto en al que hemos llegado requiere de medidas extremas; ojalá así también quisiéramos repensarnos como cuerpos en un equilibrio, tanto al interior como a su exterior.