El cambio climático será una realidad en el mundo por décadas. Quizá la adaptación es la única alternativa que queda para sobrevivir.

Casi que cada semana aparece una variación de la misma noticia en titulares de todo el mundo. El cambio climático está aquí. Algún estrago nuevo ha dejado. Y todo es culpa de la humanidad por no poder encauzar todos los esfuerzos necesarios para llegar a la meta internacional de no superar un aumento de 1.5ºC de temperatura en relación con niveles preindustriales. Esto se traduce en monzones, deshielos, sequías y modificaciones fuertes a las rutinas diarias de personas en todo el planeta.

El tema no es menor. Pero parte de la crisis ambiental actual tiene que ver también con que hay una sensación de catástrofe insalvable. Un “Ya qué” gigante que nos hace creer que ya no se puede hacer nada para mitigar el cambio climático; igualmente, que cualquier tipo de esfuerzo por cuidar el medio ambiente es fútil, puesto que no hay una reversibilidad absoluta del embrollo en el que estamos colectivamente. Vaya, hasta una palabreja se ha tenido que inventar para hablar sobre ello: “solastalgia”, que responde a la tristeza que generan los cambios negativos en la naturaleza.

Y aunque el cinismo parezca la única solución frente al cambio climático, la realidad es que el futuro no sólo está por alcanzarnos, sino que ya está más que presente. Pensar que el daño causado al planeta es reversible es irrisorio; sin embargo, pensar que podremos sobrevivir sin hacer nada al respecto lo es aún más. Por desgracia, se ha vuelto necesario tener que hablar de adaptación a la crisis ambiental, más que de mitigar sus efectos sobre el mundo. 

Adaptación al cambio climático: el futuro nos alcanzó

Lo anterior no sólo es cuestión de derrotismo general. Sino que incluso, desde hace unos días, se ha vuelto parte de la agenda institucional a nivel internacional de cara al fin de esta década. El 6 de noviembre pasado comenzó la 27 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Mejor conocida como COP27, este año se está llevando a cabo en Sharm el-Sheij, Egipto. Y, precisamente, en esta ocasión todo gira alrededor de aceptar que la adaptación al cambio climático debe ser una prioridad mundial.

El año pasado se dieron vistazos de esa misma idea. En la COP26, en Glasgow, se puso hincapié en la necesidad de una industria gigante—la automotriz—para transicionar en su conjunto a medios de producción y productos que tiendan hacia un Cero Neto de emisiones de dióxido de carbono. Asimismo, se llevaron a cabo esfuerzos importantes para hacer del marco financiero del mundo uno mucho más “verde”, o al menos sostenible.

Ese tipo de propuestas llevan entre líneas la idea de que el cambio climático es una realidad que estará presente—incluso si se llega a revertir en el mediano o largo plazo—en las próximas décadas. En ese sentido, la adaptación de las personas, instituciones, gobiernos, comunidades y básicamente del mundo entero, no es un tema de buena voluntad, sino una obligación de supervivencia.  

¿Solidaridad y empatía?

La COP27 comenzó con el establecimiento de la Agenda de Adaptación de Sharm el-Sheij. Siguiendo los pasos del Sexto informe de evaluación del IPCC, se establecieron 30 puntos fundamentales a atender de aquí a 2030 para apoyar la adaptación de las personas y las naciones a la realidad de un planeta en el que el cambio climático no retrocederá por más buenas voluntades que puedan acumularse. 

Básicamente lo que se propone desde la COP27—y que se seguirá desarrollando hasta el próximo 18 de noviembre—es que se revisen con cuidado diversos sistemas que puedan ofrecer mayor resiliencia ecosistémica a personas, animales y plantas a nivel internacional. Éstos van desde asegurar alimentación y agua, a todas las comunidades, hasta articular la infraestructura necesaria para sobrevivir a fenómenos naturales con capacidades destructivas. 

En el fondo, hay una apuesta por solidaridad y empatía para entender que todos tendremos que aprender a vivir en situaciones extremas derivadas del cambio climático. El proceso de adaptación no será nada sencillo—y mucho menos barato—. Pero muy literal nos hemos quedado sin alternativas. Entre más rápido entendamos eso como humanidad, mayor resiliencia (tanto individual como colectiva) se podrá construir de cara a un posible futuro.

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