El enorme rompecabezas del calentamiento global parece un acertijo que sólo lograremos resolver si juntamos todas las piezas.

Por Mariana Castro Azpíroz

Desde las primeras propuestas de que el calentamiento de los gases atmosféricos podría afectar la temperatura del planeta y pasando por el hallazgo de un gas con “efecto anti-invernadero”, hoy nos seguimos enfrentando a la gran incógnita de cómo combatir el cambio climático. Hagamos este recorrido que dura casi 170 años para redescubrir cuándo comenzamos a entender el problema y en dónde nos situamos ahora.

Una publicación en el olvido

Por lo general se reconoce a John Tyndall como el padre de la ciencia del cambio climático. Este físico irlandés demostró  en 1859 el efecto invernadero por el cual los gases de la atmósfera provocan el aumento de la temperatura en el planeta. Sin embargo, en 2010 un coleccionista de libros técnicos antiguos descubrió a la mujer que le ganó a Tyndall por 3 años.

Raymond Sorenson, geólogo retirado, se encontraba tranquilamente hojeando la edición de 1857 del Annual Scientific Discovery (“Descubrimiento Científico Anual”) cuando se topó con un artículo que le llamó la atención. Estaba escrito por una tal Eunice Newton Foote y llevaba el título de “Circunstancias que afectan el calor de los rayos del sol”. Se trataba en realidad de la  reimpresión de una publicación que originalmente se había estrenado el año anterior en The American Journal of Science and Arts (“La Revista Americana de Ciencia y Artes”).

Eunice, quien también fue pionera defensora de los derechos de la mujer, había experimentado con contenedores llenos de gases como oxígeno e hidrógeno. Lo que observó fue que el aire comprimido o húmedo se calentaba más rápido que si estaba al vacío o seco. Pero la conclusión que más destacaba fue que notó que si le añadía dióxido de carbono a un contenedor, no sólo se calentaba más, sino que tardaba mucho más en enfriarse. Trasladó estas deducciones a lo que sería un caso de la vida real: con los gases de la atmósfera. Tras leer esto, Sorenson no dudó en publicar en una revista de geociencia en línea “Es claro que Eunice Foote merece crédito por ser una innovadora en el tema de CO2 y su potencial impacto en el calentamiento global”. Fue así como redescubrimos a la madre del efecto invernadero.

¿Gas de efecto anti-invernadero?

130 años después, James Lovelock propuso una manera de utilizar plancton para contrarrestar el calentamiento global. El DMS (sulfuro de dimetilo) es un gas que hace que se formen nubes sobre el mar. El vapor de agua se condensa alrededor de núcleos de esta sustancia y la aglomeración va creciendo hasta crear nubes que ayudan a dispersar la radiación UV de vuelta al espacio. Debido a que afecta la cantidad de radiación solar que atraviesa la atmósfera, el efecto final del DMS es de enfriamiento y por eso se le ha nombrado “gas de efecto anti-invernadero”. 

Esta solución, que parecería milagrosa, es traída a nosotros por el fitoplancton: un tipo de microorganismo que vive en la superficie de los océanos. Al alimentarse con los nutrientes del mar, el fitoplancton libera DMS al aire. ¿Y dónde está el truco? En su estudio, Lovelock concluyó que “para combatir el calentamiento debido al duplicado del CO2 atmosférico, se necesitaría aproximadamente el doble de núcleos de condensación de nubes”. ¡Eso es mucho DMS!

Esta solución, que parecería milagrosa, es traída a nosotros por el fitoplancton: un tipo de microorganismo que vive en la superficie de los océanos.
Imagen: Pixabay

En 2007, Lovelock y Chris Rapley propusieron “un tratamiento de emergencia para la patología del calentamiento global”, que consistía en construir tuberías de 100 a 200 metros de largo que trajeran los nutrientes del océano a la superficie para fomentar la producción de DMS. Ya nos podemos imaginar el armatoste que eso implicaría. De hecho, los autores mismos indicaron que este proyecto era un reto para la ingeniería y además dudaban que fuera económicamente viable. La propuesta fue muy criticada desde entonces porque también podría provocar que crecieran algas peligrosas o tener otras consecuencias ecológicas no deseadas. 

Recientemente se ha encontrado que también hay bacterias productoras del precursor de DMS: DMSP (que lleva el maravilloso nombre de dimetilsulfoniopropionato) viviendo en pantanos salinos alrededor del mundo. Incluso se han hallado trazas en la arena de la Fosa de las Marianas, 4 km bajo el mar. Se estima que podría haber 100 millones de bacterias productoras de DMSP en solamente un gramo de lodo de pantano. Así que mientras diseñamos una estrategia mejor planeada para aprovechar el DMS, al menos sabemos que hay fuentes alternativas para obtenerlo; no solamente está el mar.

Y conmigo somos 10

El enorme rompecabezas del calentamiento global parece un acertijo que sólo lograremos resolver si juntamos todas las piezas. Por eso necesitamos analizar profundamente todos los procesos en juego y proponer soluciones desde distintos ángulos. El DMS es solo uno de los acercamientos, pero aquí hay un par de ideas más para combatir el cambio climático.

La profesora Asmeret Asefaw Berhe descubrió la relación de la erosión con el almacenamiento de carbono y cómo restaurar los suelos puede ser un paso clave para secuestrar CO2 y ralentizar el cambio climático. Además, ella incide en la ecología política, estudiando las interacciones de las personas con su entorno y cómo el conflicto armado afecta la degradación de los suelos. Explora temas como la seguridad alimentaria y calidad del agua y propone intervenciones y posibles soluciones a través del manejo sustentable de los suelos.

Pero si se trata del carbono en los suelos, los humedales almacenan 100 veces más carbono por hectárea que la tierra seca. Actualmente están desapareciendo y al erosionarse liberan el carbono de vuelta a la atmósfera. Por eso la iniciativa “Harnessing Plants”, liderada por Joanne Chory, busca desarrollar humedales que retengan el carbono, purifiquen el agua, conserven la tierra y puedan prosperar en diferentes partes del mundo. Y eso no es todo: las plantas y los microbios que hacen fotosíntesis pueden transformar ¡20 veces más CO2 del que creamos con la actividad humana!

Las plantas convierten este carbono, de manera natural, en una sustancia llamada suberina. La entierran a través de sus raíces y así el carbono se vuelve algo benéfico para las mismas plantas. Inspirándose en este proceso, la iniciativa también busca desarrollar trigo, arroz, maíz y otros cultivos con raíces más grandes, profundas y con mayor contenido de suberina. Así los suelos estarán más saludables y se retirará parte del carbono del aire.

Los seres humanos hemos elevado la temperatura del planeta a partir de la enorme cantidad de gases de efecto invernadero que hemos generado desde la Revolución Industrial. Afortunadamente, en la Naturaleza existen procesos de enfriamiento y captura de carbono. Entenderlos mejor nos ayuda a darle sentido a este rompecabezas y quizá así encontremos las piezas que nos faltan.

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Mariana Castro Azpíroz estudió biología molecular en la UAM Cuajimalpa. Ha realizado investigaciones en colaboración con el Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco (CIBAC, UAM-X); además, se ha dedicado al cuidado y conservación de especies acuícolas endémicas. Desde 2019 se dedica a la divulgación científica y actualmente hace educación ambiental a través de redes sociales.

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