Por Mariana Castro Azpíroz
Probablemente no se trate solamente de un diluvio. Las catástrofes naturales de todo tipo ya ocurren periódicamente debido al cambio climático. En un intento por prepararnos para cualquier desastre, varios bancos de semillas ya están en pie. También se han implementado diversos programas de reintroducción de animales con el objetivo de restaurar sus poblaciones.
El camino hacia el semillero
Debajo del hotel Posada Misión en Taxco, Guerrero, 17 metros bajo tierra existe un búnker secreto. Escondido dentro de una mina prehispánica se resguarda un banco de semillas. Parece trama de película de exploradores, pero es verdad. La mina alcanza una profundidad de 180 metros, pero el banco se situó a la altura en la que las condiciones de temperatura y humedad son ideales para preservar las semillas. Se calcula que podrían conservarse vivas durante unos 40 a 70 años. Su propósito es mantener la diversidad de información genética de las especies y variedades de distintas plantas… en caso de que un desastre natural acabe con las que hasta ahora sobreviven en la superficie.
La nochebuena es una flor nativa mexicana, originaria del estado de Guerrero. Su nombre en náhuatl es Cuetlaxóchitl, que significa “flor que se marchita”. Por su importancia biocultural, se creó la Sociedad Mexicana de la Flor de Cuetlaxóchitl. Dicha agrupación resguardó semillas de distintas variedades de esta planta endémica en 46 frascos en el banco. Para entender la evolución de ésta y otras flores originarias de México (pero sobre todo de Taxco), hay 3 lugares donde se encuentran sus semillas. El primero es el búnker, pero hay un banco idéntico dentro de la Universidad Autónoma de Chapingo (UACh), en el Estado de México: el Banco Nacional de Germoplasma Vegetal (BANGEV). Finalmente, otras variedades se conservan en campo y se les da seguimiento como parte de una investigación.
En el BANGEV hay 16,792 frascos con 188 especies de plantas, como maíz, chile y frijol. Para crear estos bancos, investigadores de la UNAM, la UACh y el IPN tardaron 10 años en recolectar la mitad de las semillas. La otra mitad proviene de una repatriación del Banco de Germoplasma de Fort Collins, Estados Unidos.
La leyenda de las especies perdidas
¿Y qué hay de los animales? Existen más de 4,000 mamíferos herbívoros terrestres y viven en todos los ecosistemas del planeta, excepto en Antártica. Entre las 74 especies de mayor tamaño (que pesan 100 kg o más), el 60% está en peligro de extinción. Las poblaciones de otras 43 especies están disminuyendo. ¡Hay animales de los que no quedan más de 100 individuos! Entre las principales amenazas para los grandes herbívoros están la caza, el cambio de uso de suelo, la pérdida de hábitat, la deforestación e incluso el conflicto humano.
Los grandes herbívoros brindan muchos servicios ecológicos. Imagina un elefante comiendo: su trompa arranca grandes partes de la vegetación. Al hacerlo convierte bosques en matorrales, lo cual es necesario para que animales como impalas y rinocerontes puedan vivir ahí. Los hipopótamos también moldean el paisaje. Al comerse la vegetación crean nuevos caminos en los pantanos y éstos forman sistemas de canales. Los grandes herbívoros además cumplen funciones como dispersar semillas o afectar propiedades de los suelos y ciclos de nutrientes. Su existencia es necesaria para que las poblaciones, tanto de sus depredadores como de herbívoros más pequeños, se mantengan en niveles saludables.
Por eso la estrategia conocida como restauración trófica (“trophic rewilding”) es crucial para recuperar estas especies. El proyecto “Rewilding Europe” es una red que conecta más de 70 iniciativas de restauración en 27 países europeos. Se dedica a proporcionar manadas de herbívoros para dichos proyectos a través del Banco Europeo de Vida Salvaje. Además difunde información relativa a la vida silvestre y ecosistemas, promueve y apoya a las iniciativas.
¿Quién le teme al lobo feroz?
Muchos cazadores, al parecer. Y aunque no debería ser así, el miedo a lo desconocido o lo diferente suele conducir a respuestas destructivas. Antes de 1930 había lobos grises por todo el territorio de Estados Unidos. Después comenzaron a cazarlos… ¡adentro del Parque Nacional Yellowstone! La falta de lobos dejó un espacio que los alces y venados aprovecharon. Comenzaron a masticar álamos y sauces. Esto dejó a los castores sin árboles para construir sus presas y a las aves sin lugares donde anidar. Tuvieron que pasar más de 50 años para que el gobierno estadounidense creara la “Ley de Especies en Peligro de Extinción”. Tras prohibir la caza del lobo gris, el ecosistema poco a poco fue recuperando su balance. En 1995 se liberaron 14 lobos en el Parque Nacional. Al año siguiente, otros 17. Para 2007 ya había 400 lobos en Yellowstone.
La “Iniciativa de Conservación desde Yellowstone hasta Yukon” busca restaurar hábitats de montaña. Es una organización sin fines de lucro construída mediante una colaboración entre Canadá y Estados Unidos. Busca conservar toda la región y dar oportunidad para que prosperen la naturaleza y la sociedad. Desde 1993 ha reunido a 467 agrupaciones, invertido 60 millones de dólares en proyectos de conservación y logrado un aumento del 80% en crecimiento de áreas clave protegidas.
No podemos meter a todas las especies en un arca y escondernos hasta que pasen las catástrofes; pero sí podemos intentar resguardar lo que tenemos y recuperar lo que dañamos. Más que nada, debemos replantear nuestra relación con el entorno natural para interactuar de formas más sanas. En más de un sentido nos hace falta aprender a convivir, en lugar de intentar conquistar lo que nos rodea.
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Mariana Castro Azpíroz estudió biología molecular en la UAM Cuajimalpa. Ha realizado investigaciones en colaboración con el Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco (CIBAC, UAM-X); además, se ha dedicado al cuidado y conservación de especies acuícolas endémicas. Desde 2019 se dedica a la divulgación científica y actualmente hace educación ambiental a través de redes sociales.