Estados Unidos aprobó una iniciativa para fomentar la manufactura de chips en la región, pero puede estar llegando tarde a la fiesta.
La pandemia puso al descubierto muchísimos aspectos que dábamos por sentado de la operación cotidiana del mundo. La apertura de fronteras y la interconexión mundial, por ejemplo. La genuina importancia de la interacción humana, así como lo fundamental del salón de clases físico para las experiencias de enseñanza-aprendizaje de estudiantes en todo el planeta. Ni se diga de la necesidad de contar con sistemas de salud eficientes, listos para poder responder a una emergencia sanitaria a nivel global. Y—junto con todos esos veintes que nos cayeron de sopetón entre 2020 y 2021—hubo también un reconocimiento gigante del papel fundamental que desempeñan los chips semiconductores y su adecuado suministro para la vida hoy en día.
Durante los periodos más complejos de la pandemia, se hizo presente una grave crisis de desabasto de chips, cuyas consecuencias económicas no desaparecen aún del panorama internacional. La más notoria, quizá, es el aumento en el precio de automóviles y lo difícil que es comprarlos hoy en día.
Se conjugaron distintos factores para que eso sucediera. En primer lugar, las principales zonas de producción de semiconductores en el mundo—China, Corea del Sur y Japón—fueron de las primeras en establecer confinamientos y cierres de industrias al comienzo de la emergencia sanitaria. En segundo lugar, hubo un aumento generalizado de demanda por equipo de cómputo para poder cumplir con el teletrabajo y la educación a distancia; algo que, necesariamente, incrementó la necesidad de chips en la manufactura de todo el planeta. Por último, hubo interrupciones graves en la gran cadena de suministro a nivel mundial, que entorpeció tanto la generación como la distribución de semiconductores en todos los países.
Chips and Science Act: Estados Unidos quiere redoblar esfuerzos
La crisis de escasez de chips montó un tablero geopolítico complejo, que se resintió particularmente en Occidente. La distribución de esa industria es una demasiado concentrada en Asia; 75% del sector está en China, Corea del Sur y Japón, mientras que Estados Unidos abarca poco más de 13%. De igual manera, la producción de semiconductores en territorio norteamericano es 30% más cara que la de Taiwan y Singapur; así como alrededor de 50% más costosa que en China. Por eso, el continente americano quedó todavía más expuesto al desabasto de estos componentes tan importantes para absolutamente todo en la vida contemporánea: desde microondas y refrigeradores hasta teléfonos y automóviles. No por nada se trata de un mercado que se estima alcanzará los 1.35 billones de dólares para 2030, mientras que apenas en 2021 rondaba los 551,000 millones.
Buena parte de las variaciones de precio entre la producción gringa y asiática de chips se explica a raíz de la intervención de gobiernos en el mercado; sobre todo, a partir del establecimiento de subsidios para la manufactura de semiconductores —particularmente en China—. Esto se vuelve muy atractivo para el sector, que busca entonces crecer más en países asiáticos, en vez de en el continente americano. Frente a todo esto, Estados Unidos presentó la Chips and Science Act, una reforma que busca dar estímulos por 52,000 millones de dólares para compañías gringas que busquen invertir en el desarrollo y manufactura de chips; asimismo, plantea dar millones más en créditos a los impuestos del sector. Y miles de millones de dólares para la investigación y desarrollo en industrias tecnológicas de punta.
Estados Unidos se ha quedado corto en la carrera por el mercado de chips. Esta iniciativa buscaría poner un piso más parejo para que pueda competir con los países asiáticos.
Pero el resto del mundo también
En teoría, bien colocados los estímulos de la Chips and Science Act podría lograr que los costos de abrir unidades de manufactura de semiconductores sea considerablemente más barato; por tanto, que pueda competir en costos con China y Corea del Sur, o de perdida con Taiwan. Pero, igualmente, esto podría funcionar para que la región entera deje de depender tanto de Asia en una industria que termina por ser habilitadora de muchísimas más. Y que ya se ha podido atestiguar qué pasa cuando se interrumpe su suministro como con la pandemia. Pero se necesita muchísimo dinero más para que Estados Unidos pueda entrarle al quite en el mercado de los semiconductores.
China tiene listos 150,000 millones de dólares para invertir en la producción de chips de aquí a 2030. Por su parte, Corea del Sur planea hacer lo propio con 260,000 millones de dólares en ese mismo periodo. Japón y la Unión Europea gastan a niveles más bajos, pero a ritmos más constantes desde hace ya mucho tiempo. Desde hace años, el mundo entero vio que la industria de los semiconductores sería vital para el desarrollo tecnológico en las próximas décadas; en ese sentido, ya hay una carrera mundial por ofrecer los mejores subsidios a los productores y Estados Unidos llega tarde. Sobre todo, en un año de inflación y recesión en todo el planeta que hace difícil pronosticar cómo es que se establecerán los niveles de inversión de cara al segundo semestre de 2022.
Sin embargo, si algo quedó claro en los años recientes es que ninguna región del mundo se puede permitir volver a tener un desabasto generalizado de chips. Será cuestión de ver qué tanto contribuye a esto la apuesta de Estados Unidos.