A lo largo de la pandemia hubo una verdadera fiesta de capital de riesgo para toda América Latina. Hacia 2023, la cosa puede ser diferente.
Incluso antes de la pandemia, la tendencia de crecimiento era clara. En 2019, por ejemplo, la inversión de capital de riesgo en startups de América Latina alcanzó los 4,600 millones de dólares; sin embargo, un año antes apenas rozaba los 2,000 millones de dólares. Luego, llegó la pandemia. Y aunque a todas luces parecía que habría cambios grandes en el sector, la realidad es que los cambios fueron mucho menos abruptos que en otros ámbitos que se vieron absolutamente trastocados por el covid-19.
El año de la emergencia sanitaria—es decir, 2020—cerró con contratos de inversión de capital de riesgo en empresas latinoamericanas con 4,100 millones de dólares. Al grado de que en esos momentos México vio nacer a su primer unicornio (una empresa valuada en mil millones de dólares) con el aprovechamiento del contexto por parte de Kavak. Sobre todo porque, paralelamente, hubo un proceso de desarrollo y crecimiento de clústers de innovación en regiones que ya no están necesariamente cercanas a espacios como Silicon Valley.
Ahora bien, en 2021 la cosa cambio por completo. A pesar de crisis económicas y problemas en las cadenas de suministro a nivel global—igualmente todo derivado de la pandemia—, el capital de riesgo en América Latina se disparó a niveles insospechados. El año pasado concluyó con la estrepitosa cantidad de 14,800 millones de dólares para proyectos de empresas en una región que, por decir lo menos, históricamente presenta muchísimos problemas para sus ecosistemas empresariales.
Ahí viene la cruda del capital de riesgo
El capital de riesgo es de suma importancia para el mundo de la innovación y el desarrollo. Particularmente a través de fondos de inversión, permite dar a startups un respiro en cuestión de dineros en el camino a la consolidación de un modelo de negocios que, por lo general, empieza siendo nuevo o disruptivo; por lo mismo, requiere de paciencia y mucho—muchísimo—dinero para cuajar. La idea básica de este modelo es que un fondo de éstos invierte en miles (quizá millones) de empresas que tienen el potencial de cambiar un mercado por completo. Muchísimo de ese capital será perdido—por eso es, literal, de riesgo—, pero la mayoría de las veces se puede recuperar con el éxito de alguna compañía.
A lo largo de la pandemia hubo una verdadera fiesta de capital de riesgo para toda América Latina. Esto se explica en buena medida por el tipo de soluciones “novedosas” que se fueron integrando a la vida cotidiana en países en los que la emergencia sanitaria aceleró procesos de digitalización que habían tardado muchos años en concretarse. Al final del día, es una región única: llena de problemas de mercado que esperan soluciones innovadoras (por ejemplo, profesionalizar y acelerar la compraventa de automóviles usados). Pero, como era de esperarse, esos crecimientos no podían seguir hasta el infinito.
¿El final de los unicornios?
Desde principios de este 2022, las tendencias se revirtieron por completo cuando de capital de riesgo en América Latina se trata. Nada más en los primeros dos trimestres del año, la inversión de este tipo en startups latinoamericanas cayó en casi 70%. Y la baja no sólo se da en términos de dinero, sino de número de transacciones también; es decir, cada vez se vuelve más difícil para empresas en ciernes convencer a fondos que sus proyectos tienen, de hecho, un futuro esperanzador.
Por supuesto que este cambio no se da en el vacío. Tanto en Estados Unidos como en buena parte de América Latina el 2022 ha representado un año de turbulencia económica; por ejemplo, con momentos en los que la inflación alcanzó picos que no se veían en 30 años y con una posible recesión que no deja de acechar. Esto impactó considerablemente mercados e industrias que no han sabido mostrar su valor más allá de ser vehículos de especulación, como es el caso de los NFTs y las criptomonedas. Ni se diga de los despidos masivos que no dejan de ser noticia en el sector tech de todo el mundo.
Pero sin esa lana del capital de riesgo es difícil imaginar que las startups en América Latina puedan seguir creciendo como lo mostraron en años recientes. Y, vaya, también tendrían que poder encontrar formas de desarrollarse sin una quema desmedida de recursos; sin embargo, lo cierto es que la innovación requiere de nutrición y acompañamiento. La situación actual no es favorecedora. Aunque aún no se puede vislumbrar cómo va a terminar todo, hay ciertos elementos que recuerdan al estallido de la burbuja puntocom de los 90 o, sin irnos tan lejos, a la estrepitosa caída de las criptomonedas hace unos meses. ¿Adónde vamos a parar?