Hace unas semanas, algunos aseguraron que si no vivías en la Ciudad de México, o peor aún, no habías vivido en la década de los 70, no podrías ser capaz de comprender en su totalidad ROMA. Si esto fuera cierto, el último largometraje de Cuarón no habría alcanzado la popularidad que ha recibido desde su estreno en México y todo el mundo. Así es. Un drama en blanco y negro sobre una ayudante doméstica de los 70 en México, algo que parece intrascendente para un estadounidense o cualquier extranjero, logró colarse en el imaginario de las audiencias independientemente de sus otras cualidades fílmicas como la fotografía y la edición de sonido.
Entonces, la pregunta es la siguiente: ¿Cómo ROMA logró convertirse en el filme más destacado del año fuera de México? La respuesta, a pesar parecer evidente, en realidad no lo es tanto. Estamos viviendo tiempos de crisis a nivel mundial donde minorías y grupos vulnerables, han visto cómo se violentan sus derechos por más fundamentales que estos sean. No tenemos que hacer alusión a las crisis más obvias de la actualidad –pero que no son nuevas– como la migración y la violencia sistemática contra las mujeres. Podemos hablar de la discriminación contra los indígenas y la falta de oportunidades por su origen y condición social. De este modo, un personaje como el de Cleo en ROMA, se convierte en un referente en cualquiera de los casos.
Sin embargo, para ser justos, la percepción y apego de las audiencias con esta cinta, si varían de acuerdo a la región. En Estados Unidos, ROMA es una memoria íntima y dramática del México de los 70. Para nosotros, es una memoria íntima, dramática y realista de lo que fuimos y somos con Cleo como pilar de una familia de clase media que, a pesar del apego emocional, no puede escapar de su realidad (la de hacer licuados de plátano cuando se le pida u ordene, depende del caso).
Esto mismo sucede con Vice, la película biográfica sobre el exvicepresidente número 43 de Estados Unidos, Dick Cheney, dirigida por Adam McKay. No hace falta ser “americano” para comprender la premisa principal de la cinta, pero sí hace falta serlo para comprender las dos caras de la cinta y, al final, amarla y odiarla. Vice nos presenta a Cheney, un miembro poderoso del partido republicano que nunca logró convertirse en candidato a la presidencia en representación de su partido, pero que por debajo del agua (es decir, aquellos que no salen en la televisión pero manejan todo), controló al país y llevó al límite sus puntos más vulnerables.
Cheney es interpretado por Christian Bale bajo un montón de maquillaje y una prótesis que le dan un aspecto calmado. Pero es su trabajo como actor el que le da el toque demoníaco que, aparentemente, caracterizó a Cheney durante su gestión junto a George W. Bush como vicepresidente (y algo más) a principios de milenio. Cheney pasó de ser un republicano promedio en las oficinas de gobierno, a CEO de Halliburton (un gigante de la industria del petróleo), a un plutócrata que movió las cartas a su favor gracias, en gran medida, a la ignorancia y falta de experiencia política de Bush.
En otras palabras, o al menos como se presenta en Vice, el ataque del 11 de septiembre y todas sus nefastas consecuencias como la guerra de Afganistán, el señalamiento contra Sadam Hussein de posesión de armas nucleares y la invasión a Irak, fueron planes diseñados por Cheney para llegar al punto central de la política que mueve a muchos países del mundo (sin capitalistas ni socialistas): el valor del petróleo.
¿Quién es el culpable de las millones de muertes de civiles en la región, las políticas excluyentes de la gestión actual, la llegada al poder de Donald Trump, del resurgimiento de grupos de odio? Para McKay en Vice, la culpa es del despiadado de Dick Cheney y los republicanos con sus estilos conservadores. De este modo, la culpa de todo lo que se venga a partir de ahora, será de Trump y la desesperación de su partido por conservar el poder a como dé lugar. En algún punto de la cinta, el personaje de Ronald Rumsfeld señala una ofician de la Casa Blanca y dice que desde ahí, se toman decisiones importantes (invasiones, bombardeos, intervenciones). Cualquiera sale del cine pensando que los republicanos son unos malditos.
Fuera de Estados Unidos, la película es una reconstrucción de los hechos que va del drama familiar –Cheney rechazó luchar por la presidencia para evitar que atacaran a su hija lesbiana–, a la comedia con diálogos ágiles y shakesperianos (literal). Pero parece que para los americanos, una película sobre la historia política republicana, varía de acuerdo al partido con el que creciste y los personajes políticos que formaron parte de tu visión actual de la política americana. Pero aún más, influye la poca claridad con la que McKay presenta la realidad y la ficción. La película Amadeus de 1984 se presentó como “la versión del director”. Tal vez McKay debió de presentar Vice de la misma manera, con una advertencia para su compatriotas que la realidad para él también se puede hacer ficción o viceversa. ¿Cómo? Con metáforas que han sido calificadas como absurdas y tontas (el papel que juega Jesse Plemons) y forzadas al punto de no ser comprendidas.
En pocas palabras, Vice es una sátira política desordenada que resalta por las actuaciones –patrocinadas por Bale, Amy Adams, Steve Carell y Sam Rockwell– y los malos chistes de un personaje diabólico (malos porque no hay gracia alguna en la toma de decisiones que ponen en juego la vida de millones de personas). Y de este lado, Vice es una comedia liberal que demuestra otra vez los dotes actorales de Bale y nos dice una vez más que la culpa es de unos cuantos, de aquellos que establecen las políticas de terror, y no de todos los demás por creerlas y permitir que esas cosas sucedan.