A estas alturas, seguramente ya escucharon (o vieron) una de las producciones originales de Netflix más recientes que ha sido aclamada entre la crítica y las audiencias. Desde luego nos referimos a The Queen’s Gambit, serie limitada que llegó al catálogo en el mes de octubre para adoptar y regalarnos una lectura bastante interesante no sólo sobre el ajedrez (un juego que solemos pensar es demasiado intelectual), sino sobre el feminismo y el comunismo.
Ya sé. Leemos la palabra “feminista” y creen que el único argumento válido para decirlo es que la protagonista es una mujer que se desenvuelve en un mundo liderado y dominado por hombres. Sin embargo, The Queen’s Gambit es mucho más que eso: es una historia con una poderosa lección sobre la unión, el trabajo en equipo y el poder que esto nos hace asumir de manera individual y colectiva.
¿Y eso no es acaso la base del feminismo sin importar si una(o) se asume o no cómo tal? Pero vamos por partes.
The Queen’s Gambit
The Queen’s Gambit es una mini serie de apenas siete episodios escritos por Scott Frank, a quien recordamos por su trabajo en el guion de Logan y por el cual recibió una nominación al Oscar. La historia está basada en la novela homónima de Walter Tevis publicada a principios de la década de los 80.
Ambientada en la década de los 50 y 60, nos presentan a Elizabeth Harmon, una pelirroja de Kentucky que pierde a su madre en un accidente automovilístico. Beth llega a un orfanato de la región donde revela dos de las adicciones que la persiguen durante su niñez, adolescencia y los primeros años de sus 20: los tranquilizantes y el ajedrez.
Beth es introvertida y buena para realizar operaciones matemáticas: razonamiento y análisis a una velocidad impresionante. En sus clases de matemáticas, terminaba antes que todas, razón por la que la maestra le pide que baje al sótano para limpiar los borradores. Aquí conoce al señor Shaibel, intendente que suele jugar partidas de ajedrez en sus descansos.
Beth siente curiosidad y entiende el tablero y las reglas básicas con sólo verlo, por lo que el señor Shaibel “adopta” a una aprendiz. En poquísimo tiempo, comprende las reglas básicas del ajedrez. A la par, dos veces al día le dan a las niñas una pastilla verde –que en la vida real era clordiazepóxido– para mantenerlas calmadas. Beth se hace adicta, y todas las noches se embute más de una para poder visualizar un tablero de ajedrez en el techo donde analiza los movimientos de las piezas.
De esta forma nace la adicción de Beth a los tranquilizantes, así como la idea de que para poder jugar ajedrez, debe consumirlas. Ya en su adolescencia, Beth es adoptada por una mujer alcohólica que al poco de tiempo, es abandonada por su esposo. Por lo que las dos se cuidan, se lamentan juntas, se salvan. Su relación de madre e hija se fortalece con los viajes que debe realizar Beth para jugar torneos que les den algo de dinero.
A partir de aquí, vemos la evolución de Beth de una chica que utilizaba el uniforme del orfanato, a una adolescente chic que mientras gana popularidad en el mundo del ajedrez, también crece su adicción por los tranquilizantes y comienza una nueva: el alcohol. La mente de Beth, cree, debe estar en caos para poder visualizar el futuro del tablero que tiene delante de ella.
¿Por qué ‘The Queen’s Gambit es la serie perfecta sobre feminismo?
La década de los 60 y torneos de ajedrez. Cualquiera podría pensar que el recorrido que hace Beth, la protagonista, es sobre cómo se empodera en un mundo de hombres, cómo desafía y rompe con la idea de que los hombres son intelectualmente superiores que las mujeres, y cómo es posible hacerlo sin perder su feminidad (el vestuario, entre muchas otras cosas, es increíble). Esa es la lectura más simple.
Pero no. The Queen’s Gambit nos presenta el viaje de una niña huérfana a través de las adicciones y la soledad, y cómo un juego tan de análisis y razonamiento como el ajedrez, el cual siempre se juega de manera individual, no fue la solución a sus problemas, sino parte de ese camino…
Beth, conforme crece su carrera y popularidad, se prepara para enfrentar a los rusos, los ganadores indiscutibles, aquellos que juegan ajedrez como un juego más de mesa y dominan el arte. Beth pierde contra el campeón mundial, Vasily Borgov, más de una vez porque sus inseguridades no le permitieron jugar en la realidad del oponente.
Sería erróneo pensar que la protagonista pierde porque se siente insegura a partir de su condición de mujer. Primero, pierde la partida por creerse superior en un juego que requiere más que destreza mental y una posición individual, y en la segunda ocasión, por su adicción al alcohol. La tercera que se enfrentan, es la última y la definitiva.
¿Y qué es lo que aprendió en el camino? Que los rusos ocupan los primeros lugares en todo el mundo no porque sean más inteligentes o lleven en torneos desde que son niños. Sino porque juegan en equipo en una partida que es de uno. En otras palabras, no juegan a ganar ellos, sino un equipo, una nación. Jugaban y ganaban por Rusia.
Uno de los mentores de Beth, Benny Watts (excampeón de Estados Unidos), le explica eso: que los rusos cosechan victorias en el ajedrez porque juegan, analizan y mueven las piezas en equipo. Cuando Beth lo entiende, y comprende que esa es la única forma de ganarle a la persona que más ha permanecido en en la cima internacional, es que sale triunfante.
Beth no juega para ganar, sino para superarse a sí misma. Y lo hace con el apoyo de Benny, Harry Beltik, Townes (su interés amoroso no correspondido), Jolene y las lecciones aprendidas en el sótano del orfanato junto al señor Shaibel. Su “equipo”, está conformado en su mayoría por hombres por el mundo en el que se desarrolla la historia, pero al final, es un equipo liderado por una mujer que se convierte en la mejor del mundo.
Cada lectura de una serie o película es muy personal, y se hace con base en la experiencia del espectador. Y esta es la mía: si hay algo que me ha enseñado el feminismo, sin importar si me asumo feminista o no, es que las colectivas consiguen victorias. Muy trillado, pero más fácil de explicar: la unión hace la fuerza.
Y así, The Queen’s Gambit es una serie que toma como base el feminismo para contar una historia que no pretende ser feminista. Al menos no es la superficie. Si el resto de sus elementos permiten definir a esta producción como una historia sobre empoderamiento femenino, será acertado. Pero la historia va mucho mucho más allá con una idea que construye al feminismo y su lucha por equidad, igualdad y libertad.
Anya Taylor-Joy
Otra razón para coronar a The Queen’s Gambit entre lo mejor de este año, es el protagónico de Anya Taylor-Joy, una actriz estadounidense-británica-argentina que en los últimos años ha destacado en pocos personajes.
La recordamos por su participación en THE VVITCH de Robert Eggers, su segunda película y su primer protagónico. La película es considerada una de las mejores en el género de terror de los últimos años y el trabajo de Taylor-Joy fue aclamado por la crítica. Ahora se encuentra en la producción de su segunda colaboración con Eggers en The Northman.
También está su trabajo en Split y Glass, las cuales forman parte de la trilogía de superhéroes de M. Night Shyamalan y en las que da vida a Casey Cooke, una joven atormentada que encuentra una especie de refugio y liberación, irónicamente, en un secuestro. Este 2020 estrenó, como protagonista, Emma y The New Mutants. Y se prepara para estrenar Last Night in Soho bajo la dirección de Edgar Wright.
Anya Taylor-Joy protagoniza The Queen’s Gambit como Beth en su adolescencia y juventud, y lo hace junto a Isla Johnston como Beth de niña, Bill Camp como el señor Shaibel, Moses Ingram como Jolene, Harry Melling como Harry Beltik, Thomas Brodie-Sangster como Benny Watts, Jacob Fortune-Lloyd como Townes, Marielle Heller como Alma Wheatley, Chloe Pirrie como Alice Harmon.
The Queen’s Gambit está disponible en Netflix.