Algunos de los más grandes cineastas iniciaron sus carreras como críticos(as) de cine. Los directores de la Nueva ola francesa como François Truffaut y Jean-Luc Godard son de los más famosos. Pero hay uno que merece mención aparte dentro de esta lista, y ese es Paul Schrader.
Schrader cayó en las garras del cine a los 14 años, edad en la que vio su primera película tras una fuerte educación calvinista por parte de sus padres en la que tenía prohibido no sólo ir al cine, sino escuchar ciertos géneros musicales como el rock. Su primera cinta, como la de la mayoría de los niños y niñas, fue un título de Disney. La suya: The Absent-Minded Professor.
El mismo Schrader ha dicho que fue gracias a ese desapego al cine en su infancia, que ha podido escribir algunas de las historias más complejas a un nivel emocional y psicológico como lo es Taxi Driver o Raging Bull. Sin duda, dos de sus trabajos más conocidos que definieron el principio de su carrera como guionista.
Schrader, el hombre de fe
Sin embargo, fueron sus primeros pasos como crítico, los que le han dado la clave para escribir el cine que necesitamos, sobre todo ahora. ¿La razón? Schrader se ha asumido un espectador antes que realizador, y echa toda la carne al asador entre sus ficciones porque reconoce que todo lo que se escribe, y se ve, viene de la experiencia personal. Algo que parece evidente, pero no siempre lo es.
En otras palabras, el director no espera que la audiencia entienda, sienta o asuma algo. Escribe lo que es. Por ejemplo, First Reformed, la cual se estrenó en 2018 con el protagónico de Ethan Hawke, fue un relato extremadamente íntimo, tan personal, que resulta incómodo y a veces incomprensible. ¿Cómo entender lo que no has vivido por más que tu experiencia se asemeje?
En esta cinta, Schrader exploró las reflexiones de su infancia y las imposiciones de la religión. Las cuales, o la mayoría de las veces, se traducen en meros rituales que poco o nada se relacionan con la fe. En el caso del calvinismo, se trató de culpa en lugar de reforzar la devoción condicionada por un castigo. Schrader abandonó su religión (el ritual), pero no la fe. Y Ernest Toller, en su crisis, se descubre aún más cercano a Dios. ¿Cómo? El contacto humano que nos hace vulnerables.
The Card Counter
Y es justo este mismo punto, el que está presente en The Card Counter, su más reciente película que compitió en el Festival de Venecia, y que tiene su estreno en México dentro del marco del Festival Internacional de Cine de Morelia o FICM. The Card Counter está protagonizada por Oscar Isaac como Bill Tillich (conocido como William Tell), un exsoldado y contador de cartas que viaja de ciudad en ciudad para apostar sumas reducidas con el objetivo de no llamar la atención.
William aprendió a contar cartas en la prisión militar donde cumplió una condena de ocho años y medio. Para su sorpresa, se adaptó al confinamiento mejor de lo que esperaba porque se descubrió en el silencio y la soledad. Se disfrutaba más en la rutina, en el mismo olor, la misma ropa y las mismas personas. Y con mucho tiempo de sobra, aprendió a contar cartas.
El motivo de su encierro es un misterio al principio del filme. Lo vemos y cuesta trabajo creer que ese sujeto pasivo, pudiera hacer algo para estar encerrado. Pero luego, Schrader nos permite adentrarnos en su intimidad y entendemos que se trata de un hombre con muchas manías. Cada vez que llega a un cuarto de hotel, cubre todos los objetos con sábanas blancas como anticipándose a cometer un crimen atroz.
William se sienta frente al escritorio de cada cuarto (ya cubierto), se sirve una copa y escribe. Este podía ser el signo distintivo de Schrader: un hombre con un cuaderno y una pluma sumergido en sus pensamientos, los cuales tenemos oportunidad de escuchar. Después de tanto tiempo, nos es inevitable pensar que podría ser el mismo ritual de Schrader al escribir sus historias: también es un hombre con muchas manías.
Mientras nuestro protagonista sigue su rutina, entran a la escena dos personajes clave: La Linda, una mujer que busca apostadores para los establos; y Cirk (con “C”), hijo de un soldado que se suicidó. Con ellos, vamos comprendiendo el pasado de William y sus obsesiones, las cuales están relacionadas con John Gordo, un experto en técnicas de interrogación enfocadas en presos políticos y terroristas.
Redención
The Card Counter parece tomar un rumbo político relacionado con la presencia de las tropas americanas en lugares clave en el mundo que piden a gritos, según ellos, su intervención para lograr un estado democrático. La historia de siempre. Estados Unidos con bases militares y prisiones para torturar prisioneros bajo técnicas atroces. William estuvo ahí.
Pero no. The Card Counter nos muestra a un sujeto solitario que sin que entrara en sus planes rutinarios, se divide entre las incoherencias de la moralidad: hacer el bien para resarcir el mal del pasado. Sólo que en una película de Schrader, ese debate se genera entre la violencia de la soledad que se ve reflejada en el cuerpo.
William ya no puede salvarse, y se obliga a experimentar una vida que simule la reclusión; por lo que busca salvar a alguien más a pesar de que esta persona no se lo haya pedido o no quiera ser salvada. Bajo las mismas técnicas aprendidas para someter y quebrar prisioneros, William se obliga a cumplir un código y busca obligar, inconscientemente, a que otros sigan su redención.
El final es sublime. En una referencia directa a La creación de Adán de Miguel Ángel, Schrader nos entrega, una vez más, un héroe que no puede sentirse satisfecho con sus planes, remitiéndonos al viejo cine que si bien no inauguró Schrader, sí es responsable de hacerlo tan icónico.
Schrader apela a la misma fórmula de un Travis Bickle; pero la domina tanto, que vuelve a ser novedosa. Las tomas, la música, los silencios, los pensamientos… son un homenaje a su propio trabajo. Varios críticos han dicho que estamos frente a un “renacimiento” Schrader; pero en realidad, creemos que no es que haya resurgido, sino que siempre estuvo ahí, sólo que sus historias y personajes son más reales que nunca.