Rebelde y explosivo como un volcán; así era Gerardo Murillo, mejor conocido como Dr. Atl, quien un día como hoy, pero de 1875, nacía en Guadalajara, Jalisco. Y porque este 3 de septiembre cumpliría 145 años, queremos recordarlo con algunos de los momentos más emblemáticos de su vida.
¿Por qué Dr. Atl?
De acuerdo al Instituto de Bellas Artes y Literatura (INBAL), se dice que en una ocasión Gerardo Murillo salió de Veracruz rumbo a Europa en un barco, pero en Nueva York, la embarcación tuvo que enfrentar una fuerte tormenta. Este hecho, supuestamente, lo haría pensar en su muerte, pero al salir ileso de este hecho, sus amigos decidieron ponerle como sobrenombre “Atl”, que significa agua en náhuatl.
Por otra parte, el título de doctor, se cuenta que se lo dio el escritor Leopoldo Lugones, por haber obtenido este título en filosofía, conformándose así el pseudónimo que todos conocen: Dr. Atl.
“El agitador”
De acuerdo con un artículo de El Universal, desde los 19 años, el todavía joven conocido como Gerardo Murillo, comenzó a interesarse por la pintura, por lo que se inscribió en el taller del pintor Felipe Castro. Tiempo después, decide trasladarse a la Ciudad de México para empezar a tomar clases en la Escuela de Bellas Artes, a la vez que también estudiaba la preparatoria.
Era tanto su talento que incluso llamó la atención del entonces presidente de México, Porfirio Díaz, por lo que le da una beca para que estudie en la Universidad de Roma y en la Soborna de París. A su regreso, comienza a dar clases en la Academia de San Carlos, donde lo empiezan a llamar “el agitador”, pues de acuerdo al INBAL, siempre buscaba incitar a los docentes y alumnos a pensar diferente, a ser subversivos.
De hecho, entre sus alumnos, tuvo a los tres más reconocidos muralistas de México: David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera; quien llegó a decir en el texto La increíble historia del Dr. Atl, que “enseñó a ser insolentes a todos los jóvenes”.
También por esos años, según la revista Gatopardo, Dr. Atl se unió a Venustiano Carranza antes de que iniciara la Revolución Mexicana. Incluso, se convirtió en su jefe de propaganda y lo acompañó durante un buen tiempo en su carrera política. No obstante, el conflicto revolucionario también lo llevó a autoexiliarse en Europa.
La rebelde y creativa relación entre Dr. Atl y Nahui Olin
Antes de que conociera a Murillo, María del Carmen Mondragón Fonseca, mejor conocida como Nahui Olin, estaba casada con Manuel Rodríguez Lozano. Con él viajó a Francia y luego a España, donde comenzaron a pintar. Cuando regresan a México, ambos conocen a Dr. Atl durante un paseo. Aunque el pintor invita a los dos a su estudio, sólo acepta ella. Así sería como comenzaría su relación.
Sobre estos personajes, la investigadora Dina Comisarenco, en la charla Nahui Olin y Dr. Atl: Una ración de paraíso, señala que su unión fue controvertida desde un principio, principalmente por la diferencia de edad, lo que también provocó que estuvieran cubiertos por “un manto de rebeldía”.
“A través del amor y la creatividad artística, Nahui y el Dr. Atl intentaron no solo sobrevivir a los efectos devastadores de la posrevolución, sino desafiar los prejuicios sociales que todavía se ejercían en contra de la liberación de las mujeres y de la sociedad en general“, señaló la académica.
Además, agrega que durante su tiempo juntos, también tuvieron una “rica producción artística”, que va desde la publicación de libros, la recuperación y optimización del uso del esténcil, hasta la escritura de poesía y cartas. “La relación entablada entre Nahui y Dr. Atl era de extremada rebeldía. Breve, pero feliz paraíso”, comenta finalmente.
Un volcán llamado Dr. Atl
No es ningún secreto que Gerardo Murillo tenía una gran admiración por los volcanes, lo cual queda demostrado con su obra pictórica. De hecho, el pintor llegó a estudiar vulcanología en Europa y comenzó a practicar alpinismo por esta misma razón.
Y si esto no es suficiente para demostrar que tenía un gran amor por estas estructuras geográficas, también podemos recordar la ocasión en que asistió al nacimiento del volcán Paricutín, donde no se asustó ni se alejó del lugar a pesar de que éste se encontraba en plena erupción.
Ni si quiera se espantó por la expulsión de los peligrosos gases que podían afectar su salud, o porque después de una expedición perdió una de sus piernas. Sí, esto le impidió que continuara con su visita a los volcanes por tierra, pero no por aire, creando el “aeropaisaje”, con el que se subía a helicópteros para pintarlos desde el cielo.
Quizá su amor a los volcanes se debiera justo porque encontraba algo de él en ellos. Su fuerza y su rebeldía, características que siempre presentó a lo largo de su vida y que también expresaba en sus pinturas.
*Con información del INBAL, El Universal y Gatopardo