¿Recuerdan el juego de “Un, dos, tres calabaza”? Si no lo conocen (o quizá lo ubican por otro nombre), han de saber que era bastante divertido con algunos momentos de tensión. El juego consistía en que un montón de infantes se debían ubicar en línea recta en una parte del patio mientras uno de ellos se paraba frente al grupo en el otro extremo del lugar (como si fuera un director de orquesta).

La o el niño elegido, debía gritar “un, dos, tres calabaza”, la señal para que el resto corriera hacia él/ella. En cuanto gritara “¡Ya!”, todos debían detenerse y quedarse estáticos. Quien se movía, perdía el juego. O quien se moviera ante un engaño como “un, dos, tres camarón”, perdía también. Digamos que era una versión extrema de “Las estatuas de marfil”.

Se trata de un juego divertido y que nos mantuvo activos un buen rato durante nuestra infancia. Entonces, ¿por qué lo dejamos de jugar?, ¿por qué un día ya no le entrábamos a los “Quemados”, “Las traes”, “Policías y ladrones”, a los “Listones” y todas esas cosas divertidas?

Imagen de ‘El juego del calamar’ / Foto: Netflix

¿Por qué dejamos de jugar?

La respuesta parece simple: crecimos. Pero es más compleja. Crecer implica tener otros intereses, por lo que deja de ser divertido corretear a alguien (en un sentido literal) y empiezas a corretear a otras personas con fines más… pasionales. Ustedes nos entienden. Dejas de jugar y te sientas a conversar, a hablar de parejas, de los problemas que ahora entiendes que hay en casa, de tu cuerpo, de la escuela.

Sigues creciendo y ya no es divertido contarle a alguien sobre tu relación, pues esta se ha puesto más seria. Ahora debes hablar de salir de casa de tus padres, de construir una familia, pero también de los costos monetarios por no decir los emocionales. La tensión de no moverte un día se convierte en la tensión por pagar tus deudas, las malditas deudas.

Ahora bien. Teniendo eso en mente, imaginen esta situación. Han acumulado algunas deudas y están desesperados. Un día llega alguien y les ofrece entrarle a un juego en donde hay mucho dinero de por medio (y ojo, el dinero no es suyo, es de la otra persona). Deben aceptar y dar unas buenas cachetadas hasta que alguien se asume ganador y se lleva todo el dinero (una buena cantidad de lana, han de saber). ¿Le entrarían si ese dinero les ayuda a cubrir una de las deudas?

El juego del calamar

Esa es la primera premisa de El juego del calamar (Squid Game), una nueva producción coreana para Netflix (RECUERDEN que están preparando una versión de La casa de papel) que con su primera temporada, ha superado las expectativas y se ubica entre las tendencias más fuertes. Aquí, conocemos a 456 personas desesperadas entre las deudas, una vida precaria y la falta de oportunidades. 

Todas y todos, entre verdades a medias, aceptan entrar a un juego  con la promesa de recibir dinero. Lo que no saben es que si pierden el juego, mueren. Así, el primer reto es jugar “Un, dos, tres calabaza”, y quien se mueva, recibe un disparo. De 456 personas, sólo sobrevivien 201. 

Ki-hoon, protagonista de ‘El juego del calamar’. / Foto: Netflix

Al día siguiente, conmocionados por lo sucedido y con el miedo de morir, ruegan que el juego se termine. Por lo que los organizadores someten la decisión en un ejercicio democrático. Si la mayoría decide detenerse, podrán irse; si deciden quedarse, le deben entrar a todo. 

Y todavía no viene lo más interesante en El juego del calamar. Antes de la votación, les muestran la enorme cantidad de dinero que se acumuló con el primer juego. Por cada persona que pierde la vida, se aumenta la cantidad. La persona que supere los 6 juegos, se lleva todo el dinero. Si la mayoría vota por no seguir, el dinero se le dará en forma de compensación a los familiares de las víctimas.

¿Adivinen el resultado? Pero háganlo considerando la desesperación por salir de la pobreza, la idea de que no tienen nada que perder, y por último: si regresan a su realidad, no tendrán una oportunidad como la que tienen enfrente. El juego del calamar es una mezcla entre el drama y una comedia que pone al centro de su historia una pregunta que no podemos resolver: ¿cuánto valemos? 

Imagen de ‘El juego del calamar’ / Foto: Netflix

¿Qué tiene que ver Stephen King?

En 1982, Stephen King publicó la novela de El fugitivo. La historia está ambientada en un futuro distópico donde la televisión lo es todo: una forma de entretenimiento, pero también de control, ejercida por un gobierno totalitario y consumista. El programa más visto es uno en el que los concursantes ganan cuando mueren. La idea es la siguiente: un grupo de agentes deben perseguir al participante; en cuanto lo encuentren, lo matan.

El truco está en que por cada hora que logren mantenerse ocultos, se suma una buena cantidad de dinero. Cuando los atrapan y los matan, el dinero cae en manos de su familia. Ningún concursante ha logrado sobrevivir lo suficiente como para rescatar a su familia. En aquella tragedia radica el raiting.

Un día, Ben Richards decide concursar frente a la pobreza extrema en la que vive junto a su esposa, quien recurre al trabajado sexual para conseguir dinero, y su hija enferma. Ben sirvió a su país en algún momento, y ahora, este le da la espalda frente a las necesidades de su hija.

Portada de ‘El fugitivo’ se King. / Foto: Amazon

Con su experiencia como soldado y la motiviación por salvar a su hija, Ben logra lo imposible y se oculta de sus captores por un tiempo récord. Y cuando debe enfrentarse a ellos, los elimina de maneras brutales. Su participación en el programa supera los récords de audiencia y acumula una cantidad de dinero impresionante. Pero volvemos a lo mismo: conforme acumula más dinero, más cerca está de morir. 

El final de El fugitivo es verdaderamente cruel a diferencia de la adaptación que hicieron en los 80 con Arnold Schwarzenegger. La obra de King es devastadora a partir de que (spoiler de la novela) Ben muere estrellando un avión en la torre de la televisora controlada por el gobierno. Lo hace para darle algo de júbilo a las personas que lo miran a sabiendas de que no va a cambiar nada. Él muere, su esposa recibe el dinero y alguien más decide concursar frente a la miseria. 

Arnold Schwarzenegger en ‘El fugitivo’ de 1987. / Foto: Mubi

Un juego cruel de oportunidades

Es imposible no ver las similitudes entre El juego del calamar y El fugitivo. Por lo que no estamos diciendo que la serie sea novedosa o innovadora (los gladiadores no nos dejaran mentir), pero vuelve a poner al centro una idea que no envejece, sino lo contrario, incrementa conforme la desesperación, la deshumanización, el consumo y la miseria. 

En El juego del calamar las y los concursantes tienen distintas razones para estar ahí. El protagonista, Ki-hoon, debe mucho dinero entre deudas por apuestas, y lo que quiere es cuidar a su madre y poder ver a su hija antes de que se mude a Estados Unidos. Por otro lado, Sae-byeok huyó de Corea del Norte y debe conseguir el dinero necesario para sacar a sus padres. 

Sae-byeok en ‘El juego del calamar’ / Foto: Netflix

Todas y todos han sido seleccionados de manera cuidadosa por los organizadores del juego para que no sólo resistan, sino que quieran estar ahí a costa de su vida y la de los demás. Lo que es más impresionante en El juego del calamar es que a diferencia de El fugitivo o Los juegos del hambre, todo sucede en un contexto bastante real. Nadie vive en un distrito oprimido ni hablamos de un imperio comandado por la televisión.

Todo está en una realidad que conocemos con problemas cercanos como el de una madre soltera, de un sujeto que ha evadido impuestos, de un apostador o una desertora. Todos llegan a una enorme arena, la cual se encuentra aislada en una isla, para vivir el horror de la desesperación en su máxima expresión. El juego del calamar no se cansa de repetirnos que todas y todos existen, y otros tantos, en nuestra realidad, se la juegan todos los días. 

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