En 1947, Luis Buñuel trabajó en la película Gran Casino junto a Libertad Lamarque y Jorge Negrete. Dos años después, el director español comenzó la producción de El gran calavera, pero no como un proyecto propio, sino como un favor para los productores de Gran Casino, quienes buscaban una película que rindiera frutos en taquilla, dejando de lado el contenido simbólico y representativo de la filmografía de Buñuel.

El director, como era de esperarse, para su siguiente proyecto buscó algo mucho más significativo, trascendente y que de verdad representara algo en un momento en que México, país de acogida de Buñuel, se encontraba en un balanza social de forma interna que se iba hacia la parte más negativa: la pobreza, las injusticias sociales y la delincuencia. Fue así como surgió el proyecto de Los olvidados, el cual se convertiría en el filme más destacado de Luis Buñuel a nivel internacional, pero también el más odiado por la misma sociedad mexicana (aquella que no forma parte de la historia, por supuesto).

Pedro y El Jaibo en ‘Los olvidados’ de 1950.

Junto al director y guionista Luis Alcoriza, paisano de Buñuel, comenzó a trabajar en el guión de Los olvidados con el firme propósito de retratar la realidad (con base en la narrativa surrealista) de la juventud en la Ciudad de México. ¿El resultado? Una película compleja, pero no tanto por sus elementos visuales, sino por la carga emocional de sus personajes principales, Pedro y Jaibo, dos jóvenes que se ven obligados a vivir y protagonizar la pobreza de una ciudad que no crecía (ni crece) de forma paralela ni justa.

Los olvidados nos presentan a Pedro, un niño inocente que vive con su madre, y su “amigo” Jaibo, un delincuente juvenil que acaba de salir de una correccional para cometer otro crimen: asesinar a quien supuestamente lo delató. La vida de estos dos se encierra en un círculo marcado por la pobreza, hambre y la violencia. Pedro representa la inocencia inherente del hombre, algo que siempre trató Buñuel en sus películas con la premisa de que el ser humano se corrompe en sociedad. Del otro lado está Jaibo, quien es la contraparte de Pedro, pero que asumimos en algún momento no entendía el mundo como lo hace ahora: o matas, o te matan.

Pedro / Getty Images

Los olvidados y Buñuel se sirvieron del surrealismo, una vez más, para potenciar ciertas ideas como el hambre. En la escena más conocida de la película, Pedro llega a casa y le pide a su madre, interpretada por Stella Inda, que le dé comida, pero ella se niega. “¿Por qué habría de amarte?”, le pregunta a su hijo.  Cuando Pedro duerme, comienza a tener un sueño lúcido, quizá, en el que su madre le da de comer vísceras, y estas le son arrebatadas de un cadáver que yace debajo de su cama.

Las tomas son distintas, el ritmo de la escena también, todo es un letargo cruel que no termina ni en sueños. En otras palabras, su realidad es tan brutal y apabullante, que sus sueños también se ven infectados. Como si fuera una paradoja, Pedro no puede escapar de su realidad. Gabriel Figueroa, el reconocido cinefotógrafo de la época del cine de oro en México, trabajó en Los olvidados, y se reconoce su trabajo como parte fundamental de ese excesivo y despiadado toque humano.

La leche es un elemento definitivo de la película. Todos los personajes, de alguna u otra forma, interactúan con leche: bebida desde un vaso, bañándose en ella para permanecer joven y hasta mamándola directamente de una vaca. La leche es el ejemplo perfecto de cómo Buñuel se atrevía a atacar la cotidianidad y convertirla en una enemiga. También lo hace con la sexualidad, la cual se define en Jaibo, quien incluso seduce a la madre de Pedro y con el personaje de Carmelo, un ciego que es brutalmente atacado, pero que también sirve de victimario.

No importa su condición, Buñuel se encargó de evitar que las audiencias sientan empatía con Carmelo. Luis Buñuel no muestra nada de optimismo ni ofrece soluciones a las situaciones que se presentan en Los olvidados, y eso fue con toda la intención. La idea, se percibe en toda la película, fue retratar, tal cual, la realidad de pobreza extrema en la que pocas veces se ve una salida. También rechaza la idea de victimizar a los pobres, incluidos los niños que están inmersos en una situación de calle y violencia. ¿Por qué? El título del filme es la respuesta: nadie los tiene presentes, nadie los recuerda, mucho menos víctimas. ¿Por qué hacerlo en la película si su propósito es ser lo más real posible?

Los olvidados se estrenó en México, pero sólo durante unos cuantos días estuvo en cartelera ante la indignación del gobierno y la clase conservadora. En esta parte de la historia hay dos caras: primero se molestaron por presentar ante el mundo un México de pura violencia y pobreza, “dañando” la imagen del país. Para rematar, señalaron a Buñuel por no ser mexicano y hablar de esa forma de las condiciones sociales y económicas.

Buñuel trabajó dos años, antes de comenzar en el guión, en una investigación profunda de la realidad social en los barrios más peligrosos de la Ciudad de México. No sólo fue difícil estrenarla, sino hacerla en un plazo de 21 días al grado de que, aseguran, muchos nombres que participaron en la película, pidieron ser removidos para evitar represalias. Todo fue tan intenso en Los olvidados, que Buñuel se vio obligado a filmar un final feliz, una salida a la situación desagradable que, de haber salido, habría roto con la narrativa de todo el filme.

Luis Buñuel / Getty Images

Los olvidados llegó al Festival de Cannes en 1951. La película recibió el aplauso de los críticos y del público, y representó una segunda oportunidad para que los medios y audiencias mexicanas la vieran y comprendieran su importancia. Luis Buñuel se llevó el Premio a la Mejor Dirección, y desde ese momento, Los olvidados se convirtió en una de las películas más grandes en la historia del cine.

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