Mucho se ha hablado y escrito sobre las funciones de la memoria y su capacidad de cambiar el entorno de los individuos y las sociedades. Autores como Marcel Proust, Paul Auster, Jorge Luis Borges y muchos más, definieron en diversas obras literarias las características más íntimas de la memoria y su papel fundamental en la imaginación; es decir, la cualidad única de los seres humanos de pensar en las múltiples posibilidades de una situación, pero también de idealizar el objeto de nuestros miedos, y peor aún, el de nuestro deseos. Sigmund Freud decía que, de alguna u otra forma, estamos atados a eso que nos causa dolor como parte de un ideal que, sabemos, es imposible de alcanzar pero permanece siempre en nuestra mente, en cada uno de nuestros pensamientos, acciones, palabras y sensaciones.
Nuestros sentidos, de este modo, se ponen a disposición de nuestros deseos y pasiones, y percibimos las cosas desde una perspectiva que no es, pero que también tiene elementos de realidad. Sin embargo, la pregunta que nos debemos plantear es la siguiente: ¿se trata de un ejercicio de la imaginación, la memoria o ambas? Diversas obras, como mencionamos, han tocado el tema desde un análisis rígido hasta la mera ficción y ninguna ha concordado en su totalidad. ¿La razón? Estamos hablando de experiencias humanas únicas, de situaciones que con base en la experiencia de cada persona, se construyen, y también conforman nuestros pensamientos, memorias e imaginación. Teniendo esto en mente, podemos “asegurar” que la historia de la humanidad y la de nosotros mismos se construye con una influencia de ambas: nuestra historia se cuenta con nuestra memoria alimentada de imaginación y viceversa.
Así es como Alfonso Cuarón trabajó en la historia que presenta en su último largometraje titulado ROMA, una historia en blanco y negro con pocos contrastes y mucha luz, que nos presenta una de las etapas más íntimas y personales del director: su infancia. Independientemente de las circunstancias que rodearon la niñez de Cuarón, en cada uno de los cuadros que componen su película, se entiende esta dualidad del pensamiento y que él considera, construyen su historia… y esto, sumado a un maestría en la narrativa visual, hacen de ROMA no sólo la mejor película del cineasta mexicano, sino una de las más grandes del cine en general.
ROMA presenta como personaje central a Cleo (Yalitza Aparicio), una mujer de ascendencia indígena que trabaja como ayudante doméstica y cuidadora para una familia de clase media alta ubicada en la colonia Roma. Cleo es joven y bonita, pero lo que más resalta de ella es su naturalidad e inocencia. Cleo está enamorada de un tal Fermín, pero también lo está de la vida y de los niños que cuida al hablarles en español y su lengua. Sin darse cuenta y en una posición de sirviente, Cleo se convierte en la pieza fundamental en la unión de la familia como consecuencia de la partida del padre, la ansiedad de la madre ante las continuas separaciones y la incredulidad de los niños. Este último punto sumado a la inocencia de Cleo, es lo que construye la trama central de ROMA.
Cuarón muestra en su guión, dirección y edición, que cualquiera con una historia que contar, se puede valerse del trabajo de la memoria y la imaginación para construir un nuevo universo. Cleo representa la memoria encarnada en su nana Liboria “Libo” Rodríguez, quien llegó desde Oaxaca a la casa de la familia Cuarón cuando el director tenía nueve meses de nacido. Mientras los niños y su propio universo, nos revelan la imaginación. Por eso ROMA está filmada en blanco y negro y es totalmente contemplativa. Porque recordar y traer al presente un fruto del pasado no se cuenta en palabras, sino en imágenes, porque nada puede ser lineal y nada puede ser (tan) cierto para ninguna de las partes.
Sofía, interpretada por Marina de Tavira, tiene la sensación de perder a su esposo cada vez que este sale de viaje por cuestiones laborales hasta que un día, ocurre lo impensable y simplemente no regresa. ¿Qué es lo que sucede? Se hunde en la desesperación, pero sobre todo en la soledad y arraigo cultural de pertenecer a un grupo no bien visto: las madres solteras. Lo mismo sucede con Cleo cuando queda embarazada de su primer hombre y este la rechaza por diversas cuestiones que poco o mucho tienen que ver por su condición indígena, pero aún más por ser mujer. La figura femenina también forma parte fundamental de la narrativa de ROMA y del pasado de Cuarón. Puras mujeres formaron al director en una época en la que los hombres hacían falta para formar un hogar de bien, un hogar que no se saliera de lo convencional, que estuviera roto. Estos dos personajes son la base de la historia y el entorno de un México dolido por lo del 68 y las crisis que la sociedad siempre ha vivido, componen la estructura visual que, sin duda, es lo que hace de ROMA un gran filme.
ROMA es una cinta que también comprueba la maestría de Cuarón en la escritura, la dirección, la fotografía y la edición. La idea era contar en la fotografía con Emmanuel Lubezki; sin embargo, por problemas de agenda, el “Chivo” ganador de tres premios Oscar quedó fuera. Con esto, Cuarón empezó una aventura integral en su proyecto más íntimo y personal. El director mexicano se hundió en la historia de su única nana, Libo, y comenzó a recuperar hechos históricos asociados a la vida de la oaxaqueña, los cuales iban íntimamente relacionados con su infancia. Con esto, estamos hablando de dos memorias y dos distintos tipos de imaginación: la de Cuarón de niño y la de Libo. ROMA no es una película sencilla, y no nos referimos a la historia y la forma en que el director la presenta como si se tratara de la vida diaria con todo y sus episodios de atención, pero también los de aburrimiento.
ROMA es compleja en su forma visual, pero eso también la hace hermosa. La contemplación de un cuadro sin tintes a color pero marcado con la luz natural de un día soleado en la Ciudad de México o nublado en Veracruz formulan diversas historias en una misma sin perder de vista a Cleo como personaje central y el cuento de amor, soledad, fortaleza, violencia y sentido de familia que trae detrás de ella. En una de las escenas clave de la película, Cleo parece enfrentarse a su mayor miedo, el mar y no saber nadar, para salvar a dos de los niños que cuida como si fueran suyos. Cuando sale del mar viva, comienza a hablar de la pérdida de su hija y su negación ante el nacimiento de la misma. Sofía, en un abrazo familiar, le dice que está bien y que no está sola porque al final, nadie nunca podría estarlo.
ROMA forma parte de las actividades de la edición número 16 del Festival Internacional de Cine de Morelia y se estrenará en cines selectos y en el catálogo de Netflix el 14 de diciembre de 2018.