El cine mudo de la década de los 20 no ha podido ser superado ni siquiera por los avances en la tecnología que la industria presenta en la actualidad. Algunos críticos creen que el fin del silencio y la llegada del cine sonoro, rompieron con una expresión artística que “hablaba” por sí misma y sin necesidad de elementos extras. Con esto no queremos decir que el sonido en los filmes sea innecesario, sino que muchas veces, sobre todo ahora, rompe con las otras narrativas como la visual.
El último periodo del cine mudo a finales de los 20 y con el expresionismo alemán en su máximo punto, hizo que el sonido saliera sobrando gracias a la fuerza visual que los directores alemanes le dieron a historias y cintas como El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu, Fausto, Die Nibelungen y Metrópolis de 1927 bajo la dirección de Fritz Lang, una de las más grandes obras del cine que incluso es considerada como un filme épico.
Otras partes de Europa marcaron la historia del cine mudo con cintas como La pasión de Juana de Arco de 1928; sin embargo, y como hemos mencionado en otras entregas, Alemania y sus realizadores vieron en el periodo de posguerra, un pretexto para hacer del cine un archivo histórico y metafórico de su realidad, pero también una forma de adelantarse al futuro que, como sabemos, no resultó nada prometedor.
En 1924 Hitler fue condenado a prisión por intentar un golpe de estado o revolución que tenía como objetivo derrocar al gobierno que “traicionó” al pueblo alemán al firmar los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial, pero que también dejaron a Alemania sumida en la pobreza, la desesperación y el caos. Con esto, su figura se volvió emblemática sumada a un poderoso discurso que lo llevó a convertirse, de alguna manera, en el tema central, aunque de forma muy sutil, de varias producciones de la época.
Una de ellas fue Metrópolis de Lang, la cual es considerada como uno de los filmes más grandes de la historia del cine gracias a varios elementos distintivos que resultaron precursores de un nuevo género, la ciencia ficción. Sin embargo, hay más. También se valoró el trabajo en el diseño de producción llevado en Metrópolis por Edgar Ulmer junto a un equipo que incluyó al fotógrafo Karl Freund y el artista Otto Hunte.
Fritz Lang tomó la novela homónima de Thea von Harbou, su esposa, para llevarla a la pantalla con una serie de imágenes y secuencias impresionantes que marcaron y establecieron al género –aunque este se haya desvirtuado con los años– y al arte mismo. Metrópolis presenta un futuro distópico y gótico ambientado en el siglo XXI donde las sociedad está dividida en dos clases: los industriales que viven en la cima de la enorme ciudad y son dueños de los medios de producción; y los obreros marginados, o mejor dicho esclavos, que sostienen a los de arriba de una forma casi literal.
Sí, Metrópolis es una película de ciencia ficción pero que no trata de ciencia, sino del futuro nada alentador, del desastre que representa un mundo industrializado, tecnológico y con sistemas opresores: distópico. Y con esto volvemos al hecho de que el expresionismo alemán en el cine retrató desde antes la imagen de un hombre que llegaría a elevar el espíritu nacional, pero a destruir la conciencia de todo su pueblo.
La mayoría de las interpretaciones de El gabinete del doctor Caligari de 1920, por ejemplo, dicen que la figura del malvado Caligari y el sonámbulo de Cesare, representan la imposición de las autoridades y al pueblo alemán, respectivamente. Ocho años después de ese filme, llegó Metrópolis con unos fuertes conceptos de opresión y libertad sumado a la metáfora que se adelantó a su tiempo no sólo bajo el contexto alemán, sino de todo el mundo.
Europa y varios países traían antes de 1928 el peso de la Revolución Industrial y la miseria de la posguerra, pero también estaban presentes los movimientos de igualdad entre los trabajadores en Estados Unidos y la exigencia de mejores condiciones laborales.
Metrópolis planteó en el cine, de forma inconsciente, el concepto de “cómo vive la otra mitad” desarrollado en 1888 por el periodista e investigador danés, Jacob Riis, quien estudió las divisiones sociales y económicas entre los migrantes en Nueva York, aquellos que llegaron al país americano en una crisis migratoria que antecede a la de ahora. Esta cinta de Fritz Lang, de alguna manera, mostró y reveló las condiciones urbanas que se perfilaron para convertirse en el modelo de ciudad en Estados Unidos, Latinoamérica, los países más pobres de Europa y la mayor parte del continente asiático.
Lo que hace aún más atractiva y memorable a esta cinta, es que en realidad, detrás de la idea de una revolución, está la historia de un amor que no obedece a los preceptos sociales, económicos y políticos. María y Freder, interpretados por Brigitte Helm y Gustav Fröhlich, representan cada uno de los estratos sociales de la cinta.
María es una hermosa joven que presta su imagen para incentivar a los obreros a reaccionar y hacer algo contra la opresión mientras Freder es un joven acomodado hijo de uno de los industriales más grandes de la gran ciudad. Sin embargo, nada de esto impide que se amen hasta que María, secuestrada por el malvado científico Rotwang, es convertida en un robot violento por órdenes del papá de Freder. El resto se cuenta solo: comienza la revolución no sin antes establecer el desastre y el posible exterminio de las clases bajas que se han revelado y que con su fin, llegaría también el de las clases altas.
Otra de las grandes aportaciones de Lang con Metrópolis, fue el concepto de “Mittler” en el personaje de María. Ella es el enlace entre la clase obrera más baja y la élite de la ciudad. Es un mediador que ante la falta de motivos y objetivos, toma el liderazgo y con palabras moviliza a la gente. “Mittler” es una mezcla entre Hitler y “mediador” que se atribuye, principalmente, no a las acciones del personaje de María –quien además tiene buenas intenciones y cuyo motivo es el amor–, sino a las decisiones de Hitler cuando comenzó a aplicar sus preceptos de violencia y racismo llevados por su oratoria ligada al dramatismo de sus presentaciones.
Hitler creía que las masas eran femeninas; es decir, dramáticas, y que por esta condición eran manipulables. Lo mismo sucede con las clases trabajadoras. No es que sean “femeninas”, sino que en la ignorancia en la que se mantienen hundidas, perciben cualquier discurso como verdad absoluta.
¿Qué hay del cine como mera expresión artística? Como mencionamos en un principio, Metrópolis y Fritz Lang pasaron a la historia –a pesar de que la primera copia de más de dos horas se perdió– gracias al potencial que vieron no sólo en el guión y las actuaciones dramáticas, sino en varios aspectos como el diseño de arte y de producción. La escena en que María es convertida en un extraño robot, es considerada como una de las más icónicas en la historia del cine; lo mismo va para sus escenarios futuristas que si bien emplearon la esencia del expresionismo alemán, no fue tan evidente como en Caligari y un poco menos en Nosferatu.
A todo esto se le suma el trabajo de Gottfried Huppertz en el score de la película, importante para comprender la intensidad de los visuales a falta de palabras; y uno de los más destacados, los materiales de promoción, especialmente el reconocido póster de Metrópolis diseñado por Heinz Schulz-Neudamm y el cual alcanzó un precio histórico durante una subasta en el siglo XXI. ¿La razón? Sólo se conservan cuatro copias del mismo.
Las primeras copias de Metrópoli se perdieron entre el fracaso durante su estreno, la duración de la misma y la historia poco comprensible para una audiencia que no estaba preparada; sin embargo, entre las restauraciones lograron sobrevivir la mayor parte de los extractos que se unieron en 1984 gracias al interés y amor de Giorgio Moroder por la historia y la música.
Ese mismo año salió la primera versión restaurada del filme con color y con un soundtrack compuesto por Moroder que incluía colaboraciones con Freddie Mercury y Bonnie Tyler. Este trabajo, trascendente a más de 30 años de su salida, enfureció en un principio a los “cinéfilos clásicos” por violentar la primera visión de Lang; sin embargo, significó algo más importante para el cine, pues Metrópolis revivió su memoria y llegó a nuevas audiencias que entendieron de dónde venían grandes filmes como Blade Runner de 1982.