¿Dónde radica la subjetividad del tiempo? Y en el otro caso, ¿en qué parte del concepto es que se encuentra su punto objetivo? La respuesta, por más evidente que parezca, es en la percepción. Cuando estamos en una oficina y vemos pasar las horas más “lento” que lo acostumbrados, no enfrentamos a una percepción individual definida por la experiencia personal y algunas características físicas.
Sin embargo, el tiempo fue, es y será, siempre el mismo. Entonces, ¿qué es lo que nos lleva a un punto en el que la percepción del mismo se altera al grado de afectar otros conceptos intangibles como el espacio? La respuesta es la memoria. Estas dos, memoria y tiempo o viceversa, construyen una narrativa explotada en cada uno de los filmes del director británico, Christopher Nolan.
Desde su primera cinta a finales de la década de los 90, Nolan ha mostrado una obsesión con la representación visual del tiempo. Quizá ahora con filmes en su historial como la trilogía de Batman, Inception e Interstellar, nos parezca más evidente su intento por plantear preguntas sin respuestas únicas; sin embargo, siempre hace alusión a conceptos filosóficos en distintas maneras y a través de historias que van desde dramas bélicos y criminales, ciencia ficción e incluso, superhéroes.
Following de 1998, nos presenta la historia de un escritor que sigue y “acosa” a las personas para ver si en ellas puede encontrar cierta inspiración para escribir su obra maestra. Sin embargo, cae de manera súbita en las redes de un ladrón que lo manipula desde un principio hasta hacerlo responsable de un crimen que no cometió. En esta cinta, la primera de un historial corto pero influyente, Nolan utiliza una narrativa no lineal porque, al final, la memoria no funciona de manera exacta y los recuerdos llegan saltados.
A partir de esta historia, es que llegan obras de más alto perfil como Memento en el 2000. Protagonizada por Guy Pearce y basada en la historia de Jonathan Nolan, es que llega su primer intento por descifrar el enigma: un hombre despierta sin recuerdos y sin esposa. Como mencionamos, y haciendo referencia a lo que alguna vez Federico Campbell escribió sobre la influencia de este elemento en el ensayo Padre y memoria, descubrimos que la memoria se inventa, atiende al tiempo en el que se crea el recuerdo y el que se intenta revivir y por si fuera poco, afecta la identidad. Memento se cuenta en dos narrativas distintas, una hacia delante y otra hacia atrás, que llevan al espectador a un mismo punto en el que es complicado determinar qué es cierto y qué no.
Dos años después, Nolan le apostó al mismo camino con el remake de Insomnia protagonizado por Al Pacino, y cuya historia original surgió del filme noruego del mismo nombre llevado por Stellan Skarsgård. Por acá, además de sus dos obsesiones, incluyó una más: el impacto de los sueños, donde no hay un principio, ni un fin, donde la narrativa no podría ser lineal, sino sería absurdo.
Y así es como unos filmes después, incluidos dos de las películas sobre superhéroes más grandes dentro de la historia del cine, es que llegó Inception, quizá la declaración más grande sobre sus obsesiones que determinó, desde una perspectiva filosófica y onírica, la construcción de la identidad de los personajes a través de sueños basados en la memoria inconsciente que, asimismo, construyen las ideas que, al final, nos llevan al filme.
Nolan es, por decir poco, uno de los directores que más han explotado los recursos narrativos que el cine puede dar, pero aún más, las preguntas que todos nos hacemos sin esperar una respuesta concreta. Es decir, las películas de Nolan, desde su primera a la última, Dunkirk –una de sus más grandes obras de acuerdo con la crítica–, son un ejercicio mismo de su memoria.