Un gran acto de rebeldía de unos guerreros celestiales mostró que el futbol es una inmensa caja de Pandora, una inacabable fuente de milagros. Resulta que ese “pequeño” comando de Torreón ha ganado en cuánta batalla se ha presentado. Lo mismo ha sido al campeón del futbol, Tigres, que al supuesto favorito de estas semifinales, América.
Más allá de heroismos, el equipo de la comarca, recurre en cada cruzada al orgullo, a morir en cada batalla, a no creerse ni un centímetro la victoria pasada. Es pues, un batallón con el espíritu de un titán invencible. Santos nunca se rinde, y es capaz, como está noche, de desmentir al futbol y a su gran libro de apuestas. Quien lo diría, la mística de este grupo ha mandando a la banca rota a esas casas que han dado como ganador al rival en turno. Ya estarán lamentándose por no “ir con todo y su resto” por los de Torreón.
Si bien durante los primeros minutos, América dominó el partido, Osvaldito se remangó en la primera oportunidad que tuvo y lanzó una tromba desde esa derecha de acero. Un golazo que incendió al cuadro de Coapa, un grito de guerra, fe y pasión. Nada pudo hacer América, ni siquiera con el empate, producto de un error de Orozco, el único que tuvo el arquero santista. Mientras él daba un paseo lunar, Dominguez empataba el juego. Ya dirán los puristas que era fuera de lugar, posiblemente. ¡Ni cien Vares lo sabrían!
¡Al diablo esa polémica! Porque el gol lo único que hizo fue despertar la esperanza celestial de este fantástico buque. América ya no fue el mismo y mucho menos Santos.
El empate fue el punto de inflexión para los de la Comarca, que fueron un ciclón en el segundo tiempo y arrasaron con el pobre equipo de Coapa. Furch, por partida doble y Edwin Cetre agrandaron la pesadilla americanista.
América no está muerto pero se llevó una grandísima lección. No es lo mismo enfrentar a un equipo de plastilína como el que tuvo en cuartos, que a un equipo de acero e imbatible, como el de está noche…