Es difícil no ser melancólico cuando uno fue testigo de una carrera como la de Peyton Manning. El mariscal de campo derrotaba a sus contrarios con su mente e inteligencia, algo que jamás se había visto. Simplemente, cambió la manera de jugar.
Su liderazgo se mostraba con la forma de llevar a su equipo, a su ofensiva. Jamás se ha visto a un jugador tan cerebral, tan perfeccionista y adicto a ser el mejor. Manning es de los pocos, o el único, QB que continua con la tradición de elegir sus propias jugadas. Fue un coordinador ofensivo en la cancha y las defensas contrarias no tenían respuesta para su inteligencia.
Jamás fue el mariscal más atlético, el que más lejos lanzaba o el que tenía una espiral perfecta. Al contrario, desde el inicio de su carrera su mejor arma fue su cerebro, su manera de estudiar el juego y convertirse en un maestro de la manipulación.
Además, como en toda buena historia, también tenía a su enemigo, su némesis. La rivalidad deportiva con Tom Brady nos ha regalado partidos que quedarán grabados en la memoria de la NFL. No siempre salía victorioso, al contrario, fue la piedra con la que tropezó en muchas ocasiones. Empero, siempre buscó salir adelante y no darle mucha importancia; aunque todos sabemos lo que significaba enfrentar a los Patriots.
Los récords que posee son una muestra de lo bueno que llegó a ser. 18 años de constancia y sobre todo, de superación personal. El padre tiempo no perdona a nadie, así que cada minuto que pasaba Manning tenía que ser mejor con su mente, para que su cuerpo aguantara y no mostrara signos de debilidad.
Su última temporada por supuesto, no fue la mejor. Los Denver Broncos lo llevaron de la mano al campeonato, cuando Manning estaba acostumbrado a lo contrario. Como aficionado, se agradece que Peyton termine así su carrera, como campeón en lugar de irse por la puerta de atrás.
Fueron 18 años de disfrutar de su mente y nivel de juego. Este tipo de personas, de atletas, son las engrandecen el deporte y sólo queda darle las gracias.